Viaje a Tokio, la capital de Japón

Tokio, la capital de Japón, conocida en el pasado con el nombre de Edo, posee una población que supera los trece millones de habitantes, por lo que el espacio es oro. Es el centro de la política, economía, educación, comunicación y cultura popular del país. 

Akihabara. Tokio. Julio 2015


Eran alrededor de las once de la noche cuando el autobús desde Hirayu llegó a la estación de Shinjuku de Tokio, con el título, no sé si cierto o no, de ser la estación más concurrida del mundo, con más de tres millones de usuarios diarios. Me orienté y fui hacia el hostal que había reservado. Antes, conseguí efectivo de un cajero automático, uno de los muchos que había alrededor de la estación. Y también varias casas de cambio abiertas a aquella hora. Aquello ya era más normal en un país como Japón que lo ocurrido durante la mañana en Hirayu. Era sábado por la noche, y los alrededores de la estación hervían de gente.  

Por más que busqué el hostal en la dirección marcada por google maps no lo encontré, y en la misma situación se encontraban tres tailandeses, con la diferencia de que ellos llevaban dos horas buscándolo y yo unos diez minutos. Allí había un edificio con el nombre de Hikari III (el del nuestro era sólo Hikari), pero estaba cerrado. Paré a dos jóvenes que pasaban por la calle para preguntarles, y como me ha sucedido en otras ocasiones en Japón, no dudaron en ayudarnos más de lo que hubiésemos esperado.

Llamaron al hostal con uno de sus teléfonos, y el recepcionista les dijo que el lugar se encontraba a casi un kilómetro de distancia, por lo que nos guiaron hasta la dirección correcta. No puedo evitar pensar si en España, al contrario, yo habría hecho lo mismo, y menos aún la mayor parte de españoles que viven en Madrid. Lo que sí tengo claro es lo que haré si algún día me sucede estando ya de vuelta. E igual con algún mochilero que vea haciendo autostop. Afortunadamente, se han desvanecido muchos de los prejuicios que tenía en el pasado.  

Al llegar al hostal, el recepcionista se disculpó y confesó que muchos otros clientes tenían el mismo problema que nosotros, porque google maps sitúa erróneamente el hostal si se busca por su nombre, por lo que hay que introducir la dirección completa para evitarlo. El hostal se llamaba Hikari House, y el precio por noche y cama fue de 3.500 yenes, algo caro comparado con otros hostales en los que me había alojado previamente en Japón. Sin embargo, fue lo más barato que encontré en los alrededores de la estación, y reservé por allí porque suponía que llegaría tarde, aunque no tanto, lo que finalmente fue un gran acierto por mi parte.

El hostal también estaba completo, como muchos del país por la festividad de aquellos días. Lo que me sorprendió fue que la mayor parte de clientes eran coreanos, pues me encontraba, sin saberlo, en una zona de Tokio ocupada habitualmente por chinos y coreanos. Incluso mi dormitorio, compartido con otras cuatro personas, fue arreglado de emergencia ante la avalancha de clientes. 

Después de ducharme y cenar lo que compré en el supermercado cercano al hostal, fui a dar una vuelta por la zona por no acostarme con la comida en la boca. Paseando, me empezaron a ofrecer masajes por todos lados, y hombres de color me daban la mano para ofrecerme chicas. Sólo se la di al primero porque me saludó y no sabía de qué iba la cosa. Incluso retuvo mi mano cuando, después de escucharle, hice el ademán de irme. Posteriormente vi en el mapa de la ciudad que el nombre de aquellas calles era Kabukicho, el conocido como barrio rojo de Tokio. Aunque también es el distrito de entretenimiento más grande de Japón, pues contiene restaurantes, teatros, cines y centros de videojuegos. 

Aparte de aquello, otro hecho curioso fue ver a muchos hombres, especialmente jóvenes, llevar un bolso similar al de las mujeres. Inicialmente imaginé que serían ladyboys o similares, pero después de fijarme con más detalle, no lo parecían, incluso a pesar de que algunos llevaban los ojos pintados y vestían algo hortera. Al día siguiente comprobé que era algo habitual entre los hombres japoneses (también lo vi posteriormente en otras ciudades niponas), pues algunos lo portaban mientras paseaban de la mano con sus novias o mujeres. También las billeteras son como las que utilizan las mujeres españolas, y las llevan en los bolsillos traseros de los pantalones aunque sobresalgan notoriamente.  

