Cebú, la antigua colonia española

Cebú es la capital del archipiélago de Bisayas, y la segunda ciudad más importante del país tras Manila, tanto a nivel económico como mercantil. Posee un un tráfico tan caótico y ruidoso como en ésta, sino más. Allí se estableció la primera colonia española en las Islas Filipinas. Puede ser un buen campamento base desde el que moverse después a otras islas cercanas como Malapascua o Bohol.

Entrada al fuerte San Pedro. Cebú. Noviembre 2015


Tras el vuelo desde Puerto Princesa a Cebú, y recoger mi mochila en el aeropuerto, busqué a Daisy, la chica de couchsurfing que me alojaría en su casa durante dos días, y con la que había quedado allí. Su perfil decía que tenía 18 años, así que pregunté a un par de muchachas que ví esperando si eran ellas, pero su respuesta fue negativa. Finalmente, fue ella la que me encontró, pero parecía bastante mayor. Y cuando le comenté lo que había hecho, comenzó a reírse porque su perfil tenía un error sobre su edad que era imposible modificar. En realidad tenía 31 años.

Cogimos dos jeepneys hasta su casa, de los pequeños, en los que golpeé mi cabeza varias veces, porque era realmente complicado moverse por su interior con la mochila grande y llenos de gente, con los que me fui disculpando según avanzaba por las molestias que les estaba dando. Su casa era pequeña, tan solo una habitación que hacía de todo, sala de estar, comedor y dormitorio, con una cama doble que compartimos las dos noches que me alojé allí. El baño estaba fuera, donde también había una pila para lavar los cacharros y poner la bombona de gas cada vez que quería cocinar algo. Estaba en una especie de urbanización privada de la ciudad Lapu Lapu, algo lejos de Cebú y del centro histórico de éste, aunque cerca del aeropuerto y de la playa.


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Preparó algo de pasta para cenar, y salimos a tomar una cerveza. Era una chica simpática, agradable, profesora de instituto, y estaba sola en esos momentos porque su novio polaco se encontraba en Londres buscando trabajo. De hecho, fue él quién la animó a utilizar couchsurfing para conocer a gente nueva mientras estaba fuera. Y yo era el primero, aunque pensé que lo tendría complicado para encontrar a otras personas que quisieran alojarse en su casa dada su localización.

La luz entró en su casa a partir de las cinco y media de la mañana, aproximadamente, momento en el que ya no pude seguir durmiendo. Después de desayunar, nos desplazamos hasta el centro, en un viaje de hora y media, si no más, en un triciclo, por dos pesos cada uno, y dos jeepneys, a siete pesos cada trayecto. Horrible, llegamos cansados incluso antes de empezar las visitas. Lo que la noche anterior me había parecido divertido, se tornaba ya en pesado, porque son transportes que no están preparados para gente alta. No obstante, siempre utilizaré y recomendaré hacerlo el transporte local, porque es donde se interactúa realmente con los habitantes del lugar, lo que siempre es toda una experiencia, además de ser lo más económico. 

Interior de un jeepney. Cebú. Noviembre 2015

Comenzamos con el Fuerte de San Pedro, de estructura triangular y pequeño tamaño, que fue el núcleo del primer establecimiento español en las Filipinas. López de Legazpi ordenó levantarlo en el año 1565, como defensa frente a los ataques de los musulmanes. Posteriormente, tanto americanos como japoneses lo utilizaron con diferentes propósitos. Se localiza en la misma plaza de la Independencia, y su entrada costó 60 pesos por persona. Dentro hay un pequeño museo donde se cuenta la historia tanto de la fortificación como de la llegada de los españoles.

Barcos españoles, en el museo del fuerte San Pedro. Cebú. Noviembre 2015

Después fuimos hasta la Basílica del Santo Niño, y en el camino encontramos niños menores de diez años utilizando a bebés desnudos para pedir dinero. Y luego, los dejaban en el suelo, y seguían jugando tan felices, como si esa fuera el tipo de vida que debiera tener un niño, viviéndola con la naturalidad y la inocencia (quizás ya no tanta) propia de esa edad.

