Las plantaciones de té de Doi Mae Salong

Doi Mae Salong, o “Santikhiri”, que significa “cerro de la paz”, es un pintoresco y tranquilo pueblo rodeado de montañas, donde las plantaciones de té cubren las colinas, ahora secas. Está habitado principalmente por chinos de la provincia de Yunnan, descendientes de los soldados que no quisieron rendirse al gobierno comunista, y en el año 1949 huyeron del país. 


Alrededores de Doi Mae Salong. Marzo 2015.


Salí temprano del hotel de Chiang Rai, y después de comprar el desayuno en el 7-eleven, tomé el autobús con dirección a Mae Sai, y que me dejaría en la intersección con la carretera 1089, que es la que te lleva a Mae Salong. El precio fueron 25 baht. Desde allí, un songthaew me llevaría a mi destino por otros 60 baht, siempre y cuando fuésemos al menos ocho personas. Pero al llegar sólo había una chica de Corea del Sur, que estaba con su móvil y no parecía querer entablar conversación alguna. Después de tomar un refrigerio, pregunté al conductor a qué hora salíamos, y me dijo que cuando hubiese ocho personas o pagásemos nosotros los 480 baht. 

Como parecía que tendríamos que esperar un buen rato, empecé a caminar con la mochila a cuestas, pensando en hacer autostop si veía la ocasión. Paró la tercera camioneta a la que le hice la señal, me preguntó dónde iba, le dije que a Mae Salong y me dijo que subiera. ¡Ya estaba hecho, lo había conseguido!.

Haciendo autostop hacia Doi Mae Salong. Marzo 2015.

Pero justo después de esa foto, una traicionera ráfaga de viento echó mi gorra a volar, mientras un grito desgarrador se abría paso por mi garganta... ¡Wilson, Wilsoooooon! (ver película "El Naúfrago" para entender esto). Una pena verla desaparecer poco a poco por la carretera. Estuve apuntito de pegarle un grito al conductor para que parase, pero después del favor que me había hecho, no me parecía adecuado. Así que me vi obligado a comprar una al llegar, porque el sol no da cuartel y tengo que proteger mi coronilla franciscana de la implacable solana tailandesa. Y como no había mucho donde elegir, me apañé con una normalita que me estaba grande y me quedaba de pena. Ya compraría otra más adelante. 

Total, que diez minutos después de subirme a esa camioneta, llegamos al supuesto destino, Mae Salong. Agradecí el favor a la familia, y empecé a preguntar la dirección del hostal en el que quería alojarme. Hicieron llamar a la única persona que hablaba inglés por allí, y me dijo que eso está en Doi Mae Salong, que es el pueblo turístico, y que yo estaba en Mae Salong, a unos 25 ó 30 kilómetros de distancia, por una carretera de montaña de subidas y bajadas...

¿Y ahora qué hago?. Pues el tío majete, sin decirle yo nada, habló con un camionero que estaba comiendo en su restaurante y se dirigía allí, y accedió a llevarme hasta la mitad del camino, justo en el punto de control policial. Eso sí, me cobró 60 baht, y eso con regateo incluido, es decir, lo mismo que el songthaew si hubiese esperado. Con el camionero evidentemente no crucé palabra alguna durante el trayecto porque no hablaba nada de inglés, pero puso música occidental. Para el tercer y último tramo, no tardé ni dos minutos en volver a conseguir otra camioneta haciendo autostop.


Doi Mae Salong


Me dejó ya en la entrada de Doi Mae Salong, y ya sólo tuve que caminar dos kilómetros cuesta arriba y cargado con las mochilas para llegar a mi hostal. Lo mejor del trayecto fue disfrutar de los impresionantes paisajes de montaña que custodian esta pequeña localidad.  

Al llegar, eché un vistazo a la habitación, confirmé que me quedaba, solté las mochilas, bajé a comer, y... ¡coño, la coreana! ¡y ya terminó de comer!. Me preguntó dónde fui, le conté, y me dijo que ella llegó más de media hora antes... en fin, un desastre mi logística. Pero al menos conseguí el objetivo de hacer autostop en Tailandia. Me senté a comer y hablar con ella. La conversación resultaba algo trabada y complicada por la diferente pronunciación del inglés que teníamos uno y otro, incluso llegando a utilizar papel y boli para escribir las palabras inglesas, o el traductor de google de los móviles; pero muy divertida a la vez. Al final se convirtió en mi nueva compañera de viaje.

