Battambang y los murciélagos

Battambang es la segunda mayor ciudad de Camboya después de Phnom Penh, la capital, aunque dista mucho de tener las múltiples opciones que ofrecen ésta y Siem Reap al turista. Se pueden observar algunos edificios de arquitectura colonial francesa en el paseo que mira al río Sangker, aunque sus principales atractivos son los tres templos que se encuentran en las cercanías de la ciudad, y ver la salida de miles de murciélagos al atardecer desde la cueva cercana a uno de ellos. 

Murciélagos saliendo de la cueva al anochecer, Phnom Sampov. Battambang. Abril 2015.

En el asiento de al lado del autobús desde Siem Reap a Battambang tenía a una joven camboyana con la que pude conversar a ratos, y que me dio algunos consejos sobre lo que visitar en la ciudad y alrededores, y un hotel donde poder hospedarme en el mismo centro, al lado del mercado nocturno. Además me contó algunas cosillas sobre la cultura local. Por ejemplo, el hecho de tirarse agua en las fiestas del año nuevo viene de la tradición de lavar a las personas mayores de la familia, y aunque no me lo supo explicar bien en inglés, entendí que era como un símbolo de respeto hacia ellos. Por supuesto, luego en la calle se tiran agua y polvos de talco entre los jóvenes para mostrar su alegría. 

Cuando le comenté que me parecía que aquí la gente debía casarse pronto porque veía madres muy jóvenes (también en Laos), me contestó que es porque en las aldeas los padres acuerdan el matrimonio de los hijos cuando éstos son pequeños, aunque no haya amor de por medio. Me dijo que es algo que ya ha cambiado notablemente en las ciudades, pero que se sigue dando cuando las mujeres no poseen estudios, como en las pequeñas poblaciones. Me sorprendió enormemente oír eso en los tiempos que vivimos. 

Battambang


Al llegar a la estación de autobuses de Battambang, alejada unos kilómetros del centro de la ciudad, me dijo que había un transporte gratuito de la compañía hasta allí incluido en el precio, y me esperó para decirme cuál. El resto de turistas cogieron diferentes tuk-tuks. Nadie les dijo nada (yo tampoco al estar pendiente de mi mochila y no perder el otro minibus), y fui el único no local en ese transporte. Otra vez, cuando no conoces cómo funciona algo, se aprovechan y simplemente desvalijan al turista.

También me acompañó hasta la puerta del hotel, que estaba en frente de donde ella trabaja. Éste estaba muy bien, con piscina y gimnasio dentro, pero era caro, así que me fui a otro que había mirado en la guía y que estaba algo más alejado, al otro lado del río. Afortunadamente ya no hacía mucho calor, aunque cargar las mochilas durante un par de kilómetros se va haciendo cada vez un poco más pesado. Curiosamente, este segundo hostal estaba cerrado debido a las fiestas de año nuevo, y sólo se encontraban allí varios trabajadores. Una de ellas era occidental, y me aconsejó otro no muy alejado con buena relación calidad-precio. Y así fue, así que allí me hospedé, por seis dólares la habitación doble con ventilador y baño propio. El pero es que estaba algo alejado del centro, unos quince minutos andando. Su nombre es Hotel Spring Park, y es recomendable.

Solté las maletas, me duché y salí a cenar algo. A los cinco minutos ya tenía la camiseta nuevamente mojada. Es increíble lo que se suda con este clima, aún habiendo anochecido. Paré en uno de los puestos que había en la calle y no tenía mal aspecto, y luego fui a dar una vuelta por el mercado nocturno y los otros puestos montados en la rivera del río por el nuevo año. 

A la mañana siguiente preparé la bolsa de la ropa sucia y la llevé a un establecimiento en frente del hotel... lavar un kilo de ropa por un dólar. Ya estaba avisado de que la ciudad tenía poco que ver, y que las principales atracciones están a las afueras y es necesario alquilar una motocicleta. No obstante, fui a la oficina de información del turista, bastante cerca de mi hotel, pero, cómo no en estas fiestas, estaba cerrada. Así que empecé a caminar la ruta recomendada, pero efectivamente, poco había que ver. Incluso los templos no eran muy llamativos. Paré a desayunar, y finalmente decidí alquilar una motocicleta, por ocho dólares el día. Esta vez llevaba la idea de probar una manual, pero el tráfico era intenso también en esta ciudad, y era mejor tener puestos todos los sentidos únicamente en la carretera en lugar de en los pedales y las marchas.  

Quería ver tres templos distintos en los alrededores de Battambang, alejados entre doce y veinticinco kilómetros de la misma. Resultó que tenían una entrada conjunta por tres dólares, siempre y cuando los visitase todos en el mismo día. El primero de ellos era el Wat Ek Phnom, a doce kilómetros al norte de la ciudad, el menos espectacular de todos, y el único que no se haya en la cima de una colina. Aproveché para comer allí, y los locales estaban como sorprendidos, no entendí muy bien la razón, quizás porque no están acostumbrados a ver a los turistas durante sus fiestas. Durante la comida se me acercaron dos niños a preguntarme alguna cosilla básica en inglés, para practicar lo que estaban aprendiendo en el colegio. No es la primera vez que me pasa. 

