Yogyakarta, en el centro de la isla de Java, está considerada la
capital cultural de Indonesia, donde la artesanía tradicional, con el batik o las marionetas como grandes ejemplos, se encuentran muy presentes. A ello también ayuda que en sus inmediaciones se halla el templo hindú más grande de Indonesia, Prambanan. Y no muy lejos de la ciudad, también se encuentra el templo budista más grande del mundo, Borobudur.
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Templo Prambanan. Yogyakarta. Enero 2016 |
Llevaba más de un mes en Fukuoka, donde
había pasado la primera Navidad completa alejado de los míos y de mi
querida España y sus tradiciones en esas fechas, tan distintas a las japonesas. Compré un billete hacia Yakarta, la capital de Indonesia, para el día
26 de Enero, donde llegaría justo tras las doce de la noche. No me quedaría
allí, cogería otro vuelo a la mañana siguiente, temprano, hacia Yogyakarta. Lo
decidí así principalmente por dos razones. La primera, por recomendación de
Tomi, mi amigo finlandés que conocí en Laos, y que ya me dijo lo mismo sobre
Manila y al final tuvo razón. También por todos los comentarios similares que
leí en internet de otros viajeros. La conclusión era la misma, no merecía la
pena quedarse en la capital. Y la segunda, porque días antes se produjeron
varios atentados en el centro de la misma, con múltiples explosiones y
disparos. Al hacerlo, olvidé completamente el hecho de que, para viajar a Indonesia, se
necesita un billete de salida, que me pidieron al facturar mi mochila en el aeropuerto. Por
suerte, está la página de GoMosafer, que ya expliqué al final de esta entrada, y
realicé una reserva sin pagarla hacia Nueva Zelanda, el que quería que fuese mi siguiente destino.
Al llegar al aeropuerto de Yakarta ya de noche, y después de pasar el control de entrada al país, pregunté a un policía dónde debía ir para coger un vuelo doméstico, y me dijo que a la terminal 1A. En el autobús gratuito de traslado entre terminales, coincidí con dos españoles jóvenes que estudiaban en Beijin y tenían un mes de vacaciones por el nuevo año chino. Cuando llegué a la terminal, me dijeron que los vuelos domésticos de mi compañía, Lion Air, salían desde la terminal 3. Tuve que esperar más de media hora a que volviese a llegar el autobús. Y una vez allí, me senté tranquilamente a sabiendas de que tenía varias horas aún por delante antes de que abriesen los mostradores de facturación.
Yogyakarta
Al acercarnos a Yogyakarta, pude ver desde la ventanilla del avión que
la naturaleza que la rodeaba era espectacular, lo que me alegró después de tantas
horas de viaje. El aeropuerto era pequeño, y nos bajaron directamente en la pista
de aterrizaje, a pocos metros del edificio donde se situaba la pequeña cinta donde
recogí mi mochila. En los países asiáticos es una norma que te aborden los
taxistas locales, especialmente los ilegales, y los trabajadores de compañías
turísticas, e Indonesia no fue una excepción. Caminé directamente hacia la
oficina de información, rechazando educadamente cualquier proposición al
respecto que me hicieron durante aquellos pocos metros. Allí me dijeron que el
transporte público que te lleva al centro de la ciudad, y a otros puntos de
ella, se llama Transjogja Bus, que tiene paradas elevadas respecto al suelo en
las calles, y una entrada en la que tienes que pagar el billete antes de acceder. El
precio hasta la calle Malioboro, la arteria central y turística de Yogyakarta, fue de 3.600 rupias indonesias. El cambio en aquel momento era de unas 15.000
rupias por cada euro. Es decir, moverse así era muy económico, especialmente
teniendo en cuenta que el coste del taxi desde el aeropuerto oscilaba entre las
75.000 y 100.000 rupias, lo que no merece la pena en absoluto pues el
Ttransjogja Bus funciona muy bien.
