Phnom Penh y su reciente genocidio

Phnom Penh, la capital de Camboya, te saluda con un tráfico mucho más loco y peligroso que las otras dos capitales vistas anteriormente. También con la historia de un horror aún muy presente entre sus habitantes, y cuyo testimonio se muestra en el Museo del Genocidio dentro de la ciudad, y en los Campos de la Muerte a las afueras.

Centro del Genocidio de Choueng Ek. Phnom Penh. Abril 2015.

Cuando el autobús desde Krakor llegaba a Phnom Penh, el supervisor empezó a preguntar a los pasajeros y a dar instrucciones, pero a mí no me dijo nada. Al preguntarle, como prácticamente no hablaba inglés, no supo decirme ni dónde estábamos ni dónde pararía después, pero el autobús giraba a la derecha y el río lo teníamos a la izquierda, que era el único punto de orientación que tenía, así que me bajé.

En una pequeña guía que encontré en el hostal de Siem Reap localicé una guesthouse de la que hablaban bien, por su localización y relación calidad/precio. Así que regateé con el conductor de un tuk-tuk el precio para llevarme hasta allí. De cuatro dólares se quedó en dos, y dado que el sol abrasaba a las dos de la tarde, y estaba lejos de esa zona más céntrica, no me lo pensé dos veces. Ese hostal resultó ser de la misma cadena que el de Battambang. Su nombre es Spring Guesthouse, y está en la calle 111. Opté por una habitación doble con baño propio y ventilador por siete dólares, aunque estaba en el quinto piso, en realidad un sexto, sin ascensor. 

Por la tarde paseé por la ciudad, hacia los otros hostales que quería ver por si me gustaban más y cambiaba al día siguiente. Los conductores de tuk-tuk también eran algo pesados, aunque no tanto como en Siem Reap. De camino, aproveché para visitar el mercado central (Phsar Thmey) y el Wat Phnom. En este último, y después de subir unas escaleras, me dijeron que pagara la entrada por ser extranjero, a lo que le respondí que no iba a pagar nada por ver eso. Dí la vuelta y terminé entrando por otro de los lados.  

El segundo de esos hostales también tenía restaurante, y me quedé cenando una pizza. Me ofrecieron añadirle el ingrediente feliz, e ingenuo de mí, no caí de primeras, hasta que me aclararon que se trataba de marihuana, a lo que, por supuesto, me negué. Había un tío al lado que estaba comiendo noddles que parecían llevarla, porque a veces le daba por reír solo y tumbarse en el sofá. Luego se levantó y pagó, dejando casi todo el plato. Y luego pidió unas patatas fritas, que también pagó y también se dejó. Y luego fue a hablar con el camarero cabreado pidiéndole explicaciones por haber puesto marihuana cuando le dijo que no la quería. 

Esa noche no pegué ojo, hacía un calor horrible en la habitación y no paraba de sudar. Y como el día anterior el recepcionista me había dicho que la Embajada de Vietnam abría a las 7:30, decidí levantarme e ir caminando hacía allí. En el trayecto encontré los primeros puestos con periódicos que recuerdo en todo el viaje. Y también olores asquerosos al pasar al lado de algunas alcantarillas. Llegué alrededor de las 7:00, para comprobar que en realidad no abría hasta las 8:30. Mientras tanto, fui a desayunar y a ver el mercado ruso, no muy lejos de allí. La visa por un mes y una única entrada me costó sesenta dólares, demasiado caro, y debía recogerla al día siguiente. 

Basura acumulada en el mercado ruso. Phnom Penh. Abril 2015.

Pescado en un puesto de un mercado callejero. Phnom Penh. Abril 2015.

Después visité el Museo del Genocidio de Toul Sleng, que originalmente fue un colegio hasta que el régimen de la Kampuchea Democrática, más conocida como los jemeres rojos y dirigida por Pol Pot, lo convirtió en un centro de tortura y muerte. La entrada costó tres dólares. En este museo se cuenta la historia de cómo pasó todo, cómo vivían y morían los prisioneros, los testimonios de algunos supervivientes, o cómo este genocidio pasó desapercibido para el resto del mundo, incluso a pesar de que algunos camboyanos consiguieron huir del país y empezaron a contar lo que allí ocurría.

Museo del Genocidio de Toul Sleng. Phnom Penh. Abril 2015.

Museo del Genocidio de Toul Sleng. Phnom Penh. Abril 2015.

Celda y caja metálico donde los presos debían hacer sus necesidades. Museo del Genocidio de Toul Sleng. Phnom Penh. Abril 2015.

Museo del Genocidio de Toul Sleng. Phnom Penh. Abril 2015.

Museo del Genocidio de Toul Sleng. Phnom Penh. Abril 2015.

