Krakor y la aldea flotante de Kampong Luong

Kampong Luong es una de las aldeas flotantes más auténticas que se pueden encontrar en el lago Tonlé Sap. Saborear los detalles del día a día de sus habitantes es lo que hice mientras la recorría lentamente en una pequeña barca.

Iglesia en la aldea flotante de Kampong Luong. Abril 2015

Los dos hostales recomendados, y creo que únicos en Krakor, son el Paris Guesthouse y el 59 Guesthouse. El primero se encuentra frente a la gasolinera donde me dejó el autobús procedente de Battambang, y el segundo en la carretera en dirección hacia Kampong Luong. En dicha gasolinera hay un letrero donde se lee que éste último se encuentra a 250 m, cuando la realidad fueron dos kilómetros, quizás algo más. Lo de las distancias asiáticas es de locos. Aunque era un dólar más barato, la habitación me gustó menos, aparte de estar más aislado a la hora de salir luego a comer algo y dar una vuelta. Así que volví al primero, caminando de nuevo esos dos kilómetros. 

El calor era, como siempre, asfixiante, así que me quedé descansado en el hotel, y escribiendo en el blog. Es decir, lo mismo que hubiera hecho si me hubiera quedado en Battambang, pero con la diferencia de haber adelantado camino.

Al salir a ver el pueblo, todos se me quedaban mirando, y me sonreían. Los niños pequeños siempre saludándome con el hello! y moviendo las manos. A veces eran los padres los que les decían a los más chiquitines que lo hicieran, y eso me hacía mucha gracias, aparte de que los tenían desnudicos, como en Laos. Era la atracción del momento, y a mí me gustaba, me parecía divertido, y me tuvo con la sonrisa puesta mientras duró el paseo. 

No había tenido la opción de elegir la comida, era arroz frito con vegetales, no había más. Mi única elección fue añadirle pollo, aunque luego no me pareciese tal. Y para la cena, no es que no tuviera elección, es que no hubo cómo explicarnos mutuamente, sólo entendí "cow" (vaca), así que le dije que sí, y acabó siendo otro arroz frito con vegetales y, esta vez, vaca. Aunque reconozco que bastante mejor que el de la comida. 

Durante esa tarde había preguntado en mi hostal cómo ir a Kampong Luong, y me dijeron que en tuk-tuk o en moto, llevándome ellos, sin la opción de alquilarla yo, con un coste de seis dólares la ida y otros tantos la vuelta. Pensé que, como quería ir temprano, por evitar las horas de más calor en mitad del lago y porque leí una recomendación al respecto, podría caminar los siete kilómetros de distancia, y luego a la vuelta, ya vería si los volvía a caminar o pagaría un transporte, especialmente si se me echaba encima la hora del check-out del hostal. Y así fue, me levanté temprano. O más bien, decir que no pegué ojo esa noche, por el calor principalmente. Así que empecé la caminata a las 5:50 de la mañana, cuando acababa de amanecer. 

Como la tarde anterior, los saludos fueron constantes. Llegó un momento que el camino de asfalto dio paso a uno de tierra, flanqueado por casas a ambos lados, a veces más aisladas, a veces en grupos algo mayores.

Camino desde Krakor a Kampong Luong. Abril 2015.

La aldea flotante de Kampong Luong


Al llegar al "puerto" me explicaron las opciones de ruta que había, básicamente ver la aldea khemer o la vitnamita durante una hora, y también quedarme alojado allí una noche. Esto último lo descarté, porque aunque lo vendan como para conocer mejor el día a día de los habitantes de la aldea flotante, si no te dejan una barca a tí, o te ponen una con conductor digamos privado, poco vas a poder ver. El precio de la ruta en barca para un grupo de una a tres personas son diez dólares, que por supuesto pagué enteros al ir solo. 