Wat Ek Phnom. Battambang. Abril 2015.

Wat Ek Phnom. Battambang. Abril 2015.

Para ir a los dos templos restantes debía volver primero a Battambang, así que aproveché para ver las dos estatuas emblemas de la ciudad, Preah Norey y Ta Dombang Kro Nhung Statue.

Estátua Preah Norey. Battambang. Abril 2015.

Estátua Ta Dombang Kro Nhung. Battambang. Abril 2015.

Al llegar al segundo de los templos, Banan Phnom, a unos veinticinco kilómetros al sur, me encontré con una fiesta a los pies de la colina, y me quisieron cobrar 2.000 rieles por dejar la moto en el parking, incluso poniéndose algo pesados. Al final le dije, en español, ¡que no te voy a pagar nada tío!, dí la vuelta, y aparqué unos veinte metros más atrás, mirando desafiante al del aparcamiento al volver a pasar.

Después subí los más de trescientos escalones de piedra, con una pendiente considerable, que te llevan hasta la cima de la colina y las cinco torres allí presentes, cuya disposición dicen los lugareños que sirvió como idea para la posterior construcción de Angkor Wat... es decir demasiado, me parece a mí. Por supuesto, llegué chorreando de sudor, no sólo por el esfuerzo, sino por el ya habitual calor a esas horas. Allí era el único occidental, y creo que también el único turista, por lo que todos me miraban sin disimulo alguno. Incluso un chaval me pidió hacerme una foto con él. La vuelta a la ciudad tuve que hacerla despacio, pues estaba con el combustible justo y no había ninguna gasolinera en esa carretera. 

 Banan Phnom. Battambang. Abril 2015.

Banan Phnom. Battambang. Abril 2015.

Banan Phnom. Battambang. Abril 2015

Después de llenar nuevamente el depósito, comencé el camino hacia el tercer y último templo, Phnom Sampov, o Sapou, a unos trece kilómetros al sudeste de Battambang. En realidad la colina contiene varios templos, y unas vistas increíbles desde su cima. Después de pasar el desvío que lleva hasta allí, paré unos segundos en la cueva de los murciélagos, desde donde salen millones de ellos cada atardecer, porque era sorprendente cómo se les oía. 

Al llegar al aparcamiento, y sin decir nada, me dijeron que continuara, que era gratis... Tras de mí lo hicieron dos locales, y uno de ellos comenzó a hablarme y a contarme la historia de una de las cuevas de la zona, donde durante la opresión de los jemeres rojos, mataron a cientos de personas arrojándolas a la misma. Todo eso antes de subir, esperando a que parara de llover. Iba con su prima, que no hablaba nada, pero que también quiso hacerse una foto conmigo. Empezamos juntos la subida, pero se ahogaban rápido. Tuvimos que hacer varias paradas en el camino debido a la lluvia. El tramo final lo acabé haciendo solo, para descubrir que en los templos de la cima viven macacos, que por supuesto se comen todo lo que tienen a mano.

Phnom Sampov. Battambang. Abril 2015


Phnom Sampov. Battambang. Abril 2015.

Monos en Phnom Sampov. Battambang. Abril 2015.

Vistas desde Phnom Sampov. Battambang. Abril 2015.

Después bajé a la cueva Killing, la comentada anteriormente, donde hay una vitrina con huesos y calaveras de algunas de la víctimas. Había escalones para seguir bajando algo más profundo, pero acababa pronto. Allí me acordé de mis amigos finlandeses y nuestras rutas en otras cuevas juntos. Es más complicado adentrarse en las cuevas si vas solo, al menos para mí, que no me atrevo a llegar tan lejos. 

Cueva Killing, Phnom Sampov. Battambang. Abril 2015.

Fuera había niños que comenzaban a explicarte cómo llegar a la cueva y rápidamente te pedían dinero alegando que era para que pudieran estudiar inglés. Pero tenía la misma sensación que con los chicos de Siem Reap, y en esa ocasión no le dí nada. No era por el dinero, sino por la sensación de que no era verdad. En la bajada de Banan Temple había un pequeñín sin un brazo y con una prótesis en una de sus piernas al que sí le dí algo, y también le hice sonreír chocándole las manos. Me dio muchísima lástima verlo así siendo tan pequeño. Pero esta vez era distinto, y quizás me equivoqué, pero simplemente no acababa de creérmelo. Y más en Camboya, visto cómo se portan con los turistas, en cuanto al dinero me refiero, no al trato.