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Aeropuerto de Yogyakarta. Enero 2016 |
Había visto en el mapa que mi hostal se encontraba cerca de la calle
Malioboro, pero no sabía que era bastante larga ni que tenía tres paradas del
Transjogja, así que me bajé en la primera. Tuve que andar casi media hora hasta
llegar al Edu Hostel, aunque me sirvió para echar un primer vistazo a los
puestos, la gente y el ambiente en general. El hostal tenía más pinta de hotel que de hostal,
y pagué 80.000 rupias por una cama en un dormitorio de seis, con baño dentro y
desayuno incluido. Es muy recomendable, y tiene además una azotea en el sexto
piso con vistas a la ciudad. Sin embargo, como era aún muy temprano, no pude
facturar, algo que ya suponía, así que me guardaron la mochila grande en la
habitación que tenían disponible para ello, y volví a la calle Malioboro para
comenzar a explorar la ciudad.
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Calle Malioboro. Yogyakarta. Enero 2016 |
No tardé mucho en toparme con la primera situación desagradable
relacionada con las personas que intentan engañar y acosar a los turistas, como
en otros países del sudeste asiático. Sin embargo, en Indonesia, éstos se alzarían
con el más que dudoso honor de ser los peores, según mi experiencia claro, por delante
de los que hasta entonces ocupaban tal posición, los camboyanos. Como otras tantas
veces, un hombre comenzó a preguntarme lo típico, como de dónde era. Finalmente
me comentó que conocía un museo de batik gratuito allí mismo, que acababa su
exposición al día siguiente. Evidentemente sabía que había gato encerrado, pero
igualmente estaba a tan solo unos metros, así que accedí a acompañarle.
El batik es una técnica
utilizada para colorear tejidos, donde las zonas que no se quieren teñir, se
cubren de cera, que se resquebraja una vez endurecida. Así, dependiendo de los
diferentes colores que tenga el dibujo, el proceso se repite varias veces. Este
es un resumen muy básico de una técnica también extendida en otros países,
aunque el batik javanés está considerado como el original y más popular. De hecho, es Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Al supuesto museo se accedía a través de una pequeña puerta en la
calle principal sin letrero o indicación alguna (otro indicio de trampa), y después de subir las escaleras del
primer piso, me encontré con una gran habitación llena de cuadros de batik. Al
principio, el hombre fue muy amable, y después de ofrecerme un vaso de té, me explicó todo
lo relacionado con este arte local (cómo se pinta, qué instrumentos se
utilizan, los materiales, etc.). Me enseñó un libro escrito con lápiz para intentar
convencerme de que los artistas procedían de distintos países. Y posteriormente
apareció uno de ellos. Después de charlar un rato con él, comenzó a decirme los
precios de los distintos cuadros, por tamaños y, especialmente, por colores. Es
decir, si tenía muchos colores distintos, uno pequeño podía valer más que uno
grande, porque lleva más trabajo. A pesar de que algunos de ellos eran
realmente bonitos, le dije que no podía comprar ninguno, y con un cambio de actitud que tornó a muy desagradable de un segundo a otro, abrió
la puerta y esperó a que saliese sin decirme absolutamente nada. Aunque algo
esperaba, siempre se te queda un mal sabor de boca.
Nada mejor para quitármelo
que probar un plato típico de Java central, el gudeg. Es una especie de
estofado de yaca (jaca o nangka, una fruta local) y leche de coco, mezclado con
pollo, ternera, huevo o tofu. Es decir, que tiene variantes, aunque todas ellas con
un sabor dulce. No estuvo del todo mal, aunque no volví a probarlo de nuevo. Seguí caminando
por la calle Malioboro hasta llegar al final, y luego por una zona más alejada
que había visto cuando iba en el Transjogja Bus, a las orillas de un río, que
mostraba la pobreza de la ciudad. De vuelta, entré en el palacio del sultán o Kraton,
por 7.000 rupias, y otras 12.500 después para ver otra zona del mismo. Tanto Yogyakarta
como Surakarta, que visité en días posteriores, aún conservan el estatus de sultanato,
anterior a la época precolonial. El palacio es en realidad un gran complejo
venido a menos, donde viven varios miles de personas, muchos de ellos séquitos
del sultán, y en el que se promociona el arte local. Y digo venido a menos,
porque había varias zonas cerradas al público, y lo que se permite ver no me
pareció para nada interesante.
