Port Barton, un paraíso aún escondido

Port Barton es un pequeño pueblo costero situado al oeste de la isla de Palawan, a medio camino aproximadamente entre Puerto Princesa y El Nido. Años atrás era un secreto bien guardado por los lugareños, que ahora comienzan a postrarse al turismo y su dinero, y ya han construido numerosas cabañas y varios resorts. No obstante, aún sigue siendo un paraíso escondido.

Islas cerca de Port Barton. Noviembre 2015


El autobús procedente de Puerto Princesa llegó a Port Barton alrededor de las doce y media de la mañana. El camino se complicó después de desviarse de la carretera principal, y aunque lo estaban arreglando y asfaltando en aquel momento, aún les quedaba mucho por hacer. De hecho, hubo un tramo embarrado donde el autobús quedó algo atrapado, patinando las ruedas. No quiero imaginarme lo complicado que será llegar en época de lluvias.

Antes del desvío, estuvimos parados una media hora, mientras el personal del autobús subía dos pilas de metro y medio de altura cada una de hojas preparadas para techar alguna casa, o varias. El sol caía sin piedad sobre ellos mientras trabajaban.

Cargando las hojas para techar en el autobús. Port Barton. Noviembre 2015

Al bajarme en la terminal de autobuses de Port Barton, pregunté a  un local, que también había realizado el viaje, dónde se encontraban los hostales o guest houses, puesto que no llevaba reserva alguna. Me dijo que lo siguiera, y cuando supuse que me guiaría hasta el suyo, antes me detuvo en un lugar frente al mar y otro en la calle paralela. Éste segundo me gustó a la primera, cama doble, baño dentro, limpia, bien acondicionada y con terraza, y me bajaron el precio desde 500 hasta 400 pesos por ir solo. No obstante, fui a ver el de Jun, que así se llamaba, y que aunque nuevo, aún necesitaba ser terminado y limpiado a fondo, y, sobre todo, llenarlo de gente, porque estaba vacío. También fui a ver alguno más frente al mar, pero se desmarcaron con precios de 1.100 pesos. Así que finalmente opté por el segundo que vi, Bamboo House, donde además los dueños poseen un restaurante con conexión wifi, al menos durante las horas en las que hay electricidad. Muy recomendable.

Mi cabaña. Port Barton. Noviembre 2015

Y es que en Port Barton no hay electricidad todo el tiempo, sino sólo unas horas por la mañana y otras por la tarde. De hecho, comí allí mismo, y cuando estaba leyendo algunas noticias, como la de los atentados en París, que se produjeron la noche anterior, cortaron de repente y sin avisar la corriente, y con ella la conexión wifi. Fue justo cuando comencé a charlar con una pareja joven, él español, de Barcelona, y ella mexicana. Y lo hicimos por una hora larga. Buena gente. Intercambiamos consejos, porque ellos llegaban desde El Nido, mi siguiente destino, y yo desde Puerto Princesa, el suyo. Luego me los encontraría varias veces más durante la tarde, porque la aldea es pequeña, que es parte de su encanto.

Paseando durante la tarde por el pueblo, haciendo fotos a los niños, las cabañas o unos cachorros comiendo de su madre, me di cuenta de que caminaba sonriendo. Me sentía feliz, a gusto, tranquilo. Fue como volver de nuevo a la senda del viaje, aquel en el que disfrutaba recorriendo pueblos, selvas, montañas o cuevas, observando a los habitantes del lugar, intercambiar sonrisas. Las ciudades están sobrevaloradas, el trato allí no es humano, no hay calidad de vida, y lo confirmo cada vez que piso una de ellas, aunque en este sentido, Manila se había llevado el premio. Para pasar el tiempo, los locales jugaban al baloncesto, el deporte nacional, o al billar.

Playa de Port Barton. Noviembre 2015

Port Barton. Noviembre 2015

Jugando al baloncesto. Port Barton. Noviembre 2015

Port Barton. Noviembre 2015

Jugando al billar. Port Barton. Noviembre 2015

Cachorros en Port Barton. Noviembre 2015

Playa de Port Barton. Noviembre 2015

Playa de Port Barton. Noviembre 2015

Así llegó la noche, que cubría con su oscuro manto las calle del lugar, apenas interrumpida con la luz de alguna bombilla que colgaba del porche de algunas viviendas o restaurantes. Hubo dos ventajas en ello. La primera, es que me permitió ver un cielo estrellado desde el mismo pueblo. Y la segunda, es que todo estaba tranquilo, en calma, en paz y armonía con la naturaleza que lo rodea. Un paraíso. Y eso sin tener en cuenta la playa.

Pregunté acerca de los mosquitos en la zona, y me recomendaron salir con manga y pantalón largo por la noche, y usar repelente. En la isla de Palawan, y otras dentro de Filipinas, hay riesgo de malaria, aunque más acusado en el sur de la misma, aún virgen.

El precio de la comida fue más caro que en Puerto Princesa, algo lógico al tratarse de un lugar relativamente aislado. Volví a elegir el restaurante de mi cabaña para cenar, por aprovechar la conexión wifi durante un rato, aunque empeoró considerablemente cuando llegaron más clientes. Y luego fui a otro distinto que había visto anteriormente, para tomar el postre, y que resultó ser uno de los mejores pancake, concretamente de banana y mango, que había probado hasta entonces. El restaurante se llamaba Paella Bar Restaurant. Terminé el día escribiendo notas para el blog dentro de mi cabaña.