Al llegar a la habitación del hostal, alrededor de la una y media de la madrugada, me encontré tres coreanos jóvenes, y otro que pasaría los cincuenta años y que ya había visto previamente. Éste se despertó de repente dando algunos gritos y saliendo de la habitación, a la que regresó un par de minutos después con una lata de bebida, cerveza creo. Mientras tanto, los chavales me miraron con ojos aterrorizados y me dijeron al unísono que estaba loco, repitiéndolo varias veces. Supuse que antes de llegar yo habría habido algún episodio más, pero no pude resistir la risa ante aquella escena. 

A la mañana siguiente, después de desayunar, pregunté al recepcionista qué visitar en la zona. Era el mismo que trabajó la noche anterior, al menos hasta las doce y media de la noche, última vez que lo vi, y que volvía a estar allí desde las seis y media de la mañana... horario coreano, me comentó, con unas ojeras que le llegaban al suelo. Me ayudó a situar en el mapa de la ciudad los lugares más representativos de Tokio que tenía apuntados en mis notas, aunque luego también me dio una guía práctica, más manejable, con pequeños mapas de cada distrito más útiles. Hice el check-out, dejé allí la mochila grande, y empecé a pasear por los alrededores. El nombre del distrito era el mismo que el de la estación, Shinjuku.

Volví a Kabukicho para verlo de día, y evidentemente, ya no quedaba nada de lo visto la noche anterior, aunque había mucha gente esperando para acceder al cine. Después fui a ver la zona de las tiendas electrónicas, donde se vende todo tipo de aparatos eléctricos. Desde allí me dirigí al edificio del gobierno metropolitano de Tokio, uno de los lugares más destacados de la ciudad, con una arquitectura que me fascinó, y que cuenta con un observatorio en la planta 45 al que se puede acceder gratuitamente. Me impactaron las dimensiones de la ciudad, una mole de acero y hormigón cuya superficie se perdía en el horizonte. Apenas podía divisar las dos torres famosas de Tokio en la lejanía. 

Kabukicho. Tokio. Julio 2015

Edificio del gobierno metropolitano. Tokio. Julio 2015

Vistas desde el edificio del gobierno metropolitano. Tokio. Julio 2015

Vistas desde el edificio del gobierno metropolitano. Tokio. Julio 2015

Posteriormente seguí caminando hasta el parque donde se encuentra el santuario sintoísta Meiji-Jingu, donde están consagradas las almas del Emperador Meiji y la emperatriz Shoken, y que reventaba de turistas, especialmente japoneses en ese día de vacaciones. También contiene el torii de madera de estilo Myojin más grande de Japón, y una pared llena de barriles de sake, que eran ofrecidos a las deidades del santuario. Fue como encontrar un oasis en medio del desierto de asfalto.

Parque Meiji. Tokio. Julio 2015

Barriles de saque en el parque Meiji. Tokio. Julio 2015

A la salida encontré la calle Takeshita, famosa por la cultura kawaii y llena de tiendas de artículos varios y moda juvenil, y la avenida Omotesando, construida como acceso al santuario Meiji Jingu, y donde se encuentran comercios de las marcas más prestigiosas. 

Calle Takeshita. Tokio. Julio 2015

Luego caminé hasta llegar a Shibuya, una zona también muy concurrida. De hecho, allí se encuentra el famoso cruce peatonal por el que pasan a diario un millón de personas. Las calles aledañas contienen grandes edificios dedicados a la moda, galerías recreativas, casas de videojuegos y karaoke, cines y discotecas. Es un lugar de encuentro para los jóvenes. Hay grandes carteles luminosos por todas partes. 

Cruce de Shibuya. Tokio. Julio 2015

Finalmente dirigí mis pasos hasta llegar nuevamente a la zona de Omotesando y Takeshita, donde cogí el metro hasta la estación de Shinjuku por 170 yenes. Por entonces, ya llevaría caminados unos quince kilómetros, quizás alguno más. Antes de volver al hostal, visité alguno de los grandes almacenes de la zona, donde existen gran variedad de alimentos japoneses en las plantas bajas, con largas colas de gente esperando para pagar. También el golden-gai, de estrechas calles que aún conservan pequeños establecimientos que surgieron en los años 50.

