Tip of Borneo está situado en el punto más al norte de la isla de Borneo, donde se unen los mares de Sulú y del Sur de China. Playas de arena blanca y prácticamente ninguna conexión wifi en las cercanías te invitan a relajarte varios días allí sin pensar en nada más.
El autobús procedente de Kota Kinabalu me dejó en el centro de Kudat pasadas las doce de la mañana. Había otros cuatro extranjeros en el mismo, dos parejas jóvenes, y a todos nos ofrecieron transporte para ir a Tip of Borneo, a unos treinta kilómetros de distancia, y alojamiento por unos 150 ringgits, creo recordar. Yo no había preparado nada, no sabía ni lo que había que ver en aquel lugar, al que llegué por recomendación de Fanny. Así que busqué posibles alojamientos, o al menos, un restaurante con wifi donde comer algo y buscar información. Encontré un hotel donde el precio de la habitación individual sobrepasaba nuevamente los 150 ringgits, lo que me sorprendió enormemente dado que la ciudad no parecía ser muy grande. Me paré en el restaurante contiguo, donde coincidí con dos de los extranjeros del autobús. Después de comer y no tener mucho éxito buscando información, les pregunté directamente.
Playa Kosuhui. Tip of Borneo. Octubre 2015 |
El autobús procedente de Kota Kinabalu me dejó en el centro de Kudat pasadas las doce de la mañana. Había otros cuatro extranjeros en el mismo, dos parejas jóvenes, y a todos nos ofrecieron transporte para ir a Tip of Borneo, a unos treinta kilómetros de distancia, y alojamiento por unos 150 ringgits, creo recordar. Yo no había preparado nada, no sabía ni lo que había que ver en aquel lugar, al que llegué por recomendación de Fanny. Así que busqué posibles alojamientos, o al menos, un restaurante con wifi donde comer algo y buscar información. Encontré un hotel donde el precio de la habitación individual sobrepasaba nuevamente los 150 ringgits, lo que me sorprendió enormemente dado que la ciudad no parecía ser muy grande. Me paré en el restaurante contiguo, donde coincidí con dos de los extranjeros del autobús. Después de comer y no tener mucho éxito buscando información, les pregunté directamente.
Se llamaban Adam y Megan, y eran canadienses. Esperaban el transporte hacia un alojamiento ecológico en Tip of Borneo. Me contaron que ofrecían diferentes actividades, y que se encontraba a unos tres kilómetros de la playa y el restaurante, pero que había un servicio gratuito de transporte hacia allí. Me enseñaron la web y me dijeron que la habitación individual, una cabaña, costaba 43 ringgits. Tal y como se había presentado el día, parecía mi única opción buena, así que esperé al conductor para preguntarle si tenían espacio para mí. Y, afortunadamente, lo tenían. El precio del servicio de transporte desde Kudat al lugar era de 15 ringgits por persona.
El lugar se llamaba Tampat Do Aman. En realidad, la habitación era como una cabaña de madera, similar a las que probé en Pai, Tailandia, o Muang Knoi, en Laos, por ejemplo, pero con la diferencia de estar unidas a otras siete por un pasillo. En cuanto al baño, utilizaba un sistema totalmente ecológico, que se concretaba en no utilizar agua, sino que cuando terminabas de utilizarlo, simplemente vertías varias tazas de serrín encima... sí, sé lo que estáis pensando, y sí, lo confirmo... olía a rayos. Pero de esa manera, conseguían compost, o compostaje, que luego utilizaban como abono orgánico. Si hubiera leído con más cuidado los apuntes y recomendaciones que me escribió Fanny en Kota Kinabalu, hubiera ido directamente a este lugar sin la necesidad de haber recurrido a los canadienses. Pero a su vez, eso me dio la oportunidad de conocer y compartir tiempo con nuevas personas.
Volvimos a subirnos en la furgoneta para que Gilbert nos llevase a la playa, o mejor dicho, al restaurante del complejo en la playa, de nombre Tip Top. Allí nos explicó cómo funcionaba el mismo, y las diferentes playas y opciones para llegar a las mismas desde el lugar. Ese viaje sí fue gratuito, y el servicio contaba con diferentes horarios durante el día para recoger a los clientes desde allí y llevarlos al complejo.