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Una vista distinta de Yogyakarta. Enero 2016 |
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Palacio del Sultán. Yogyakarta. Enero 2016 |
Con el segundo
billete que pagué, una de las guías me acompañó por el laberinto que
conforman las estrechas calles del recinto. Se detuvo en un taller donde
fabricaban marionetas tradicionales a mano, y allí, encargó a otra persona que
hablaba inglés que me explicara cómo las hacían. Y mientras un señor ya
mayor seguía trabajando en una de ellas, él me enseñó las distintas
herramientas que estaba utilizando, y cuál era el resultado final, en una sala
contigua, con decenas de ellas listas para vender. Me invitó a volver por la
noche y ver el teatro de marionetas. Después paramos en otra tienda con cuadros de batik. Y, por último, en una cafetería donde vendían una variedad muy popular en el país, y también muy cara, el luwak. Para conseguirla, se utiliza un pequeño marsupial de la familia de
las civetas. El proceso,
a groso modo, es que el animal ingiere los granos de café, que luego excreta,
proporcionándole un sabor especial gracias al proceso de fermentación. Las 60.000 rupias que costaba una taza me terminaron de convencer, pues con el calor que hacía a esa hora, lo que menos me apetecía era tomar un café caliente. También el hecho de haber probado ya en el pasado una taza de otras variedades muy famosas y caras, arábica en Pakse, Laos, y weasel en
Dalat, Vietnam, sin haber podido apreciar muy bien la diferencia respecto a otra normal, pues no soy muy cafetero, y siempre que lo tomo lo hago con leche.
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Elaborando marionetas. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Marionetas terminadas. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Cuadros de batik. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Cuadros de batik. Yogyakarta. Enero 2016 |
Llegué después al
Castillo de Agua o Taman Sari, el que antaño fuera el jardín del Sultán, un lugar donde descansar y meditar, que fue construido en el siglo XVIII. Su entrada costó 15.000 rupias, y allí mismo, un hombre de mediana edad se ofreció a ser mi guía gratuito. Varias veces le repetí que si al finalizar la ruta me pedía dinero, no lo daría nada, y éste, que hablaba inglés, me repitió otras tantas veces que estaba claro. Un rato después entendí el por qué. Me explicó la historia del recinto, en la que la primera zona, la de los baños, a la que se accede tras cruzar la puerta principal, es la mejor conservada. En el pasado, las concubinas del sultán se bañaban allí y esperaban que éste eligiera a una de ellas. En cierta medida, me recordó al Patio de la Ría del Palacio del Generalife, en la Alhambra de Granada. Le comenté esto, y que en España contamos con importantes monumentos árabes. Fue una charla amena.
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Baños del Taman Sari. Yogyakarta. Enero 2016 |
Me llevó hasta una antigua mezquita circular y completamente diferente a cualquier tipo de construcción religiosa musulmana que hubiese visitado anteriormente. Entre medias, pasamos por distintas callejuelas estrechas, con casas a ambos lados, y en las que iba saludando a niños y adultos. En realidad, el complejo había sido ocupado por los trabajadores del sultán y sus familias, que habían hecho de aquello un barrio más de la ciudad. El asentamiento se situaba en lo que antiguamente fue un lago artificial. Por último, me llevó hasta las casas de su hermano y hermana, llenas de cuadros de batik. Me contó que allí el precio era más barato que en la calle Malioboro, y era verdad. De hecho, los estafadores del centro compraban allí los cuadros para revenderlos luego dos o tres veces más caros a los turistas. Esa era la razón del tour gratuito, intentar que luego comprase un cuadro de batik, lo que estuve a punto de hacer, porque al igual que los que vi en la calle Malioboro esa mañana, me gustaban mucho. Y si no lo hice, fue porque pensaba en cómo transportarlos en mi mochila durante varios meses sin deteriorarlos, y en el peso extra que supondría. Después de aquello, y notando ya el cansancio de la noche sin dormir, regresé al hostal para descansar un rato.
