Sydney es la ciudad más grande y
poblada de Australia, y capital del estado de Nueva Gales del Sur. También es
la más antigua, pues fue el primer asentamiento británico formado por convictos
llevados allí desde Inglaterra en el año 1788. Lo hicieron a orillas de la
bahía Jackson, más conocida como la bahía de Sydney. Al igual que Melbourne,
siempre está en las primeras posiciones de las ciudades del mundo con mejor
calidad de vida. El Parque Nacional Blue Mountains (Montañas Azules) es una preciosa, impresionante y obligada visita a menos de una hora del centro de Sydney.
Había pasado toda la noche
anterior en el aeropuerto de Auckland. En mitad de la misma, cuando intentaba
dormir estirado en tres asientos, nos desalojaron por una alarma de fuego real.
A pesar de que llegaron los bomberos, no pareció nada serio, pero estuvimos a
la intemperie entre 45 minutos y una hora, tiempo suficiente para congelarnos
de frío. Eso me despejó totalmente. Mi vuelo partió hacia el aeropuerto de Sydney (Kingsford Smith) a las 7:20 de
la mañana, y como tienen dos horas de diferencia, llegué a las 9:00. Dejaba
atrás 34 días de aventuras y experiencias en Nueva Zelanda (aún en
construcción), con la satisfacción de haber hecho realidad por fin uno de mis
sueños.
Sydney
Desde el aeropuerto tomé el tren directo hacia el centro de Sydney por 17,40
dólares australianos, algo caro, porque tarda tan solo 15 minutos. El hostal
que había reservado se encontraba en la calle Pitt, una de las arterias del
centro de la ciudad. Concretamente, entre la estación de ferrocarril Central y
el centro financiero, y también al lado de chinatown. Se llamaba Sydney Central
Inn, y pagué 22 dólares por una cama en un dormitorio compartido de 4, con baño
fuera. El dormitorio tenía un pequeño frigorífico dentro, y también una pequeña
mesa con dos sillas. El personal era joven y simpático, aunque la cocina no me
pareció muy adecuada para usarla.
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Chinatown. Sydney. Agosto 2016. |
Era temprano, así que no pude
hacer el check-in, como ya suponía. Dejé la mochila grande y comencé mi visita
a la ciudad por chinatown, el barrio chino. Era domingo aquel día, y el gran
mercado Paddy bullía ya de gente. Eché un vistazo a varias cosas, como sudaderas y mochilas, y los precios eran muy económicos. Restaurantes y otros locales completaban el
decorado de un barrio donde la comunidad china ha vivido desde el siglo XVIII.
Tuve que volver al hostal para
cambiarme de camiseta y dejar la chaqueta. En unas horas había pasado de 5 a 25 grados centígrados. Y
tenía hambre, por lo que seguir el gps de mi teléfono móvil para localizar el
restaurante japonés Don Don, de la misma cadena al que utilicé varias veces en
Melbourne.
Se encontraba en la calle Oxford,
que, por lo que pude ver, supuse que era la avenida principal del barrio gay de
Sydney. Multitud de banderas multicolor colgaban a ambos lados de la misma. La
sorpresa fue que el precio del mismo plato era 4 dólares australianos más caro
que en Melbourne. Al preguntarle la razón a la chica que me atendió, no supo
responderme. Eso sí, como siempre, la comida estuvo muy buena, y la cantidad
fue generosa. Igualmente recomendable.
Visité luego Hide Park, un gran
espacio verde en medio del centro de Sydney, comenzando por el Anzac Memorial.
Al igual que el Shrine of Remembrance de Melbourne, está dedicado también a
todos los australianos que dieron sus vidas en las diferentes guerras mundiales. Por allí vi a una especie rara de ave que no había visto antes. El segundo gran atractivo del parque es la fuente Archibald, considerada la
mejor fuente pública de Australia, y no es para menos. Justo en frente está la
catedral católica St. Mary, otra preciosa e imponente obra arquitectónica,
tanto por fuera como por dentro. Es la iglesia más grande de Australia.
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Interior del Anzac Memorial. Sydney. Agosto 2016. |
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Anzac Memorial. Sydney. Agosto 2016. |
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Una de las estatuas de la fuente Archibald. Sydney. Agosto 2016. |
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Catedral St. Mary. Sydney. Agosto 2016. |
Desde aquella zona se divisaban los grandes rascacielos de la ciudad. La idea inicial era regresar al hostal a descansar después de comer, imaginando que la noche anterior en el aeropuerto de Auckland me pasaría factura. Todo lo contrario. Estaba fresco, entusiasmado con todo lo que estaba viendo, ávido de más.