Adan y Megan se quedaron en la playa, de nombre Kosuhui, pues durante los dos meses de su viaje no habían estado en ninguna. Yo aproveché para disfrutar de un paseo por la playa dirigiéndome hacia el verdadero "Tip of Borneo", el lugar donde se unen el sur del Mar del China, y el Mar de Buru.
Bajé el pequeño acantilado hasta las rocas, pero no tenía dificultad alguna y, de hecho, también lo había hecho otras personas. La mitad del camino de vuelta lo hice por la carretera para preguntar por el precio de una caseta de ladrillo, o al menos de madera con mucho mejor pinta, por si me cambiaba al día siguiente. Evidentemente era muy superior, no menos de 130 ringgits. Uno de ellos tenía un restaurante con conexión wifi, y aproveché para descansar, tomar algo y enviar algunos mensajes.
Playa Kosuhui. Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Gilbert me llevó de vuelta al complejo a la hora acordada, y me recogió treinta minutos después para volver al restaurante y poder cenar. Antes, tomé una ducha, o lo intenté, porque la altura de la misma estaba a la altura de mi cuello, por lo que me fui lanzando agua más que ducharme. A posteriori descubrí que alguna de las otras eran más altas. De cualquier forma, lo que sí notaba, era que miles de mosquitos se preparaban para atacarme una vez desprovisto del spray. Así que me sequé y vestí rápido para volver a ponérmelo. Tuve la precaución de ponerme pantalón largo para la noche a pesar del calor.
Estaba sentado solo en una de las mesas del restaurante comenzado mi cena, cuando una pareja italiana que vivía en Shangai, China, se me unió. Estaban allí por unos días por el cumpleaños de ella. Al rato se nos unió una taiwanesa que también vivía en China, y ofrecí hacerlo también a los canadienses, que aceptaron. Charlamos durante un rato, y luego el italiano nos invitó a todos a un pedazo de tarta, que trajeron con las luces apagadas para que le cantásemos a su novia el cumpleaños feliz. Si lo pienso, aún no me lo creo. Me bajé del autobús solo, sin planes y algo perdido. Y terminé la noche cenando con otras cinco personas y cantando feliz cumpleaños a una de ellas.
Al llegar al eco-hostal, la zona común estaba llena de los adolescentes australianos que estaban allí como voluntarios. Gilbert nos había contado durante el viaje desde Kudat que estaban construyendo un nuevo baño, y llevaban varios años seguidos yendo allí. No entendí muy bien ese tipo de voluntariado, pues veo mejor ayudar directamente en las aldeas. Entiendo la parte que si hacen más grande el eco-hostal y reciben más turistas, pueden contratar a más gente local para que trabaje allí. Sin embargo, en mi mente veía más útil construir, por ejemplo, una escuela en la zona, que no había.
Utilicé el tiempo para escribir notas para el blog. Me apetecía hacerlo en la habitación, más tranquilo, pero estaría incómodo en la cama dentro de la mosquitera, y con más calor posiblemente. Me fui a la cama pronto porque estaba cansado, y dormí sorprendentemente bien.
A la mañana siguiente, después de desayunar en la cabaña-restaurante del hostal, a varios clientes nos llevaron hasta la playa. Al final descarté la opción de alquilar una bicicleta, al menos durante la mañana, y probé a ir saltando de playa en playa, si era posible. Y lo fue, pero sólo porque la marea estaba baja, y dejaba al descubierto zonas de rocas y piedras por las que se podían atravesar por pequeños cabos que separaban algunas de ellas. La ventaja de hacer aquello, algo que nadie más estaba haciendo aquel día, fue no encontrarme turistas, y disfrutar de las pequeñas y silenciosas playas tranquilamente. Lo que sí resultaba molesto era la cantidad de moscas de arena que había, y que pueden suponer un problema si empiezan a picarte, así que intentaba evitar cada zona donde las veía.
No me detuve en ninguna de esas playas, pues mi intención era continuar hasta la isla Kulambu, a la que me habían dicho que se podía acceder caminando mientras la marea estaba baja. Así fui saltando de playa en playa, algo triste por ver la cantidad de basura acumulada en ellas. Pregunté a un local a posteriori sobre ello, y me dijo que los pescadores tiran cubos enteros, y que cree que también llegan hasta allí desde las Islas Filipinas e Indonesia durante la época de monzones.