Al llegar a la Basílica, justo finalizaba la misa celebrada en la explanada exterior, pues no había sitio dentro para tanta cantidad de gente. Allí se venera aún la sagrada imagen del Santo Niño, que los primeros españoles regalaron a la esposa del rajá o rey de Cebú por su bautismo. De hecho, había una larga fila de devotos esperando para besarla y rezar frente a ella. No quise tomar una fotografía por no parecer irrespetuoso. Y fuera, otros tantos poniendo velas y rezando también. Podría decir que en Filipinas encontré muchos más creyentes, y con más fervor, que los que hay hoy en día en España. Es lo mismo que sucede en las antiguas colonias españolas de Suramérica.

Devotos rezando a la salida de la Basílica del Santo Niño. Cebú. Noviembre 2015

En la plaza contigua se alza la Cruz de Magallanes, levantada en Abril del año 1521, y que conmemora la conversión al cristianismo de 800 nativos de la isla tras la llegada de los españoles, entre ellos, la reina antes comentada. Es una de las reliquias históricas más importantes, si no la mayor, tanto de Cebú como de toda Filipinas

Cruz de Magallanes. Cebú. Noviembre 2015

Después fuimos hasta el mercado del carbón, algo sucio y muy cambiado según Daisy, que hacía algunos años que no lo visitaba. Desde allí a la calle Colón, en el corazón de Cebú, y la más antigua de todo el país. Contiene comercios varios, grandes almacenes, restaurantes o cines. Después de verla no entendí muy bien porqué la aconsejaban.

Y fue estando allí, después de que Daisy me confirmase que no había más que ver en la ciudad, cuando pensé que podría irme ese mismo día hacia Bohol, mi siguiente destino, pues aún eran las once de la mañana, y aprovechar mejor mi última semana en el país. Le comenté a Daisy la idea y le pareció bien, así que buscamos el primer jeepney de regreso a su casa. En lugar de tomar el segundo, optó por una furgoneta, más cara pero más rápida, sin paradas intermedias, por 30 pesos. Y, por último, el triciclo. Desde luego, si hubiera sabido mejor de la localización de su casa, creo que no hubiera elegido quedarme con ella.  

Al llegar a su casa, buscó los horarios de los barcos que salían hacia Bohol durante la tarde, y mientras, yo hacía lo propio con los alojamientos. Encontré pocos y caros, y los más baratos no tenían buenos comentarios. Como casi siempre hago, hubiera ido directamente hasta allí sin reserva alguna, pero llegaría de noche, y no prefería no tener tanta aventura. Finalmente, Daisy me sugirió irme temprano a la mañana siguiente, dejar la mochila grande en su casa durante la semana que estaría fuera, y recogerla la tarde antes de marchar del país, también desde el aeropuerto de Cebú. De esa manera, tendría tiempo de llegar por la tarde a la isla de Panglao, conectada con la de Bohol, y donde tenía una amiga que podría alojarme. Se intercambiaron algunos mensajes y su respuesta fue afirmativa, por lo que medio el teléfono de Renee, que así se llamaba. Así que el resto de la tarde fue finalmente tranquila. Desde luego su idea había resultado mejor que la mía.

Con Daisy en su casa. Cebú. Noviembre 2015

Salí de su casa sobre las cinco y media de la mañana. No esperé mucho para coger el primer jeepney hasta Park Mall, por 16 pesos, donde había una terminal de estos vehículos, y una larga fila de gente esperando para subirse al siguiente, que fue lo que tuve que hacer yo. Cogí el segundo hasta SM, otro centro comercial, por otros 7 pesos. Durante el primer trayecto, el conductor atropelló a un perro que se cruzó justo en el momento en que pasábamos, y que vi en primera línea porque tuve la suerte de poder sentarme al lado del mismo en los dos jeepneys. Claro, que lo busqué, porque lo primero que hice en ambos es ir a preguntarle directamente al conductor, sin seguir al resto de pasajeros. Por último, desde SM cogí un taxi hasta la terminal 1 del puerto por 70 pesos. Al entrar, le cobraron 10 pesos a él por circular dentro del mismo, y que me pidió a mí, pero que luego lógicamente le desconté del precio total. Tuve la seguridad de que si no hubiera sido español, y no hubiera podido leer por tanto que ese era un cargo para él en el billete que le dieron, y que él me entregó como si fuera para mí, no habría habido descuento alguno por su parte.