Pasando de largo frente a la
Galería de Arte de Nueva Gales del Sur, crucé los Jardines Botánicos Reales para llegar al que es uno
de los mejores miradores de la ciudad, Mrs Macquarie’s Chair. Lo confirmaba el
hecho de estar lleno de turistas haciendo fotografías. Desde allí las vistas
son increíbles. Hacia la ciudad, el Palacio de la Ópera (Sydney Opera House),
el puente del puerto (Sydney Harbour Bridge) y el Fuerte Denison.
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Vistas desde el Mrs. Macquarie's Chair. Sydney. Agosto 2016. |
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Sydney Opera House y Harbour Bridge desde Mrs. Macquarie's Chair. Agosto 2016. |
Bordeé los Jardines hasta llegar al edificio de la Ópera, el más emblemático de Sydney, que posee una estructura en forma de velas con azulejos blancos. Pensaba que era una construcción relativamente moderna, pero se terminó en el año 1973. Diferentes restaurantes y cafeterías copaban una zona absolutamente abarrotada de gente aquel domingo.
Justo al lado estaba la terminal
de transbordadores Circular Quay, que conectan el puerto con otros suburbios de
Sydney. Allí también está el Museo de Arte Contemporáneo, la aduana histórica
de la ciudad y una oficina de información turística. Todo de camino hacia Las
Rocas (The Rocks), el barrio más antiguo de la ciudad, y sede del mercado The
Rocks, que se levanta los domingos por la mañana. Es decir, ya estaba cerca de
cerrar. Hay edificios históricos renovados, cafeterías y restaurantes, galerías
de arte o tiendas de recuerdos. El ambiente era estupendo, y el buen día lo
acompañaba. De nuevo, algo reconfortante tras el frío invierno de Nueva
Zelanda.
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Vistas de la ciudad y Circular Quay desde Sydney Opera House. Agosto 2016. |
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Sydney Harbour Bridge. Agosto 2016. |
Las últimas casas se situaban
bajo la sombra de uno de los extremos del Sydney Harbour Bridge,
construido en el año 1932. Se puede recorrer con un guía y sistemas de
seguridad, pero me asustaron los precios, de más de 300 dólares australianos
según la hora del día. Me recordó muchísimo al famoso puente Luis I de Oporto.
Desde allí, de vuelta al hostal,
callejeé por las calles del centro financiero de Sydney, flanqueadas en todo momento por
grandes rascacielos. La calle Pitt parecía la más concurrida, con varios
centros comerciales a sus lados. Encontré un supermercado donde comprar la cena
y el desayuno del día siguiente. Tuve suerte, porque estaban bajando los
precios en ese momento, y compré medio pollo y patatas fritas por 4,5 dólares.
Al llegar al hostal, estuve
charlando un rato con el encargado, preguntándole por la excursión hacia las
Blue Mountains (Montañas Azules) y otros puntos de interés. Al llegar al
dormitorio, había dos personas durmiendo. No quise despertarles, por lo que
dejé las mochilas y bajé a cenar a la sala común. Allí encontré a una señora
mayor británica, que posiblemente estuviera cerca de los 80 años. Era muy
simpática, estuvimos conversando más de una hora. Después, me di una ducha y ya
no volví a salir más, el cansancio finalmente me alcanzó.
Ya acostado y con las luces
apagadas, llegó un hombre de mediana edad con comida. Encendió la luz, que
volvió a apagar al verme. Y, sin embargo, abrió las cortinas para que la luz de
las calles penetrase en el dormitorio. No sé que era lo que comía, pero tenía
un olor fuerte, más el ruido que hacía él al masticar. Le pedí entonces el
favor de bajar a la sala común, por el olor, y para dejarme dormir. Con gran
desgana, indiferencia y, por supuesto, gran falta de respeto, me dijo que
estaba cansado para hacerlo. Volví a pedírselo por favor, y sin contestarme,
siguió comiendo. Ya no aguanté más esa falta de respeto en dormitorios compartidos.
Me levanté, encendí la luz y le grité que se fuese inmediatamente. Al negarse,
cogí sus envases de comida, abrí la puerta, y los dejé en el suelo.