La cueva de los murciélagos

  
Cuando bajé y llegué a la cueva de los murciélagos, ya estaban saliendo, a millares, un espectáculo digno de ver. Eran de los pequeños, y después de preguntar a varios conductores de tuk-tuk, conseguí que uno me explicara que se dirigían hacia el norte de la ciudad, donde están el lago y las aldeas flotantes, porque allí hay muchos mosquitos. Tras unos quince minutos y sin que pararan aún de salir, decidí irme antes de que terminase de anochecer, justo cuando llegó un gran autobús plagado de turistas que se bajaban para hacerse la foto de turno, sin ver nada más que eso. ¡Vamos todos como borregos!. Varios meses después, en el Parque Nacional de Mulu, en la parte de la isla de Borneo que pertenece a Malasia, también vi salir a miles de murciélagos de la cueva Deer, pero no tantos como aquí. Ni se le aproximó. 

Murciélagos saliendo de la cueva al anochecer, Phnom Sampov. Battambang. Abril 2015.

Murciélagos saliendo de la cueva al anochecer, Phnom Sampov. Battambang. Abril 2015.

Durante el camino de vuelta, otra vez la canción de la vespa se repetía en mi cabeza. Había mucho tráfico, demasiadas motocicletas. El problema del tráfico en Camboya es que sólo hay una norma, y es que no hay normas. Todos cruzan como pueden, adelantando aunque venga otro vehículo por el sentido contrario, invadiendo el carril contrario al girar en las calles, las motos y tuk-tuks tampoco respetan los semáforos, los coches y vehículos grandes pitando constantemente para que el resto se aparte de su camino... un caos. Lo mejor fue tomármelo con más paciencia que a la ida y viendo el atardecer desde el retrovisor izquierdo de mi motocicleta. Y digo con más paciencia porque en uno de los pitidos de un coche, al pasarme le grité: ¡qué coño pitas tonto los cojones!... En fin, me salió el deje madrileño-español, pero ya me tenían frito, y el cansancio y calor tampoco mejoraban mi humor en aquellos momentos. 

Según llegué a la ciudad, paré en el centro a cenar algo antes de ir al hotel, porque ya preveía que con la sudada que llevaba, y que había quedado en hablar con mi familia por skype, luego no tendría ganas de volver a salir. 

A la siguiente mañana, temprano, antes de desayunar, fui a visitar el famoso tren de bambú de Battambang... otro engaña turistas, desde mi punto de vista, por supuesto. Me intentaron convencer para hacer el trayecto, pero era de poco más de una hora, ida y vuelta, y no tenía ese tiempo. Tampoco me apetecía pagar diez dólares por la turistada de turno. Así que eché unas fotos, y me fui a la estación de Capital Tour de la ciudad para preguntar sobre los horarios de los autobuses hacia Phnom Penh, la capital de Camboya.

Tren de bambú. Battambang. Abril 2015.

La dirección es la misma que si vas a Pursat y Krakor, que eran realmente mi próximo destino y las dos opciones que contemplaba para visitar Kampong Luong, es decir, las aldeas flotantes del lago Tonlé Sap. Al preguntar me dijeron que el precio eran 15.000 rieles camboyanos por ir hasta Pursat, y 35.000 por ir hasta Krakor, el mismo precio que el trayecto completo hasta la capital. Me pareció ridículo, pues Krakor está a sólo 32 kilómetros de distancia al este de Pursat, y a unos 150 kilómetros al norte de Phnom Penh. Es decir, no tenía sentido alguno, excepto por el hecho de que luego tiene malas conexiones, sin ser un punto de parada habitual en el trayecto. 

Las decisiones en caliente siempre son erróneas, y más con el estómago vacío. Así que me fui a desayunar y preparar la jugada. Pensé que, en cualquier caso, aún siendo más caro, podría encontrar vehículo hacia Krakor, o hacer autostop, y mi plan sería, una vez en Pursat, preguntar directamente al conductor cómo ir a Krakor, y probar a ver si se tiraba el rollo, o podía conseguir un precio mejor fuera de la compañía. Y efectivamente, así fue. Bajaron mi mochila grande, dí paso al plan, y el conductor del autobús, tras oír que un conductor de tuk-tuk me pedía ¡diez dólares!, me dijo que podía seguir en el autobús por 10.000 rieles, es decir, la mitad del precio de haberlo comprado directamente en Battambang. Estoy seguro de que podría haberle regateado más, porque seguía siendo caro. Pero estaba contento por haber conseguido una pequeña victoria. Aunque la principal conclusión de todo esto es la de siempre, que son unos auténticos piratas. 

El resumen de Battambang es que se puede pasar perfectamente sin ir a esta ciudad en tu viaje por Camboya. Ni siquiera los templos de los alrededores son tan espectaculares como para que merezca la pena ir hasta allí sólo por ellos si vas justo de tiempo. Aunque si lo haces, no puedes perderte la salida de miles de murciélagos al atardecer desde la cueva cercana al templo de Phnom Sampov.

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