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Basura en las playas. Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Basura en las playas. Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Al llegar a la playa Bavang Jamal, me desvié para tomar algo en un pequeño lugar llamado The Secret Place, pero al llegar, varios perros salieron a mi encuentro ladrando como locos. Así que me di media vuelta, y dejé que me siguiesen ladrando a mi lado sin hacer movimiento extraño alguno hasta que se cansaron. Pero uno de ellos, más tranquilo y sin ladrar, comenzó a seguirme por la playa. Y también por la zona de rocas de otro de los cabos. Allí se me acercó, le acaricié, y seguimos juntos durante el resto de la mañana. A veces iba él delante, y a veces lo hacía yo. Un gran compañero para una dura caminata.
Dondi, mi compañero de aventuras. Tip of Borneo. Octubre 2015 |
Finalmente llegamos al corredor de arena que llegaba hasta la citada isla. El perro se perdió entre la maleza, y yo me di un baño para refrescarme y quitarme todo el sudor de encima. Y justo cuando terminé, vi a Adam y Megan, que aparcaron la motocicleta que habían alquilado y se disponían a ir también a la isla a hacer snorkel. Charlé un rato con ellos, y di una vuelta por las rocas de un lado de la isla. Pero estaba cansado, y pensé que no tenía mucho sentido dar la vuelta completa, por lo que mi compañero, y ya amigo, y yo, emprendimos el camino a casa. A su casa, porque pensaba pasar por el mismo lugar para dejarlo allí. Antes eché un vistazo a la siguiente playa, de nombre Kulambu.
Para volver, tomé la carretera, pues sería más rápido y menos exigente que volver otra vez por las playas y rocas. Por el camino encontramos muchísimos perros, muchos, y en grupos de tres o cuatro, nunca solos. Todos salían a nuestro encuentro ladrando, pero mi amigo se adelantaba, se paraba en frente de ellos dejando que le ladrasen sin hacer absolutamente nada, hasta que yo me había alejado lo suficiente para volver trotando tranquilamente hasta mí. Yo le decía buen chico, y le acariciaba, pero no dejaba de sorprenderme la suerte que había tenido de encontrar semejante compañía. Era como mi guardaespaldas. Así que no tuve por menos que devolverle el favor. Cuando en dos ocasiones, un local en coche paró a mi lado para preguntarme dónde iba y ofrecerme llevarme, le respondí que no porque tenía que llevar al perro hasta su casa.
Y así llegamos a The Secret Place, donde esta vez, no me ladró ninguno de los otros canes. Le conté al dueño lo sucedido y me dijo que el perro solía seguir a otros turistas, que no me preocupase por traerlo porque siempre volvía, y que probablemente me volviese a seguir al continuar mi camino. Su nombre era Dondi. Aproveché para comer y descansar allí, a la vez que charlaba con Robi, el dueño, un local de 35 años que tenía ¡siete hijos!, el mayor con 16 años y la pequeña con 2. El precio de su comida y bebida era considerablemente menor que en el resto de lugares de la zona. De hecho, era el mismo coste que los vistos en la capital, por ejemplo, no los inflados para los turistas. Me contó que las zonas de Kudat y Pisak, de camino a mi siguiente destino, eran las más pobres de Malasia.
Y tenía razón, Dondi inició nuevamente el camino conmigo, hasta casi el desvío de mi hostal. No sé lo que hubiera hecho con los perros sin él. Por la mañana, en las recomendaciones para los turistas que había escritas en un libro, leí respecto a los perros que diciendo en voz alta "seeeeee no" y agachándote como para coger algo, paraban de ladrar y se iban. Y realmente funcionó con los primeros que nos salieron al paso, pero posteriormente, no necesité hacer nada más que esperar a que Dondi se adelantase. Un perro realmente inteligente.
Me duché y descansé un rato en mi cama, y después me fui andando hasta la playa en dirección a Tommy's Place, el único sitio "cercano" con conexión wifi. Se encontraba a unos cuatro kilómetros de distancia. Y sin embargo, no me hizo falta andar tanto, porque volvió a pararse un coche a mi lado, y esta vez acepté la invitación. Dos chavales jóvenes, profesores, uno de historia y otro de educación física, que me llevaron hasta la misma puerta. Sólo me pidieron hacerme una fotografía con ellos cuando llegamos. Y estando allí, se desató "el juicio final", en forma de una tormenta espectacular. No recordaba haber visto llover tanto en tan poco tiempo, unas dos horas, en las que estuve "secuestrado" en la cafetería. Aproveché un pequeño descanso para volver al restaurante de mi hostal, aunque seguía chispeando y me mojé ligeramente.