Eso le dejó en shock, y se fue
corriendo a llamar al gerente del hostal. Entre tanto, me senté a esperar en mi
cama. Volvió solo, diciéndome que ya subía. Gritaba que él era australiano y
que estaban en Australia, como si eso fuera motivo suficiente para hacer lo que quisiese sin límite alguno.
Llamó a la policía delante de mí, y les dijo, mientras yo seguía sentado
escuchándolo, que le había asaltado y que fuesen inmediatamente. Supongo que le
contestarían que hablase primero con el encargado del hostal, porque
evidentemente no aparecieron.
Éste llegó a la habitación, el chaval joven con el que había charlado al llegar. También el otro con el
que lo hice por la mañana. El tipo, aún gritando, les contó su versión,
y a la hora de pedirme la mía, seguía hablando sin dejarme hacerlo a mí. Yo
estaba absolutamente tranquilo, y lo primero que dejé claro es que en ningún momento
lo había tocado, y que era mentira eso de que le había asaltado. Les expliqué
lo que había pasado, y cómo le había pedido educadamente varias veces el
bajarse abajo y respetarme. También lo que había hecho yo para cenar cuando
llegué, y siendo sólo las seis de la tarde y encontrarme a los otros dos
durmiendo, me bajé para no despertarles.
Al final le ofrecieron un cambio
de habitación y lo aceptó, sin dejar de gritar eso sí. El encargado se quedó
hablando conmigo, y para mi sorpresa, comenzó a pedirme disculpas. Le dije que
no debía hacerlo porque no era su culpa. Me contó que a veces pasaba
encontrarse con gente así en dormitorios comunes, y me ofreció un desayuno
gratuito para la mañana siguiente que rechacé. No era su culpa y no iba a
permitir que pagasen por ello. Lo que no entendió fue porqué el tipo aquel
llamó a la policía, y menos diciendo que le había asaltado. Con lo
fácil que habría sido simplemente bajar una planta y comer en la sala común,
que además, para eso están.
Al despertarme, saqué del
frigorífico mi desayuno y bajé a dicha sala para evitar despertar a las otras
tres personas del dormitorio. Si pido respeto, es porque siempre lo doy. Allí
volví a encontrarme con la señora mayor del día anterior, a la que le conté lo
sucedido. Se indignó y enfadó. Me contó que no era la primera vez que oía o
veía cómo alguien llamaba a la policía diciendo que le habían asaltado, lo que
me sorprendió. Y claro, evidentemente también pensaba que en los dormitorios
comunes hay que ser respetuoso con los otros. Que sean económicos no significa
que puedas hacer lo que quieras o comportarte como si estuvieras en tu casa. O
peor. Cualquier persona cuerda opinaría lo mismo.
Paseé por la zona a lo largo de
la calle Pitt, visitando nuevos edificios. Entre ellos estaban la catedral St.
Andrews, la más antigua de Australia, o el ayuntamiento de Sydney, construido en el año 1880 y único edificio no religioso que conserva su función e interior original. Al lado de ambos, y también de la misma época, está otro de los edificios antiguos de la ciudad, el de la reina Victoria (Queen Victoria
building). Por último, la Torre de Sydney, más conocida como AMP Tower, que es la
tercera más alta del hemisferio sur con sus 309 metros de altura, aunque
no subí. Algunas fachadas estaban pintadas de manera llamativa, en una especie de arte callejero.
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Ayuntamiento. Sydney. Agosto 2016. |
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Queen Victoria building. Sydney. Agosto 2016. |
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Interior del Queen Victoria building. Sydney. Agosto 2016. |
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Arte callejero. Sydney. Agosto 2016. |
Volví al hostal para recoger la mochila y despedirme del personal. Caminé hasta la zona alrededor de la estación Kings Cross, a dos kilómetros de distancia. Es una zona con pubs, cafeterías, hostales baratos y más ambiente nocturno que quería conocer, por lo que reservé el siguiente hostal allí. También es el barrio rojo de Sydney. Se llamaba Zing Backpackers, y pagué 25 dólares australianos por una cama en un dormitorio mixto de seis, con desayuno incluido y baño compartido fuera. Más otros 20 como depósito por la llave. Está en la calle Victoria. Mucha gente joven por allí. De hecho, todos los que encontré.