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Vistas de la ciudad desde la azote de mi hostal. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Vistas de la ciudad desde la azotea de mi hostal. Yogyakarta. Enero 2016 |
Más tarde quedé con Steve, un local que se ofreció a hospedarme en la
ciudad dos noches, aunque finalmente decidí dormir la primera en el hostal
porque supondría que me acostaría pronto tras el viaje y el primer día allí. No
obstante, vino a recogerme con su motocicleta para cenar por el centro junto
con su otro huésped, Wilfred, un muchacho joven de Singapur. Lo hicimos en uno
de los puestos en la calle que conocía, lo que aseguraba comida decente a buen
precio. Eran simpáticos, por lo que pensé que la siguiente noche, ya en la casa
de Steve, sería agradable.
Lo malo llegó por la noche, cuando ya durmiendo, comencé a rascarme
varias zonas del cuerpo entre sueños. De repente, caí en la cuenta, y tras
encender la linterna, mis sospechas se hicieron realidad… ¡pulgas!. Maté varias
de ellas, y eché la sábana al suelo, lejos de mi mochila. Me dí una ducha bien
caliente después para asegurarme de eliminar las que aún pudieran quedar agarradas
a mi piel, o en el cabello. Comprobé luego nuevamente la cama y la almohada, y
aunque no quedaba ninguna, ya no volví a dormir tranquilo. Era lo que menos
esperaba encontrar en un hostal tan limpio, y lo que más me inquietaba, pues
como ya comenté en esta entrada, soy alérgico a las picaduras de las pulgas. A la mañana siguiente, al hacer el check-out y dejar la mochila grande
guardada allí, informé de lo ocurrido, no tanto como queja, sino para que solucionasen algo que podría convertirse en un problema para ellos, por la facilidad de estos bichos de propagarse por las camas y las ropas.
El templo Prambanan
Caminé de nuevo hasta la calle Malioboro para tomar el Transjogja de
la línea 1A con destino a Prambanan, el templo hindú más grande de Indonesia.
Se encuentra en la misma dirección del aeropuerto, algo más alejado, y es
conveniente pedirle al conductor que te avise de la estación donde bajar, a
unos 500 metros
de distancia de la entrada al recinto. Algo que me sorprendió fue ver que había
una entrada para locales, y otra para turistas. La razón era que el precio que
nosotros tenemos que pagar es diez veces superior al de los indonesios, 252.000
rupias, es decir, una barbaridad desde el punto de vista de la economía local.
Si posees una tarjeta de estudiante, te harán una copia y podrás pagar “tan
solo” la mitad. Yo lo intenté con otra tarjeta, la de alberguista
internacional, pero no coló, porque no incluía, obviamente, el nombre de la
universidad. Y para que la clavada te sea más leve, te invitan a tomar una
bebida gratuita antes de comenzar la visita. También existen descuentos si
visitas el mismo día los templos Borobudur y Prambanan, algo común en los
turistas con poco tiempo. Sin embargo, eso implica hacerlo con alguna agencia o
tu propio hotel en transporte privado, lo que incrementa el precio, porque con
transporte público, la logística se complica. De hecho, en tal caso, los tour
recogen a los cliente muy temprano, para ver amanecer en la cima de la colina Setumbu,
cercana a Borobudur.