El alojamiento se llamaba Shin Sane Guesthouse, y está al lado del mercado que se monta cada día temprano en la mañana, justo donde llegan los songthaew de pasajeros, así que no tiene pérdida. La habitación individual eran 50 baht, pero como estaban todas ocupadas, me dieron una doble por 100 baht. Lo bueno es que el servicio de lavandería es gratuito, incluyendo el detergente. Recomendarlo o no depende de vuestro presupuesto y del tipo de viaje que os marquéis. Si es tipo mochilero y queréis ahorrar, está bien. De todas formas, también disponen de bungalows más caros, y hay algún que otro resort en el pueblo.

Subí con Kim, la chica de Corea del Sur, al templo que hay encima de la colina del pueblo, Chedi Phra Boromathat, y aunque estaba cerrado, había buenas vistas del pueblo y las montañas que lo rodean. Eso sí, es necesario subir una interminable escalera que te deja exhausto. Luego dimos una vuelta por el pueblo. Doi Mae Salong está bastante disperso y se pueden cubrir los lugares centrales a pie, aunque puede resultar práctico alquilar una moto para recorrer las colinas y valles cercanos. El pueblo es visiblemente chino, lleno de restaurantes chinos y pequeños comercios que venden especialidades chinas como té, jade, frutas en conservas, setas o hierbas. Las entradas de las casas están decoradas con lámparas rojas, la gente habla chino y ven la televisión china. 


Doi Mae Salong. Marzo 2015.

Entramos en una tienda de té, donde nos explicaron algunos de los diferentes procesos para elaborarlo, y dependiendo de éste, el diferente aroma y sabor que puede tener el té de una misma flor. Había una relajante música de piano de fondo que ayudaba a que el ambiente fuese el apropiado. La dependienta preparaba y servía el té cuidando cada detalle, algo digno de ver por sí solo.

Para comer y cenar no hay muchas opciones, así que el restaurante del Shin Sane siempre se llena, por ser barato y tener buen sabor.

A la mañana siguiente empezamos la típica ruta que dura unas cuatro horas caminando. Es difícil encontrar un buen mapa de la zona, y el que nos dieron en el hostal no sirve más que para hacerte una ligera idea, sin detalle alguno. Hay muchos pueblos de etnias a poca distancia, la mayoría Akha. Lo bueno es que sus habitantes no están disfrazados para que los turistas les saquemos fotos, como pasa en otros lugares. Y los niños siempre te sonríen y te dicen un hello!.

Alrededores de Doi Mae Salong. Marzo 2015.

Durante la ruta fui bien orientado en todo momento. Eso sí, tragamos polvo a raudales, especialmente cuando una moto pasaba a nuestro lado, por lo que era complicado no llevar la garganta seca por mucho que bebiésemos. Además seguía habiendo mucho humo en el ambiente a consecuencia de los fuegos. Como llegó un momento en que ya hacía muchísimo calor, preguntamos a una señora mayor si íbamos bien para confirmar el camino, pero nos cambió la dirección, y acabamos en la carretera y dando más vuelta, así que la ruta terminó alargándose casi cinco horas.

Casi llegando al pueblo, Kim quiso ver una tienda de té de la que le habían hablado bien, y nos desviamos nuevamente a un camino de tierra, pero estaba cerrada. Al final íbamos ya al límite, y Kim se quedaba rezagada en las últimas subidas.  

Kim, en la última subida de la ruta. Doi Mae Salong. Marzo 2015.

Después de comer, como no conseguía dormirme un rato, decidí poner una colada, así llegaría a Laos con todo limpio. Mientras tanto, leí algunas noticias y empecé a escribir en el blog, escuchando música con los cascos. Era la primera vez en este viaje que escuchaba música, y me dio muy buen rollo. En un momento dado paré, y me di cuenta de la estampa que debía tener, sin camiseta, sentado, escribiendo en la tablet, bailando y cantando, todo a la vez... porque sí, los hombres también sabemos hacer varias cosas a la vez  :-P  Aquí os dejo la canción estrella de la tarde, "4 minutes", de Madonna, un poco antigua, pero mola un huevo.