Afortunadamente disponía de tapones para los oídos, porque es difícil dormir con los gallos cacareando toda la noche, no sólo al amanecer. También vinieron los sonidos de la campana de la iglesia, que al ser domingo, llamaba al comienzo de la misa. Y la tenía a escasos veinte metros de distancia de mi cabaña. Aún así, formaba parte del encanto y lo auténtico del lugar.

Al día siguiente quería realizar uno de los tour que ofertaban a los arrecifes e islas cercanas a Port Barton, que pueden verse desde la playa. Justo cuando terminé de desayunar, encontré a Jun, que me presentó al dueño de un barco amigo suyo. Éste me dijo que tenía programado el modelo D de excursión, pero por ir yo, que quería hacer el A por ser el que me habían recomendado, incluiría otras paradas. Así que acepté, porque además, me transmitió buenas sensaciones, parecía un buen hombre. El precio fue de 600 pesos, rebajado desde 700, e incluía la comida y el agua. También me dejaron una máscara para hacer snorkel. El resto de clientes eran una joven mexicana que llevaba dos meses viviendo en Port Barton, una pareja joven de una filipina y un holandés, que se acababa de mudar recientemente allí, y una pareja joven de finlandeses y su niña pequeña, que aún no tenía los dos años. Un buen grupo. 

La primera parada fue sin duda la mejor en cuanto a snorkel, arrecifes y vida marina se refiere. La pena fue encontrar gran cantidad de coral roto, que tardará miles de años en regenerarse, si es que lo hace. Después paramos entre dos islas, y en donde yo hacía pie. Desde el barco ya vimos una tortuga de tamaño considerable, pero nada comparado a las que vi en la isla Mabul, Malasia. Desapareció en el agua, pero tuve la suerte de encontrarla mientras hacía snorkel unos minutos después. Avisé rápido al resto mediante gestos, que se acercaron a verla. Cuanto llegaron, la tortuga comenzó a nadar rápido y la perdimos en seguida.

Después paramos en una isla para comer, que no tenía mucho en cuanto a coral y vida marina, pero sí vistas a las otras islas. La comida fue variada y abundante, compuesta de ensalada, arroz, carne, pescado y fruta. No sé porqué, pero en Palawan tenían la costumbre de achicharrar los pescados hasta dejarlos completamente secos. Era la segunda vez que lo veía y lo comía así. Posteriormente, lo hicimos en la llamada isla del alemán, adivinad por qué. Y, por último, fuimos hasta una playa alejada, a treinta minutos en barco, desde la que se llegaba a una catarata, no muy grande, pero bonita, y distinta a lo visto el resto del día.

El amigo de Jun conduciendo la barca. Port Barton. Noviembre 2015

Islas cerca de Port Barton. Noviembre 2015

Islas cerca de Port Barton. Noviembre 2015

Islas cerca de Port Barton. Noviembre 2015

Islas cerca de Port Barton. Noviembre 2015

Cascada cerca de Port Barton. Noviembre 2015

Al llegar a Port Barton, todas las calles estaban embarradas, pues había estado lloviendo durante el día. Incluso lo siguió haciendo parte de la noche. Cené dos veces. La primera recién llegado, sobre las seis de la tarde, pues tenía hambre. Además que en Filipinas es la hora a la que comienzan a cenar los locales. La segunda, sobre las nueve de la noche. No es que tuviera mucha hambre en ese momento, pero sabía que si no comía algo más, luego lo echaría en falta durante la noche.

El día siguiente lo aproveché para descansar, ir un rato a la playa, pasear por el pueblo, preparar el viaje a El Nido del día siguiente, y lavar la ropa sucia. También para volver a merendar aquel delicioso pancake que ya comenté. Además, me volvieron a preparar mientras esperaba unos trozos de plátano frito, y me conocían por mi nombre. De hecho, no sé porqué, pero los locales que conocía recordaban mi nombre, y al cruzarnos, siempre me saludaban y charlábamos por un rato.

Respecto a la playa, no recomiendo mucho nadar allí, porque el agua está sucia, normal con tanto motor de barca funcionando, y en seguida se hace profunda. Ni diez metros desde la orilla para dejar de hacer pie. Sin embargo, allí volví por la noche para sentarme mientras observaba el cielo estrellado. Un espectáculo.

Por la mañana, ya había decidido ir hasta El Nido en transporte público, es decir, en jeepney hasta Roxas, en una hora, aproximadamente, y desde su terminal, en autobús local hasta El Nido, en otras cinco. Evidentemente se tardaba más que en una furgoneta directa desde Port Barton, especialmente en el segundo tramo, en el que el autobús paraba a cada rato a subir y bajar personas en cualquiera de las aldeas que pasamos. Pero el precio era considerablemente menor. Jun estuvo pendiente de organizarme el viaje en furgoneta con un amigo desde el día anterior, que le comenté que ya me iría, rebajándome el precio desde los 800 pesos habituales hasta 600. No obstante, apareció en el restaurante mientras desayunaba y me dijo que al final sólo podría descontarme 100 pesos. Le comenté que había decidido ir en transporte público, y le agradecí su ayuda. El precio que pagué fueron 150 pesos por el jeepney hasta Roxas, y otros tantos por el autobús local hasta El Nido. En ambos fui el único no local en los mismos.

En el jeepney saliendo de Port Barton. Noviembre 2015

En resumen, Port Barton fue posiblemente el mejor lugar que visité en Filipinas, por su tranquilidad, la amabilidad de su gente, la naturaleza que lo rodea, el cielo estrellado o la falta de electricidad la mayor parte del tiempo. Incluso eso. El color azul turquesa de las aguas de las islas cercanas tampoco lo encontré posteriormente en El Nido. Sin duda, una visita más que recomendada, aunque espero que el turismo no le robe su encanto.


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