No pude evitar que las imágenes de Angkor Wat aparecieran en mi mente
cuanto vi el templo Prambanan por primera vez. Y no fue porque se parezcan
mucho, sino por las torres centrales que dominan el resto del recinto. A parte
del folleto explicativo que te dan junto con la entrada, había voluntarios que
ofrecían guiarte por el templo, explicando algunos de los relieves o quiénes
eran las deidades que se escondían en el interior de cada templo.
El templo (candi) Prambanan, también conocido como Rorojonggrang, es
Patrimonio de la Humanidad, y dentro del complejo, también se encuentran los
templos Sewu, Lumbung y Bubrah. Se construyó en el siglo IX, dedicado a Shiva,
el dios supremo del hinduismo, por lo que su templo, el más grande con 47 metros de altura, se
encuentra en el centro del patio. Los otros dos templos principales están
dedicados a Brahma y Visnú, que junto a Shiva, forman la Trinidad (Trimurti) hinduista.
Enfrentados a ellos y más pequeños, están los tres templos Vahana, dedicados a
Nandi, Garuda y Hamsa. Los relieves de sus muros cuentan la historia del reino
y los dioses. La zona media consiste en cuatro filas concéntricas de 224
santuarios idénticos, la mayor parte de ellos derruidos, aunque algunos han
sido restaurados. Todo el complejo, en general, guarda gran simetría.
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Templo Prambanan. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Prambanan. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Prambanan. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Prambanan. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Prambanan. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Prambanan. Yogyakarta. Enero 2016 |
A varios metros de distancia,
se encuentran los templos budistas Lumbung y Bubrah, en un ruinoso estado de
conservación, aunque con trabajos de restauración sobre los mismos. Aún más
alejado, en la zona norte del parque, se encuentra el último de los cuatro
templos del recinto, Candi Sewu, también budista. Éste, al igual que Prambanan,
es un complejo con más de 200 templos, muchos de los cuales también derruidos,
y con un gran templo en el centro del mismo.
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Templo Sewu. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Sewu. Yogyakarta. Enero 2016 |
Durante la visita a estos tres templos, fui acompañado de un muchacho
austriaco al que me había unido con una de las voluntarias que hacía de guía. Charlando
un poco de todo, me contó que estaba allí por un amigo suyo con trastorno
bipolar que se había suicidado recientemente, y que le había hecho ver que hay
que vivir la vida. Después de aquello, él
continuó su viaje y yo me quedé comiendo algo en el recinto.
En algún blog de viajeros leí
que cerca de allí, a un kilómetro de distancia, se encontraba otro gran templo
menos conocido y concurrido, así que, caminé hacia allí. Tuve que preguntar
varias veces a los locales por el mismo, porque en realidad se encontraba a 3,5 kilómetros de
Prambanan, y con sofocante calor de aquella hora, no quería perderme entre los
caminos. El nombre es Candi Plaosan, y la entrada cuesta 3.000 rupias. Proporciona
una visión sobre la estrecha relación que guardaban el budismo e hinduismo en
la isla de Java en el momento de su construcción. Me gustó, y pude verlo
tranquilamente, así que es una visita que recomiendo.
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Templo Plaosan. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Plaosan. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Plaosan. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Plaosan. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Plaosan. Yogyakarta. Enero 2016 |
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Templo Plaosan. Yogyakarta. Enero 2016 |
Desde allí volví hasta la
parada del Transjogja, esta vez a cuatro kilómetros de distancia, por lo que
intenté sin éxito hacer autostop. Fui hasta el hostal para recoger mi mochila,
y desde allí, de nuevo en el Transjogja, hasta la parada más cercana a la casa
de Steve, que me estaba esperando cuando bajé del autobús. No había buena
conexión entre ambas estaciones, por lo que tardé una hora en llegar, aunque
fui viendo otras partes de la ciudad. Al llegar a su casa me quedé
boquiabierto, pues ésta era una simple y pequeña habitación que hacía de todo.