Al llegar, me encontré con que el fuerte San Pedro estaba al final de la calle, a tan solo unos pasos. Es decir, de haber pensado y preparado con anterioridad irme de la ciudad después de visitar el centro, lo hubiera podido hacer simplemente caminando hasta el puerto, aunque eso hubiera supuesto cargar con la mochila toda la mañana anterior.

Perdí el ferry que partía a las siete de la mañana, y en el puerto no conocían la compañía cuyo barco salía a las 7:35, así que compré el de las ocho con Star Craft, por 210 pesos. Éste era rápido, con una hora de trayecto. Los hay regulares, más baratos, que tardan dos horas y parten del muelle 3. Pero quería aprovechar el día en Bohol, por lo que elegí el rápido. Desde el muelle 1 hay un transporte gratuito hacia el 3 para la salida, al que se llega en unos minutos. No entendí muy bien la logística, pues en la información que Daisy encontró en internet, decía que los rápidos partían desde el muelle 1 y los lentos desde el 3. Al llegar, tuve que pagar otros 25 pesos de tasas de la terminal, como en los aeropuertos.

Esperando a la salida, comencé a charlar con un muchacho que trabajaba en un barco, viajando por todo el mundo, y que volvía a Bohol por vacaciones para ver a su familia. Me dio varios consejos sobre cómo moverme en la isla y lo más interesante para ver. 


2ª parte - desde Dumaguete

El destino final del autobús procedente de Liboan era la terminal sur de la ciudad de Cebú, desde la que se puede tomar un jeepney hacia otro punto de la misma, en mi caso, el centro comercial SM. Allí contacté con Daisy, con la que quedé en otro centro comercial, el de Marina, ya en Lapu Lapu, a las seis de tarde, donde me daría la mochila grande para ir después al aeropuerto desde allí. Tenía que hacer tiempo, así que me lo tomé con calma, curioseando en varias tiendas del edificio. La sorpresa fue encontrar un torneo de taekwondo entre chavales que se estaba celebrando en la planta baja, por lo que estuve entretenido un rato.

Finalmente me desplacé al centro comercial de Marina en otro jeepney, y al que llegué con una hora de antelación. Compré algo de comida en el supermercado, y esperé hasta que a las seis y cuarto de la tarde, apareció Daisy junto con Rafa, que era quien llevaba mi mochila. Éste era su nuevo huésped de couchsurfing, también español, de Madrid. Pasamos un buen rato hablando, cenando y tomando un helado. Curiosamente, Rafa conoció en El Nido a los dos catalanes con los que yo fui a la isla de Apo. Me despidieron justo antes de subirme al jeepney amarillo que me llevó hasta el aeropuerto por 7 pesos.

Cenando con Rafa y Daisy. Cebú. Noviembre 2015

Desde las ocho y media de la tarde, aproximadamente, hasta la salida de mi vuelo, a las seis y cuarto de la mañana, tuve que hacer más tiempo en el aeropuerto, sin dormir. Ni siquiera me dejaron pasar el primer control, antes de los mostradores de las aerolíneas, hasta las tres de la mañana, porque los agentes de seguridad no querían mucha pasajeros dentro. Y para finalizar, el vuelo fue retrasado una hora.

En resumen, Cebú fue otra de las grandes decepciones del viaje por Filipinas, junto con Manila. Y es que mi principal recomendación es no perder ni tiempo ni dinero en las grandes ciudades de este archipiélago. Muchos estarán de acuerdo conmigo, y otros dirán que no tuve tiempo para conocer su lado bueno. Para gustos, colores. La excepción, al menos para mí, fue Puerto Princesa, que teniendo también un intenso tráfico de triciclos, tiene aspectos singulares que me gustaron.


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