Al llegar a mi hostal me cambié a una habitación con aire acondicionado por doce dólares, con una pequeña rebaja. Por la tarde paseé hacia la zona del río Mekong, pasando por el Monumento de la Independencia y el parque Neak Banh Teuk, que la gente rodeaba caminando para hacer ejercicio. También por el Monumento de la amistad entre Camboya y Vietnam y el parque Wat Botum. El Palacio Real y la pagoda de plata ya estaban cerradas, tendría que volver otro día.

Seguí caminando por el paseo al lado del río, donde había mucha gente local practicando ejercicio en máquinas, igual que en Battambang, y otros jugando a un tipo de badmington sin raqueta y con una bola más pesada, utilizando la planta de las zapatillas para golpearlo, y el empeine sólo cuando no podían de la otra manera. Luego llegué a un parque con muchas palomas, y padres y niños jugando con ellas. Esta es la zona más turística de la ciudad y, por tanto, donde se encuentran más alojamientos, aunque también más caros. 

 Preah Tineang Chanchhaya, desde fuera. Phnom Penh. Abril 2015.

Soy consciente de no aprovechar todas las características técnicas que me brinda mi cámara, y usar casi siempre el modo automático. Pero cuando te empeñas en sacar una foto, a veces, lo consigues...

Preah Tineang Chanchhaya, desde fuera. Phnom Penh. Abril 2015.

En los aledaños del mercado nocturno vi más pobreza y miseria, y mucha basura por las calles, y no precisamente guardada en bolsas. Tenía curiosidad por volver al día siguiente y comprobar si la habían recogido o se iba acumulando hasta que la recogían un determinado día de la semana.

Mercado nocturno. Phnom Penh. Abril 2015.

Mercado nocturno. Phnom Penh. Abril 2015.

A la mañana siguiente me levanté con la sensación de haber dormido bien por primera vez en mucho tiempo. Mi intención era ir a los "killing fields", es decir, los campos de la muerte, para completar la visita histórica de la ciudad sobre la horrible masacre que perpetraron los jemeres rojos entre los años 1975 a 1979. Pero empezó a inquietarme no encontrar mi pasaporte por ninguna parte. Revisé todo dos veces, pero no aparecía. Por supuesto, la primera idea que se me vino a la cabeza fue que se lo quedaron en la embajada vietnamita el día anterior para estampar la visa ahí, pero, no sé porqué, estaba seguro que me lo devolvieron después de hacerle la fotocopia. Recorrí mentalmente mis pasos del día anterior después de la embajada, para saber dónde se me pudo haber caído. Concluí que se me debió caer de la mochila al sacar la cámara para hacer una foto del mercado nocturno. Empecé a recordar lo leído sobre Camboya al respecto, uno de los peores países para perder el pasaporte, ya que España no cuenta con embajada en el país y había que recurrir a la francesa. 

Decidí dejar la visita a los campos para otra ocasión, y realizar la del Palacio Real y la estupa de plata, ambas en el mismo complejo, relativamente cerca de mi hostal, al que podría ir andando, y después dirigirme a la Embajada de Vietnam. Y si allí no estaba mi pasaporte, estar dentro de la ciudad para ir inmediatamente a la embajada de Francia. Y así hice. Entre las largas caminatas del día anterior, y la intranquilidad del asunto, paseaba sin mucha energía, pensando en los pasos a seguir si no aparecía el documento. Así llegué al Palacio Real a las ocho de la mañana, justo cuando abrieron las puertas, y sin apenas turistas en la zona. Había alguna zona que estaban arreglando y a la que no se podía acceder. Después de leer lo que ponía en el billete de entrada, supuse que era para preparar la celebración del sesenta y un cumpleaños del rey de Camboya, en el que, y cito literalmente, "su majestad podría ser bendecida con las cuatro bendiciones sublimes del Lord Buddha: longevidad, buena salud, gran felicidad y conocimiento"... sin comentarios. 

Preah Tineang Tevea Vinichhay. Phnom Penh. Abril 2015.

Estupa del rey Suramarith y la reina Kossomak. Phnom Penh. Abril 2015.

Al salir de allí, emprendí el camino a la Embajada de Vietnam, otra buena caminata, pero iba a hacerla por una zona por la que aún no había estado. Otra cosa no, pero me recorrí en condiciones las calles de Phnom Penh. Por supuesto me quedó mucho por ver, pero así podía ver tranquilamente los edificios, los negocios y las personas, y detalles que pasan totalmente desapercibidos si te mueves en tuk-tuk. Volví a comprobar que no importa dónde estés dentro de la ciudad, siempre puedes encontrar en la misma zona edificios nuevos y otros que se caen, no sólo de viejos sino también de suciedad. También que huele fatal en muchas partes, especialmente cerca de los canales de las aguas residuales. Por eso muchos locales utilizan máscaras. 