Salí a comprar la merienda al 7-eleven. Paseé un rato, viendo a los niños jugar, que se me quedaban mirando y me sonreían. Dudé si pararme y compartir lo que llevaba, pero tenía mucha hambre, ellos estaban bien rollizos, y yo ya había perdido algún que otro kilo. Después de dos meses sin hacer casi nada de ejercicio, y el último comiendo a veces regular, empezaba a parecer un tirillas. ¿Será eso lo que tengo que encontrar en este viaje, al empollón flaquito de antaño?...

Claro, la merienda me dejó sin hambre para cenar pronto, como otros días. De hecho, al final ni cené, volví al 7-eleven a comprar un sandwich y un yogur. Por la noche, parecía que los chavales hacían carreras con las motos, porque iban y venían por la calle principal a todo trapo. Por cierto, aquí encontré un nuevo record: ¡cuatro en una solo motocicleta!, y todos sin casco.

A la mañana siguiente pensaba tomar el songthaew de las 9:00 hacia Chiang Rai, pero entre que desperté temprano y el transporte de las 7:00 llegó con media hora de retraso, tomé directamente ese mismo. La noche anterior no había conseguido encontrar a Kim, y no sabía cuándo se iba ella. Quería darle la tarjeta del hotel de Chiang Rai, que era su siguiente parada, y mis datos de contacto, para escribirnos de vez en cuando. Y aunque le dí todo aquello al dueño del hostal para que se los diese a ella, me dio pena no poder despedir personalmente. 

El songthaew iba justo en la dirección contraria a la que vinimos, y recogía más gente en el extremo opuesto del pueblo y en aldeas cercanas. Como ya no cabíamos, dejé entrar a una madre y sus pequeños, y salí fuera, agarrado de la barra trasera del vehículo, como ya pasara en Chiang Rai al ir a ver el Templo Blanco. Pero no me importó, incluso fue mejor, porque el aire era fresco y las vistas inmejorables.

Volvimos a parar en otra aldea. El conductor se bajó y sacó de no sé dónde un banco alargado, introduciéndolo en el centro del songthaew para crear más asientos. Y subía más gente. La situación empezaba a ser cómica, y mientras hice la foto pertinente, el songthaew arrancó, y la gente gritó al conductor para que parase y pudiese subir. Fue cuando me dijo que fuese al techo, con las maletas y otro tipo que ya se había subido antes. Me entró la risa, pero subí igual. Y resultó mejor, porque aún subieron algunas personas más en las siguientes aldeas. No sé cómo entraban, me parecía imposible, ni el mejor jugador de tetris podría hacer semejante jugada.    

Songthaew de vuelta a Chiang Rai, antes de subirme al techo y seguir entrando más gente. Doi Mae salong. Marzo 2015.

Ahora sí tengo el mejor asiento posible, en un palco VIP de un teatro llamado mundo...

Me acompaña un caballero,
sin esmoquin, pajarita, capa o sombrero.
La gente sonríe al vernos pasar,
¿será porque soy feo, blanquito o extranjero?. 
Coja de mi mochila el chaleco, caballero,
que tengo frío, y resfriarme no quiero.




Vi quemar rastrojos en directo. Todo estaba lleno de humo. Sabía que las montañas estaban detrás, pero era imposible verlas. Así llegamos a la intersección con la autovía hacia Chiang Rai. Al bajar, una pareja de franceses me dijeron que contaron 23 personas en total, y que pasaron muy mal rato porque no tenían sitio para las piernas. La verdad es que salieron asfixiados los pobres. 

En Chiang Rai tomé el segundo autobús que me llevaría ya directamente a Chiang Khong, paso previo y necesario para cruzar a Laos.

Para resumir, Doi Mae Salong representa un gran cambio respecto a lo visto en el resto de Tailandia, mucho más tranquilo, y donde disfrutar e interactuar con etnias del lugar. Pero en esta época es un auténtico secarral, por lo que si no dispones de mucho tiempo en tu viaje, mejor disfrutar de esos días en otros lugares. Si es la temporada donde las plantaciones de té están en su apogeo, merecerá la pena ir. 

Comparte esta aventura:

Publicar un comentario

 
Copyright © La Aventura del Dragón.