Busqué alojamiento para esa misma noche, y opté por un hotel cápsula del tipo panel de abeja, que además son las opciones más baratas en la capital, y para la siguiente noche, anoté la dirección de un hostal cercano al anterior, algo más caro pero con desayuno incluido y muy buenos comentarios. El hotel cápsula también tenía una puntuación alta. Con el trabajo hecho, me eché las mochilas a los hombros y caminé para coger el metro hasta el nuevo alojamiento.

Al llegar al hotel cápsula, pregunté al hombre mayor que estaba en la recepción si podía verla antes, y me contestó que no. Insistí comentando que era únicamente para ver la longitud, por si la cápsula no era lo suficientemente larga para mí. Me comentó que era de tamaño japonés, y que probablemente mis pies quedarían fuera. Su actitud me molestó. Era como si no quisiera que me quedase allí. Y cuando ya había abierto la puerta para marcharme, me giré y le dije que en todos los hoteles del mundo se puede ver la habitación antes de pagarla. Y sin inmutarse lo más mínimo, me contestó con un simple "creo que sí", como si con él no fuera la cosa. Increíble. 

Todo pasa por algo, y afortunadamente esa tarde tuve la gran idea de buscar un hostal alternativo y relativamente cercano. Al llegar, me encontré todo lo contrario, una recepcionista amable y simpática, que me atendió de maravilla. Su nombre era Anne Hostel, y el precio de la habitación de doce camas fue de 2.600 yenes, incluido el desayuno. El sitio me gustó desde un principio, y la zona se veía mucho más tranquila que la de la noche anterior. Incluso la señal wifi funcionaba muy bien, y fue la primera vez que pude tener una video-llamada con mi madre por skype desde que llegué a Japón.

Me duché, y fui a comprar algo de comida al supermercado que luego cociné en el hostal. Pagué alrededor de un euro y medio por una sola manzana, pero realmente me apetecía ese día. En la sala común, mientras escribía notas para el blog, tuve que llamar la atención a un alemán que se puso a tocar la guitarra pasadas las once de la noche, cuando se suponía que a partir de esa hora ya se debía guardar silencio. También en el dormitorio pegué un grito a dos niñatos que llegaron de madrugada a carcajada limpia... casi me levanto a por ellos. Y, por supuesto, el aire acondicionado encendido toda la noche. Siempre prefieren dormir con la manta echada que apagarlo. 

El desayuno se incluía en la tarifa del hostal, y tomé dos huevos cocidos, dos tostadas y un café. Comencé la ruta caminando hacia el Skytree, la torre de telecomunicaciones más alta del mundo, alzándose hasta los 634 metros de altura. Se abrió al público en el año 2012, tiene dos observatorios a 350 y 400 metros de altura respectivamente, y dicen que se puede ver el monte Fuji a lo lejos en los días soleados. Sin embargo decidí no subir a la misma, porque la entrada costaba algo más de 2.000 yenes para subir al primer observatorio, y alrededor de los 2.500 yenes llegar al segundo. Teniendo en cuenta que ya había visto la ciudad desde el edificio del gobierno metropolitano de la ciudad gratis el día anterior, pagar aquella cantidad no me pareció ni razonable ni necesario. Desde allí caminé hasta el barrio de Asakusa, y de camino paré en el parque Sumida, al lado del río Sumidagawa. A veces, los lugares menos turísticos esconden la belleza y la paz que no encuentras en el resto de la ciudad. 

Torre Skytree. Tokio. Julio 2015

Parque Sumida. Tokio. Julio 2015

Después de cruzar uno de los puentes sobre dicho río, paré en un supermercado a comprar algo para picar, y me hicieron cambiar un billete de 5.000 yenes al no aceptar que me faltase un solo yen en monedas, que al cambio eran unos 0,007 céntimos de euro... hay detalles realmente sorprendentes en Japón, y una de ellas es que son legales hasta el último yen, y muy estrictos en el cumplimiento de las normas.

Visité lo más destacado de Asakusa, es decir, la calle comercial Nakamise, de unos 250 metros de largo y con tiendas fundadas en la era Edo a ambos lados de la misma, y el templo Sensoji. Se dice que éste es el más antiguo de Tokio, pues fue construido en el año 628. Es famoso por su puerta Kaminarimon, de la que cuelga una gigantesca linterna. También cuelgan dos gigantescas sandalias tradicionales de paja, y realizadas por 800 ciudadanos de Murayama devotos de Sensoji en un mes. Tienen cuatro metros y medio de altura y 2.500 kilogramos de peso. Los creyentes las tocan deseando ser buenos caminantes. Y eso hice, tocar una de ellas y seguir caminando, como siempre, devorando kilómetros del cemento nipón. Aquella zona de Asakusa o los jinrikisha (carritos empujados por hombres), que recorren las calles, evocan un Japón de varios cientos de años atrás. 