Llegué a la embajada antes de la hora que me dijeron el día anterior para recoger la visa. Me puse en la fila y esperé mi turno. Sentí un grandísimo alivio al ver que el funcionario la buscaba en una bandeja en la que cada paquete incluía también un pasaporte. Y allí estaba también el mío. Fue una tontería por mi parte, era lo más lógico, pero lo había descartado porque, sin tener clara la razón, en mi recuerdo estaba seguro de que me lo habían devuelto. Daba igual, mi día se había arreglado de un plumazo.   

Miré la hora, y como aún era relativamente temprano, salí a la calle con la intención de tomar un transporte hacia los campos. Descarté al primer tuk-tuk que se paró porque el conductor no sabía inglés y no parecía entender el lugar que le marcaba en el mapa. Pero me subí en el segundo después de regatear desde veinte a diez dólares la ida y vuelta, diciéndole que había leído en las guías que era lo que costaba (y era verdad) y no pensaba pagar más.  

El Centro del Genocidio de Choueng Ek está situado a unos quince kilómetros al sudeste de Phnom Penh, y es el más famoso de los más de trescientos campos de exterminio repartidos por toda Camboya. Allí se enviaban a muchos de los prisioneros de Toul Sleng para ser ejecutados. Llegaban por la noche en camiones donde iban con las manos atadas y los ojos vendados. La entrada fueron seis dólares e incluía una audio-guía muy útil, en español en mi caso, que iba explicando cada punto del lugar, la historia y los testimonios de personas que estuvieron en ambos bandos durante ese periodo. Y digo ambos bandos porque muchos de los soldados se vieron obligados a hacer lo que hicieron por temor a ser asesinados ellos también. De hecho, en la paranoica mente del dictador, cuando vio que pasaba el tiempo y no conseguía implantar con éxito ese utópico proyecto de comunismo extremo, empezó a dudar y a matar a los que estaban también a su lado.

Centro del Genocidio de Choueng Ek. Phnom Penh. Abril 2015.

En las fosas donde se encontraron multitud de cuerpos, aún hoy siguen aflorando huesos o dientes cuando la tierra se mueve en la temporada de lluvia. También trozos de ropa asoman en el suelo o entre las raíces de los árboles. Como la munición era cara, se mataba a la gente con cualquier tipo de herramienta de labranza, o con la parte dura de las palmas de azúcar.

Pero sin lugar a dudas, para mí el lugar más duro de la visita fue el árbol del exterminio, donde asesinaron a cientos de bebés y niños pequeños agarrándolos de las piernecitas y estampándolos contra el árbol, muchas veces delante de sus madres. ¿Qué maldita mierda debe haber en la cabeza de las personas que hacen algo así, o lo ordenan hacer, sin ningún tipo de remordimiento?. Preferiría que me matasen a hacer algo así, la cobardía también debería de tener un límite. La visita finalizó en la estupa conmemorativa donde se conservan con reverencia los restos de las víctimas de Choeung Ek, y cuya fotografía muestro al comienzo de esta entrada. Durante esos años, fueron asesinados casi tres millones de camboyanos en todo el país, la cuarta parte de su población. 

Árbol del exterminio, en el Centro del Genocidio de Choueng Ek. Phnom Penh. Abril 2015.

Una visita dura, no tanto por el lugar en sí, sino por lo que oyes del mismo. A la vez necesaria, porque creo que es importante que el mundo conozca los errores del pasado para que no se vuelvan a permitir. Y digo permitir, porque el gobierno de Pol Pot, aún después de ser derrocado y empezar a conocerse internacionalmente lo que había hecho en su propio país, seguía siendo apoyado por muchos de los gobiernos occidentales. De cualquier modo, en su día me pareció mucho más dura la visita al campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau, en Polonia, y que visité en el año 2007, por el tamaño infinitamente mayor, porque aún se conservaban edificios originales y porque aún reinaba una atmósfera tétrica en todo el lugar. 

Por la tarde compré en el hostal el billete hacia Sihanouk Ville para el día siguiente, con recogida en la misma puerta. Pagué algo más por la comodidad, pero lo prefería en esta ocasión. Después me volví a perder entre las calles y mercados de una zona desconocida de la capital, disfrutando de cada esquina. No sabría explicarlo, pero era como una despedida, como si la fuera a echar de menos cuando en realidad ya tenía ganas de llegar a la playa. Volví al paseo que da al río Mekong, encontrando al anochecer a un grupo de locales haciendo aerobic en el mismo a las órdenes de un profesor. 

Locales haciendo ejercicio al lado del río Mekong. Phnom Penh. Abril 2015.

En resumen, Phnom Penh es una parada obligada en tu viaje, especialmente para conocer la atroz y aún reciente historia de Camboya. No obstante, como ciudad en sí, es algo sucia y maloliente, y con un tráfico pesado y caótico, al igual que en otras capitales asiáticas como Ho Chi Ming City, que no ayuda nada al paseo tranquilo del turista.

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