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Dejé la mochila grande y me fui a
ver la famosa playa Bondi. Cogí el metro hasta la estación Bondi Junction por 4 dólares, donde también paran autobuses. El transporte en Sydney es
muy caro. Se supone que con una tarjeta de transporte recargable ese precio
disminuye. Sin embargo, comprarla cuesta 15 dólares más la recarga, que no
compensa a menos que vayas a estar varios días en la ciudad utilizándola mucho. Por no
tenerla, me encontré con el problema de no poder pagar en metálico en el
autobús de dicha estación, aunque posteriormente, sí pude hacerlo en otros.
Supongo que depende del conductor.
Decidí por tanto caminar hasta la
playa Bondi, a algo más de tres kilómetros de distancia, pero cuesta abajo, por
lo que se llevaba bien. Además el día era bueno. No echaba para nada de menos
el frío de Nueva Zelanda. Eso me permitió conocer bien aquella zona y el tipo
de casas de los barrios residenciales de Sydney. Paré a medio camino en una
pizzería Domino’s, con una promoción de una pizza mediana por 5,95 dólares a
recoger en la tienda. Muy recomendable.
La playa era muy bonita, llena de
gente, y muchos haciendo surf. No invitaba a bañarse, porque ya avisaban de que
las corrientes eran fuertes. La cultura de playa en Sydney está muy arraigada,
forma parte de su estilo de vida. La ciudad tiene muchas de ellas, y Bondi es
una de las más populares. También la ruta costera desde ésta a la playa Coogee,
a unos 6 kilómetros
de distancia, que transcurre por acantilados, parques, miradores y otras playas
más pequeñas. Y también a través del cementerio Waverley, que fue lo que más me
sorprendió, aunque reconozco que tenía esculturas y tumbas dignas de admirar.
Pero esto sólo era temporal, ya que estaban arreglando el paso original, dañado
durante las tormentas que se dieron dos meses antes.
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Ruta desde la playa Bondi hasta Coogee. Sydney. Agosto 2016. |
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Ruta desde la playa Bondi hasta Coogee. Sydney. Agosto 2016. |
Desde allí volví directamente al
centro de Sydney, pagando los 3,80 dólares del billete directamente en el autobús.
Me bajé en la estación Central, y caminé de nuevo hasta Hide Park, donde tomé
tranquilamente un café para descansar. Fui a la biblioteca para ojear
diferentes vuelos para el día siguiente. Tenía la sensación de que no quería
seguir viajando más.
Al regresar al hostal, y después
de haber mirado diferentes ofertas, decidí comprar allí la excursión hacia las
Blue Mountains (Montañas Azules). Hacían simplemente de intermediarios, sin
comisión alguna. Elegí, por su recomendación, la compañía Happy Coach, por 70
dólares. Los 20 primeros los dejé allí como reserva, y los restantes al día
siguiente. Tenía que estar a las siete de la mañana frente al hotel Holiday
Inn, a unos 200 metros ,
al comienzo de la calle Victoria, por lo que me acosté pronto. Al principio no
pude dormir por el ruido y los otros huéspedes entrando y saliendo, pero
sorprendentemente, a partir de las once de la noche todo quedó en silencio.
El desayuno estaba compuesto por
cereales y tostadas, y al hacer el check-out, dejé la mochila grande en el
hostal contiguo, también de la misma compañía. La recepción allí estaba abierta
las 24 horas.
Blue Mountains, las Montañas Azules
El Parque Nacional de las Blue Mountains es Patrimonio de la Humanidad, y se ha convertido en uno de los destinos turísticos más populares de toda Australia. Acantilados de arenisca, precipicios, cañones, cascadas, montañas y bosques de eucalipto. Todo eso se puede ver allí.
En el autobús de la excursión había dos chilenas jóvenes con las que conversé en español, dos polacas de mediana edad, una pareja de Singapur y una familia de alemanes. El conductor y guía, Rod, también era de mediana edad, un simpático y divertido australiano con muy buen humor que hizo de la excursión una muy buena experiencia, llevándonos también a lugares menos turísticos. Muy recomendable hacerla con ellos.
En el autobús de la excursión había dos chilenas jóvenes con las que conversé en español, dos polacas de mediana edad, una pareja de Singapur y una familia de alemanes. El conductor y guía, Rod, también era de mediana edad, un simpático y divertido australiano con muy buen humor que hizo de la excursión una muy buena experiencia, llevándonos también a lugares menos turísticos. Muy recomendable hacerla con ellos.
La primera parada fue la cascada
Wentworth y el valle Jamison, sobre el que se despeña en una caída de casi 300 metros de altura.