Templo Sensoji. Tokio. Julio 2015

Calle Nakamise. Tokio. Julio 2015

Unos treinta minutos después llegué a la zona de Ueno, a la estación, y giré hacia Ameyoko, una calle comercial con tiendas de ropa, comida y artículos varios. Luego fui al parque Ueno Onshi, donde se encuentran numerosos establecimientos culturales, pero sólo vi una parte, porque hacia mucho calor a esa hora y estaba pensando coger el metro para volver al hostal a comer y descansar. Allí se encuentran un zoológico, el primero de Japón, y un estanque absolutamente lleno de plantas de loto. Me senté un rato a descansar mirando cómo un par de ancianos japoneses daban de comer a los pajarillos con sus propias manos. Finalmente fui a ver el santuario Yushima Tenmangu, fundado en el año 458 y consagrado a Sugawara Michizane, el Dios del Estudio.

Parque Ueno Onshi. Tokio. Julio 2015

Mi plan inicial era coger allí el metro hacia el hostal, pero al mirar el mapa, vi que estaba prácticamente al lado de Akihabara, distrito donde quería ver las tiendas de anime y electrónica que están al lado de la estación de la zona. Antes de aquello, compré la típica bandeja de comida en un supermercado. Como no encontré otro sitio mejor, al final la devoré medio escondido entre dos coches, en un aparcamiento al aire libre y sentado en una valla. Veía a la gente pasar, e imaginaba lo que algunos pensarían al verme. Si me hubieran dicho un año atrás que estaría haciendo aquello, jamás lo hubiera creído. 

Había leído que en Akihabara puedes encontrar a chicas vestidas con los atuendos de personajes de manga o anime, pero no vi ninguna. Por curiosidad, pasé a alguna que otra tienda dedicada únicamente a este tipo de consumo. Después de descansar más de una hora en una cafetería de la zona, paseé hasta el puente Hijiri, sobre el río Kanda, con vistas hacia el barrio y las vías del tren. Para finalizar el día, caminé los casi tres kilómetros que me separaban del hostal.

Akihabara. Tokio. Julio 2015.

Vistas de Akihabara desde el puente Hijiri. Tokio. Julio 2015

Esa noche llegaron tres argentinas, una colombiana y un chaval joven americano que hablaba español, así que pasamos un velada entretenida. Yo me fui a la cama antes, y una hora más tarde, llegaron las argentinas al dormitorio común, encendiendo la luz y armando follón porque no habían preparado las camas y tenían que poner las sábanas. Sé que me repito con estas cuestiones, pero por favor, respetar el descanso de los demás en las habitaciones compartidas, y no hagáis lo que no os gustaría que os hiciesen a vosotros. Es una normal no escrita muy fácil de seguir, porque lo que hicieron ellas fue una gran falta de respecto hacia los que ya estaban durmiendo, que no era mi caso, aunque sí estuviese descansando. Preparad la cama nada más llegar.

Con las chicas en la zona común del hostal. Tokio. Julio 2015

Igual que los dos anteriores, el tercer día en Tokio iba a ser exigente, pues quería visitar varios de los distritos aún no vistos. Empecé con Nihombashi, al sur del hostal. En éste existe un pequeño barrio llamado Ningyocho, donde aún quedan artesanos y restaurantes con solera desde el periodo Edo. El distrito es famoso por sus espectáculos de marionetas y el santuario Suitengu, que se encontraba en obras y había sido trasladado temporalmente.

Después seguí hasta la zona de los grandes almacenes, con amplias opciones a la hora de realizar compras. También se encuentra allí el kilómetro cero de las carreteras japonesas, que parten desde el Puente Nihombashi, sobre el río del mismo nombre.  El Banco de Japón está justo al lado, y aunque no lo hice por desconocimiento previo, se puede visitar el edificio principal y las exposiciones que ofrece con una reserva anticipada. Volvía a disfrutar de un paseo tranquilo, porque al contrario de lo que podía imaginar originalmente, posee un tráfico notoriamente menor que el de otra capital varias veces menor como es Madrid, y sin oír ni un solo pitido. Y erróneamente a lo que supuse tras visitar Osaka, Tokio era una ciudad bien distinta... vibrante, interesante, atractiva. 