No había cocina (no es que la necesitase) y el baño estaba fuera, muy sucio y compartido
con el resto de habitantes de la planta. El colchón también estaba sucio, y
debíamos compartirlo tres personal, él, Wilfred y yo. O al menos eso era lo que
pensaba, hasta que me dijo que había aceptado la solicitud de otro couchsurfer,
ruso esta vez. Me dijo que podríamos dormir los tres cruzados en el colchón,
con las piernas sobre el suelo, y él lo haría ahí mismo, sobre el pequeño
espacio en el suelo que quedaría entre las mochilas. Bueno, ya era seguro que
tampoco dormiría aquella noche, aunque intenté tomármelo con calma, y
repitiendo para mí que todo pasaba por algo. No obstante, a posteriori le
comenté que no debería haber aceptado más huéspedes con tan poco espacio,
porque allí sólo podía alojar a uno. Él lo hacía por ayudar a todo el mundo,
porque realmente era buena persona. Ofrecía con los brazos abiertos todo cuanto tenía, lo que es muy loable.
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Steve y su casa-habitación. Yogyakarta. Enero 2016 |
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El baño de la casa de Steve, con la "ducha" tradicional indonesia. Yogyakarta. Enero 2016 |
Estuvimos hablando un buen rato antes de que me acompañase a comprar
una tarjeta sim del país, pero al probarla antes en la tienda, no
funcionaba. No estaba seguro de si el motivo era mi viejo móvil o la red del
país, porque me dijo que Wilfred tenía un iphone y compró una tarjeta de otra
compañía y tampoco le funcionó. Luego me recomendó un lugar local donde cenar,
y se sentó a charlar conmigo mientras comía. Ellos, él y los otros huéspedes,
lo harían después por el centro, donde habían quedado para tomar algo más
tarde. Después de dos noches prácticamente sin dormir, yo estaba demasiado
cansado para alargar también aquella, y más previendo que tampoco lo haría
cuando regresaran. Así que, al menos, quería descansar algo antes.
El chaval ruso, también joven, apareció el primero, lo cuál me
extrañó, y con una actitud egoísta y mal educada, hizo caso omiso de las
indicaciones que había dado Steve para colocarnos en el colchón. Incluso tuve
que cambiar mi posición, y eso que llevaba allí intentado dormir unas horas. Me
molestó, pero no le dije nada pensando en que ya lo haría Steve cuando volviese,
como así ocurrió. Sin embargo, tanto él como Wilfred finalmente no durmieron
aquella noche, se quedaron hablando fuera, hasta que se fueron al aeropuerto,
pues Steve lo llevó en su motocicleta.
Al volver, me acompañó a desayunar. Él también lo hizo. Y me
sorprendió gratamente cuando también se ofreció a llevarme a la estación de
autobuses de Jombor en su motocicleta, por lo que me ahorré el trayecto en la
línea 2B del Transjogja. Al llegar, no hizo falta preguntar cuál era el autobús
con destino a Borobudur, porque varios hombres salieron a preguntarnos. Fue el
mismo Steve quién regateó el precio, 25.000 rupias, menor de lo que
originalmente le había dicho uno de ellos. Nos dimos un abrazo para
despedirnos. Muy buena gente.
Ya durante el trayecto, una hora, me di cuenta de que el hombre
cobraba a los locales sólo 20.000 rupias, así que se lo dije. Me dijo algo así
como "no, no, ya verás", y al hombre sentado a mi lado le pidió, de
repente, otras 5.000 rupias, en indonesio, así que estaba claro que luego se
las devolvería. Y así lo hizo, sin mucho disimulo además. En un momento dado,
le dijo que se cambiara varias filas más adelante, y al sentarse, le devolvió
el billete. Vamos, que lo vi igualmente. Lo dejé pasar por no discutir.
En resumen, Yogyakarta es una visita imprescindible en Indonesia para conocer la artesanía tradicional javanesa, y los numerosos templos cercanos a la ciudad. El templo hinduista Prambanan es sin duda el principal, aunque hay otros como el Plaosan, que bien merecen otra visita.
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