Hay diferentes miradores y senderos en aquel punto. Más que la cascada en sí,
fue la panorámica hacia el valle lo que ya dio sentido a haber realizado esa
excursión. Rod nos condujo un rato por parte de algunos senderos, para que
tuviésemos una mejor vista del valle y las montañas. Y también hacia otra cascada
mucho más pequeña.
Valle Jamison. Blue Mountains. Agosto 2016.
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Veía un camino que bajaba hacia
el fondo del valle Jamison rodeando el acantilado, y sentía un impulso
incontrolable de dejar el grupo y comenzar a recorrerlo. También el que nos
encontrábamos. Seguir al guía en lugar de hacer lo que te gustarías es lo malo
de los grupos organizados, y por eso siempre intento evitarlos. En ese caso, no
obstante, haberlo hecho hubiera requerido mucho mejor preparación y equipación
por mi parte.
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Cascada Wentworth. Blue Mountains. Agosto 2016. |
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Valle Jamison. Blue Mountains. Agosto 2016. |
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Cascada Wentworth. Blue Mountains. Agosto 2016. |
La comida estaba incluida en el
precio, pero Rod nos contó que algo se estropeó y no pudieron
preparar nada. A cambio, nos llevó a una panadería-cafetería donde comprarla,
pagándola él claro. Siguiendo su recomendación, elegí un pastel de carne de
ternera con algo más que no recuerdo. Pero no lo comimos allí, él había elegido
un enclave sin igual para hacerlo.
Nos llevó entonces a un lugar apartado
de las masas de turistas, secreto en cierto modo, sólo conocido por los mejores
guías, y él era uno de ellos. Condujo por la autopista un tramo, y se desvió
hacia la derecha, a la parte del Parque Nacional opuesta a donde estaban los
puntos más turísticos. Llegamos así al mirador Anvil Rock, un lugar
espectacular, con vistas difíciles de olvidar hacia el valle Grose. Nos llevó
hasta las rocas más altas, donde nos sentamos a comer, incapaces de hacerlo sin
mirar el paisaje, un auténtico regalo de la naturaleza.
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Valle Grose desde Anvil Rock. Blue Mountains. Agosto 2016. |
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Bosque de eucalipto desde Anvil Rock. Blue Mountains. Agosto 2016. |
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El grupo en Anvil Rock. Blue Mountains. Agosto 2016. |
Al terminar, nos llevó a otro mirador
cercano también hacia el valle Grose, el Pulpit Rock, que fue sencillamente impresionante. Antes de bajar,
me dijo que me hiciera cargo del grupo, que él se quedaba leyendo el periódico
un rato. La razón, que había que bajar un tramo considerable de escaleras y,
especialmente, subirlos de vuelta.
Había una cascada frente a
nosotros, a lo lejos, pero era la inmensidad del Parque Nacional de las Blue
Mountains lo que te dejaba sin palabras. Dejaré que las fotografías hablen por
sí mismas, porque es difícil explicar la belleza de lo que vi. Y otra vez las
ganas de recorrer cuantas rutas se abriesen camino a través del valle Grose y
las montañas.
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Pulpit Rock y valle Grose. Blue Mountains. Agosto 2016. |
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Valle Grose desde Pulpit Rock. Blue Mountains. Agosto 2016. |
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Valle Grose desde Pulpit Rock. Blue Mountains. Agosto 2016. |
Y entonces sí, nos llevó ya a
visitar las formaciones de arenisca conocidas como las tres hermanas (Three Sisters), y la
leyenda aborigen que las rodea, el punto más conocido y turístico de las Blue
Mountains. Como cabía esperar, estaba repleto de gente.
La siguiente parada fue el
mirador Sublime Point, y después otro al que él iba de niño y al que hacía
años que no regresaba, el Rocket Point. Otro lugar
al que nunca iban el resto de turistas convencionales. Nosotros éramos un grupo
pequeño que seguía sus instrucciones sin retrasarnos, con un autobús muy pequeño,
fácil de llevar. Eso hizo que nos sobrara tiempo suficiente para ir hasta dichos sitios. Fue como un premio.
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Valle Jamison desde Three Sisters. Blue Mountains. Agosto 2016. |
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Three Sisters. Blue Mountains. Agosto 2016. |
Nos dejamos mucho por ver, por supuesto. No
sólo porque es un lugar donde podrías pasar más de una semana realizando
trekkings, y explorando la garganta y las montañas. Sino también porque Rod no nos recomendó hacer las típicas turistadas del lugar, como subir a los Scenic Skyway o Scenic Flyway, muy caros además. Sí me hubiese gustado ver, sin embargo, las cuevas Jenolan y la de las manos rojas (Red Hand Cave), pero no había tiempo. Por si tenéis la oportunidad, podéis obtener más información
en las páginas oficiales de turismo de Australia y Sydney.