Allí volví a coincidir con la pareja canadiense y la chica de Taiwan. Cené, y pregunté cómo ir hasta la estación de autobuses de Kudat a la mañana siguiente, pues mi intención era viajar hasta Sandakan, un largo trayecto. En realidad, quería parar unos 25 km antes, en el Centro de Rehabilitación de Orangutanes de Sepilok, uno de los cuatro de este tipo en todo el mundo. En el libro del hostal había escrito que tenían un servicio de transporte a las siete de la mañana por 35 ringgits, demasiado caro teniendo en cuenta que pagué 25 por llegar a Kudat desde Kota Kinabalu. Pero la mala noticia fue que ya no tenían ese servicio y debía avisar a un taxi, que me cobraría 50 ringgits. Tenía otra opción, y era probar a hacer autostop a la hora que los aldeanos bajaban a la ciudad, entre las seis y media y siete de la mañana. Si no lo conseguía, siempre podría avisar para que llamaran al taxista.
Aquella noche no conseguí dormir bien, despertándome continuamente, así que acabé saliendo del alojamiento sobre las seis y cuarto de la mañana, dejando las mochilas en la carretera y esperando que pasase algún coche. Pero fue un taxi el que apareció, que esperaba a la chica taiwanesa para llevarla a no sé dónde, para reunirse con sus amigos. Hablando con él durante un rato, al final me dijo que podría llevarme gratis hasta el punto donde la carretera se desviaba. Desde allí tendría siete kilómetros hacia Kudat, en lugar de los alrededor de treinta en ese momento, y me dijo que era muy probable que algún conductor de los muchos que pasaban por allí pudiese llevarme. Así que le agradecí el detalle y me subí al coche, charlando con la chica hasta donde el taxista me dijo que me bajase. Empecé a caminar, pero no tardé ni un minuto en conseguir que un chaval joven parase. Iba a la ciudad a recoger a su hermano, que trabajaba por la noche como bombero. Tuve mucha suerte, pues los 50 ringgits de la noche anterior se habían convertido en nada.
Tuve que esperar hasta las ocho de la mañana a que la estación de autobuses, en realidad una caseta donde vendían los billetes, abriese, así que lo hice desayunando en el mismo restaurante donde encontré a Adam y Megan dos días antes. Compré el billete hacia Sandakan por 60 ringgits (el precio era el mismo aunque bajase 25 kilómetros antes, en Sepilok). Me pareció bastante caro, pero el trayecto eran de unas ocho horas. Luego vi a muchas furgonetas privadas preguntando dónde iba, y supuse que serían más baratas, pero también más incómodas. Dejé la mochila grande en aquella caseta y dí una vuelta por el pueblo hasta la hora de salida, las diez de la mañana. Otro pueblo sin nada interesante que ver.
Poco después de iniciar el viaje, tuve que pedirle al conductor que bajase el volumen de la radio, pues aún con los casco puestos y oyendo mi música, oía la radio a todo trapo. Una hora después, nos hicieron cambiar de autobús a todos los que íbamos a Sandakan, algo de lo que no me habían informado al comprar el billete. Éste otro tenía baño al final, que olía a rayos, y me cambié desde los asientos traseros, donde iba solo, a uno en la parte delantera.
Los paisajes eran increíbles, selva, jungla, todo teñido de un color verde denso, de ese que no deja ver más que la primera línea. Y así pasaron las horas hasta que me dejaron en el desvío de la carretera hacia el Centro de Rehabilitación de Orangutanes de Sepilok.
En resumen, Tip of Borneo es un lugar muy bonito al que merece la pena ir en un viaje por Malasia, aunque sólo sea a relajarse varios días en sus playas, especialmente las grandes. Sin embargo, también lo recomendaré por la amabilidad desinteresada de todos sus habitantes. Los únicos peros que encontré fueron los precios inflados y la cantidad de basura acumulada en varias de las playas.
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