Al cruzar una avenida llegué a la estación de Tokio, aunque pertenece ya al distrito de Marunouchi. En el otoño del año 2012, la vieja estación de la ciudad, de ladrillos rojos, situada justo en frente del Palacio Imperial, fue restaurada, devolviéndole el diseño original de antaño, cuando fue construida cien años atrás.

Desde allí fui al Palacio Imperial y el famoso puente Nijubashi. El Castillo de Edo, antigua residencia de la familia Tokugawa, se convirtió en el Palacio Imperial cuando el Emperador se trasladó de Kioto a Tokio. No pude pasar a ningún lado, a pesar de que la guía informaba de que parte del mismo está abierto al público. No obstante, sí pude pasear por el parque del mismo, que ofrece una magnífica panorámica de los edificios de la zona. El perímetro del Palacio es popular como pista para correr. En toda aquella zona también se veían grandes edificios comerciales.

Palacio Imperial. Tokio. Julio 2015

Vistas de la ciudad desde el parque del Palacio Imperial. Tokio. Julio 2015

Posteriormente llegué al distrito de Ginza, con boutiques de lujo y restaurantes incluidos en la guía Michelín, donde degustar sushi u otras variedades de comida tradicional japonesa. No me entretuve mucho por allí, porque no tenía intención de comprar nada y ya había estado en el interior de uno de los grandes almacenes durante la mañana.

Seguí mi camino hasta el mercado exterior de Tsukiji, bastante concurrido. Es el más grande del mundo en volumen de comida del mar y otros productos frescos. Es famosa la subasta de atunes congelados que se lleva a cabo temprano por la mañana. Alrededor de 400 locales rodean al mercado, donde se puede comprar alimentos o equipos de cocina, o simplemente disfrutar de una comida. Allí, sin darme cuenta, al quitarme la mochila pequeña por un momento, perdí mis gafas de sol. Me dí cuenta varias calles más tarde. Cuando volví al punto donde imaginaba que las había perdido y pregunté a varios comerciantes, uno de ellos la había recogido y guardado esperando que volviese a por ellas. 

Los rayos de sol caían sin piedad a esa hora, y pensé entrar al jardín de Hama-rikyu para descansar, pero volvían a cobrar, y aunque el precio seguía siendo ridículo, me negué a pagar por entrar a un parque. Así que fui al embarcadero Takeshiba, cerca de allí, para tomar un par de fotos del puente arcoiris, que cruza la bahía de Tokio. Estaba realmente cansado, pero tenía la torre de Tokio a tiro de piedra, así que hice un esfuerzo. Antes de llegar a ella, me crucé con el templo Zojoji, que estaba cerrado, pero me sorprendió la cantidad de pequeñas estatuas con pañuelos de colores y flores que hacían de ventiladores. 

Templo Zojoji. Tokio. Julio 2015

La torre de Tokio, de 333 metros de altura y construida en el año 1958, tiene dos observatorios, a 150 y 250 metros de altura respectivamente. Al igual que con la torre Tokyo Skytree, decidí no pagar la entrada. Sin embargo, me senté a descansar a sus pies durante varios minutos, y allí me dí cuenta que estaba realmente agotado. El distrito de Roppongi me quedaba ya a mano. Claro, vas caminando y así todo empieza a quedar cerca. Roppongi es famoso por sus enormes centros comerciales de gran altura, posee magníficas vistas del paisaje nocturno de la ciudad, y diferentes restaurantes y clubs donde disfrutar de la noche de la capital. Me dieron ganas de caminar hacia allí, pero mis piernas me obligaron a desistir, así que me dirigí hacia la estación de metro más cercana, afortunadamente no muy lejos, y regresé al hostal.

Torre de la ciudad. Tokio. Julio 2015

Aquella tarde decidí quedarme una cuarta noche en el mismo hostal, pero sólo quedaban tres camas libres cuando lo comuniqué, por lo que tuve que cambiar de dormitorio. Para el fin de semana ya estaban completos. 

Al día siguiente había quedado con Ayaka, la chica que conocí en el autobús desde Hirayu a Matsumoto. Quedamos en la estación de Tokio para ir a la zona de Odaiba, al otro lado del puente arcoiris, y que ella tampoco conocía. Es una zona comercial que reúne a numerosos restaurantes, edificios singulares y lugares de entretenimiento.