Al regresar al centro de Sydney,
le pedí a Rod que me dejase en Hide Park, porque quería ir nuevamente a la
biblioteca a reservar mi vuelo de vuelta a Fukuoka. Algo fallaba en las
operaciones, porque no recibía el mensaje en mi teléfono móvil para confirmar
el pago online. Volví al hostal, recogí la mochila y decidí ir al aeropuerto a
intentar comprar el billete directamente allí, algo que nunca había hecho
antes.
Había una cola enorme para
facturar en el avión de AirAsia que quería tomar hacia Taipei, con escala en
Kuala Lumpur. Y desde allí, otro hacia Fukuoka. Pregunté en el mostrador si
podía comprar el vuelo directamente allí, y me contestaron que sí, pero que
tenía que esperar. Me puse en la fila, y dos minutos más tarde, me hicieron una señal
para que me acercase. Compré el billete sin problemas, algo más caro que en la
página web, pero allí se paga una comisión por pagar con tarjeta, así que al
final es lo mismo.
Aterrizaje de emergencia
Todo había salido genial. Había
visto lo más importante de Sydney, callejeando sin parar. Había visto las Blue
Mountains. Y había conseguido un vuelo a última hora. Cené un gran plato
de pad thai en un restaurante tailandés, y para rematar, me tocó en una fila
central del avión donde tenía tres asientos solo para mí. Me puse los tapones
de los oídos, me tumbé, e intenté dormir. Y lo conseguí, porque de repente me
tocaron el hombro para despertarme y decirme que me incorporase porque íbamos a
aterrizar.
Miré el reloj y sólo habían
transcurrido algo más de tres horas. Nadie hablaba. Algo pasaba. Las azafatas corrían
de un lado a otro. Se sentaron y pusieron los cinturones. Veía la cara de dos
de ellas, que parecían asustadas. No sonreían y cerraban los ojos. Le pregunté
a alguien de otra fila, que resultó ser española. Iba con su novio. Me dijeron
que no sabían nada, sólo que tenían que realizar un ¡aterrizaje de emergencia!,
en ¡Melbourne!.
Tras más de tres
horas deberíamos estar ya cerca de Darwin, al norte de Australia, no
prácticamente a la misma altura. Cuando tomamos tierra, vi a varios camiones de
bomberos y ambulancias preparados para asistirnos. Al salir, pregunté a una
azafata qué pasaba. Sólo sabía que había fallado un motor, pero que no sabían
mucho más. Adelaida era el aeropuerto más cercano, pero AirAsia no tenía
personal de tierra allí. No sé hasta qué punto fue prudente correr el riesgo de
ir más lejos sólo por eso.
No había facturado, por lo que
llegué el segundo al mostrador donde teníamos que esperar. Lo hicimos una hora,
quizás más. Allí, cinco mujeres que no eran de la compañía recibían formación
sobre cómo proceder y manejar el sistema informático. Cuando me atendieron, me
recolocaron en un vuelo con salida a las 9:35 de la mañana con destino Kuala
Lumpur. También me cambiaron la conexión hacia Taipei, llegando a las 22:00 de
la noche. Asami consiguió comprarme el trayecto Taipei – Fukuoka con
salida a las 6:40 de la mañana, debido a mis problemas con el móvil. Es decir,
pasaría lo que quedaba de noche en el aeropuerto de Melbourne, y la siguiente
noche en el de Taipei.
A la pareja española, que no
tenía otra conexión, no les dieron un vuelo hasta la noche del día siguiente,
por lo que les pagaron un hotel para esa noche y el taxi para llegar. Pregunté si darían un café o algo para tomar, y entonces me
hicieron un vale por 10 dólares. Increíble que no lo diesen directamente. De todas formas, lo importante es que finalmente no pasó nada grave y puedo estar contándolo ahora.
En resumen, Sydney es otra ciudad vibrante con mucho que ver. Los tres días que yo estuve no son suficiente, al menos si quieres conocerla a fondo y ver mucho más que lo típico. Una parada obligada en un viaje por Australia, al igual que el Parque Nacional Blue Mountains (Montañas Azules). Impactante, naturaleza viva.
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