El agua era una auténtica porquería, pura basura, como la que se acumulaba en tierra. Mi primera impresión fue la sorpresa de ver una aldea flotante tan grande, ni mucho menos la esperaba de ese tamaño. Había como avenidas y luego calles más pequeñas, por las que se desplazaban con barcas a remos. Había una iglesia, una escuela, varias tiendas-mercado, algunas tiendas con motores de barcas, otras donde hacían los tablones de madera, otras barcas con comida que se iban parando en las casas según las llamaban... Los niños me seguían saludando desde todas las casas. Había incluso zonas-casas nobles y otras más humildes. Mi barca era muy lenta, el motor no parecía ir muy bien, porque se paraba de vez en cuando, pero eso me dio la oportunidad de ver todo mejor, tranquilamente. Desde luego la experiencia es totalmente recomendable. Es increíble ver cómo vive toda una población entera en mitad de un gran lago. Lógicamente la organización entre sus habitantes y la ayuda mutua debe ser primordial.

Aldea flotante de Kampong Luong. Abril 2015.

Estado del agua en la aldea flotante de Kampong Luong. Abril 2015.

Colegio en la aldea flotante de Kampong Luong. Abril 2015.

Aldea flotante de Kampong Luong. Abril 2015.

Supermercado en la aldea flotante de Kampong Luong. Abril 2015

Basura en el puerto de Kampong Luong. Abril 2015.

Al llegar a tierra me volvieron a asaltar varios conductores de tuk-tuk y motocicleta, a los que les volví a decir que no, porque seguía siendo muy temprano, y el sol no calentaba mucho. Y comencé a caminar. Llevaría cerca de dos kilómetros cuando se puso a mi lado un tuk-tuk y su conductor me preguntó nuevamente si me llevaba, y le dije lo mismo. Pero al segundo, no sé porqué, le pregunté cuánto me cobraría, y me dijo que dos dólares, y luego uno al decir yo que no. Empecé a caminar, después de darle las gracias, porque recordé que posiblemente necesitaría ese dólar. Un simple dólar, sí.

En Battambang, debido a las fiestas y al fin de semana, todos los bancos estaban cerrados, así que me fue imposible cambiar el último billete de cien dólares que me quedaba por otros más pequeños, e intuía que con eso no podría pagar un billete de autobús hacia la capital que me costaría entorno a los cinco. Así que me quedaban tres dólares sueltos, con los que intentaría conseguir dicho billete. Volvió a preguntarme el conductor, con cara de asombro, si no subiría por un dólar. Volví a responderle que no, siempre con una sonrisa claro, y seguí caminando. E inmediatamente después me dijo, ok, sube, es gratis. Le miré, le pregunté si iba en serio, me dijo que sí, y me llevó de vuelta a Krakor, hasta la misma gasolinera en frente de mi hostal. Las cosas, a veces, simplemente suceden. 

Era pronto, así que tenía tiempo de sobra para ducharme, descansar, comer algo e ir al banco a cambiar ese billete. Luego pregunté por la estación de autobuses que, evidentemente, y como ya suponía, en realidad no existía. Se trataban de puestos de comida que, según quisieses ir en minivan o autobús, lo comprabas en uno y otro. Lo intenté con el primer tipo de transporte, pero el conductor no sabía inglés, y al final me dijo que no con las manos. Así que no tuve más remedio que comprar el billete al más caro, por seis dólares y sin opción a regatear.

Por supuesto, y como también preveía, el billete en dos tramos entre Battambang y Phnom Penh, con parada en Krakor, es decir, en mitad de la nada, me iba a salir casi el doble que el directo. Pero había merecido la pena. La hora de salida me dijeron que serían las diez y media de la mañana, y faltaban veinte minutos. Pero de repente, el vendedor, mientras le pagaba, hizo un gesto a un autobús que se acercaba y del que yo ni siquiera me había percatado, y paró. No sé si era el de su compañía u otro, el caso es que iba lleno y me hicieron un apaño en el escalón que daba a la última fila de asientos, encima de un cojín, sin respaldo, y en una carretera muy bacheadas, o en un autobús con amortiguadores inexistentes, tal vez ambos. Pues incluso pegué alguna cabezada, durante las tres horas que fui así. En la última hora pude sentarme porque se bajaron varias personas en una parada previa. 

En resumen, visitar las aldeas flotantes de Kampong Luong es un fastidio en cuanto a la logística se refiere, pero una maravilla de ver, que te deja con la boca abierta durante el trayecto en barca por sus calles. Una población en toda regla a la que no parece faltarle de nada.


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