Mientras buscaba en el tablero de información la zona que era y el precio correspondiente para sacar el billete de tren, ella fue a la máquina y me compró una tarjeta prepago con 2.000 yenes. Me quedé de piedra, no lo esperaba, me dio hasta vergüenza. Y resultó realmente útil y cómoda, porque el precio del billete se descuenta directamente cada vez que la usas, olvidándote de comprarlos cada vez que necesites entrar al metro o coger un tren. También sirve para comprar bebidas en ciertas máquinas expendedoras que tienen esa opción, y se puede utilizar en todo el país, por lo que recomiendo comprarla. 

Utilizamos mucho el móvil para comunicarnos, y volvió a ser divertido. Al final conseguí que fuera soltando algunas palabras en inglés, incluso frases cortas. Estaba seguro de que podía hacerlo, pero aquí les enseñan inglés especialmente para aprobar los exámenes escritos, sin practicar la conversación, y a muchos les da vergüenza hablarlo. Me hacía mucha gracia además que empezase a hablar en japonés cuando le comentaba algo en inglés, aún sabiendo que no me enteraba de nada. 

Algunos edificios de la zona tenían una arquitectura moderna, con centros comerciales dentro, incluyendo restaurantes y zonas de ocio diversas. Encontramos una copia de la Estatua de la Libertad, con vistas a la bahía de Tokio y al puente arcoiris, y un transformer en la entrada del centro DiverCity. También visitamos las entrañas del PLI07, el que antaño fuera un barco de expedición atlántica, en el que tuve que ir agachado todo el tiempo por tener un tamaño japonés.

Con Anaka en Odaiba. Tokio. Julio 2015

Puente del arcoiris y copia de la Estatua de la Libertad desde Odaiba. Tokio. Julio 2015

Transformer. Odaiba. Tokio. Julio 2015

Odaiba. Tokio. Julio 2015

Después de una buena caminata y ya cansados, la acompañé hasta la estación. Cuando le devolví la tarjeta para que ella utilizase lo que quedaba, que era lo lógico, al menos para mí, la cogió, la introdujo en la máquina para saber cuánto quedaba, y sin que me diera tiempo a decir nada, le añadió otros 2.000 yenes y me la devolvió. Si por la mañana ya me había sorprendido, esa segunda vez me dejó paradísimo. Le dije que no tenía ninguna necesidad de hacerlo. 

Al llegar a la nueva habitación del hostal, encontré básicamente una cuadra, con ropas sucias por todos lados, camas sin preparar, todos chavales jóvenes... supuse que sería una noche complicada. Y, sin embargo, no fueron los propietarios de aquel desastre los que dieron la campanada, sino los dos argentinos con los que había hablado previamente. Se dedicaron a pegarse voces mientras se duchaban pasadas las doce de la noche, como si no pudieran estar cinco minutos sin comunicarse, y a encender la luz y seguir hablando al llegar a la habitación cuando ya estábamos varios durmiendo. Al final les tuve que llamar la atención.

Lo que me encontré al llegar a la nueva habitación para la última noche en el hostal. Tokio. Julio 2015

A la mañana siguiente, recogí todo y fui hasta la estación de Tokio para continuar mi viaje por el país. El siguiente destino era Kamakura, a la que llegué tomando el tren de la línea Toyakusa. El trayecto dura una hora, y su precio ronda los 1.000 yenes, aunque desconozco exactamente el importe porque aún llevaba saldo en la tarjeta que me dio Ayaka el día anterior. Nuevamente tuve la ayuda de varias personas al preguntarles cuál era la vía y parada adecuadas.

En resumen, Tokio me sorprendió gratamente porque, a pesar de ser una inmensa ciudad, me atrapó con sus luces y la amabilidad y el respeto de su gente, lo que no me suele ocurrir en este tipo de urbes. Posee infinidad de opciones de ocio, ya sean culturales, de entretenimiento o gastronómicas. Disfrutar una semana recorriendo sus calles es lo mínimo que se merece y que recomiendo en un viaje por Japón.

"Prometo disfrutar de cada rincón descubierto,
dejarme conquistar por calles escondidas.
Prometo saltarme la ruta, atrever a perderme, 
caminar hasta que me duelan los pies.
Prometo ser un viajero de ojos abiertos
y de corazón contento".


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