Pai y el turismo mochilero

Al noroeste de Tailandia, rodeada de montañas, se encuentra Pai, una pequeña localidad que se ha convertido en todo un enclave del turismo mochilero y hippie. Está a reventar de guesthouses y extranjeros por todas partes. Mal sitio para quien busca interaccionar con la cultura tailandesa. Su lema, ven a Pai a no hacer nada.

Atardecer en el cañón de Pai. Marzo 2015.


El autobús desde Chiang Mai era bastante rudimentario y viejo, y el maletero era la parte trasera de los asientos. Al menos había espacio suficiente entre asientos, y viajábamos como siete occidentales y varios japoneses. El conductor arrancó con todas las ventanas subidas y las dos puertas abiertas, la delantera y trasera, que pensé que estarían rotas. Pero nada más lejos de la realidad. Como el ambiente estaba frío, al rato empezamos a bajar las ventanas, y poco después, otros viajeros cerraron manualmente las puertas, que luego tenían que abrir también ellos mismos cada vez que subía alguien más.

Estoy escribiendo esta parte en este momento. La vegetación parece más fresca y exuberante. Estoy hambriento. Y el autobús no tiene fuerza para subir la carretera de montaña, vamos a pedales. La carretera de las 700 curvas la llaman, y tiene bien ganada su fama. No apta para gente que tiende a marearse.


Pai


Al llegar a Pai, busqué alojamiento al otro lado del río, porque me había informado previamente que era donde se encontraban los más baratos. Había muchas opciones, casi todas como bungalow individuales, con baño dentro o compartido fuera. Yo elegí el segundo. La cabaña tenía un porche de bambú y hamaca a la entrada, y mosquitera dentro que protegía una cama doble, que no me parecía gran cosa, pero al final resultó cómoda. Tiempo después, volví a dormir en cabañas similares en Muang Ngoi, en Laos, y en Tip of Borneo, en Malasia. El baño, eso sí era otra cosa. Porque lo de salir de mi zona de confort está muy bien, pero ¡yo ahí no cago ni harto de vino!. Y al final lo hice, allí y en otros lugares aún peores que encontré después.

El precio, 200 baht con desayuno incluido. Esta vez no pongo el nombre del complejo, pues no fue nada del otro mundo, y hablando con unos y otros parece haber mejores opciones, y también más económicas.

Río que separa Pai. Marzo 2015.


Bungalow en Pai. Marzo 2015.

Uno de los baños compartidos del complejo. Pai. Marzo 2015. 

Dejé la mochila grande dentro y me fui a comer. Y resulta que donde paré había un español de Aranjuez, tres argentinas y una italiana (que también habla argentino). Ésta última y una de las otras vivían en Granada. Augusto, el español, dio la casualidad que tiene amigos en mi pueblo y ha ido por allí muchas veces. Y más casualidad aún fue volverlo a ver meses después en Koh Rong, una isla de Camboya.

Me dijeron que estaban pensando en alquilar unas motocicletas para ir a ver los alrededores, y que si me apuntaba. Y por supuesto que fui. Así, nada más llegar, y sin tiempo a conocer el pueblo. Y claro, otra vez de paquete en la moto. Creo que voy a probar a coger una yo solo otro día, no parece muy complicado.

Empezamos con una catarata que resultó estar seca, como toda la zona, llena de tierra y polvo, que removía la ingente cantidad de motocicletas que invadía el pueblo. Luego el Memorial Bridge, cuya historia se remonta a la segunda guerra mundial, cuando los japoneses obligaron a los locales a construirlo, aunque el actual no sea ese mismo, pues lo destruyeron antes de irse.

Memorial Bridge. Pai. Marzo 2015

Vistas desde el Memorial Bridge. Pai. Marzo 2015

Después fuimos a ver un campamento de elefantes que nos dejó algo chafados, pero que al menos reafirmó mi idea sobre este tipo de sitios. Estaban atados con cadenas en los pies, secos, parecían tristes y sedientos, porque el calor era implacable. Una de ellas estaba embarazada, debía de quedarle poco para dar a luz, porque fue fascinante ver cómo se movía el bebé dentro. Muy tierno. Esa no es la vida que deberían tener.  

Elefanta embarazada. Pai. Marzo 2015.

Por último, fuimos a ver el ocaso en el cañón de Pai. La verdad, vistos el Gran Cañón del Colorado, o el gran cañón cercano a la capital de Omán, éste me dejó un poco indiferente, pero la estampa era bonita. Y la compañía, inmejorable.


Lupi, Ari, Augusto, Mar, Elena y un servidor en el cañón de Pai. Marzo 2015.

El día había sido completo, lleno de inesperadas sorpresas, y caminando de vuelta al bungalow, apenas sin luz, de repente, alzo la vista y me encuentro una preciosa, hipnotizante y enorme luna roja, como nunca antes había visto. Luna de sangre.

Luna roja, Pai. Marzo 2015.

Lo sorprendente es que a la mañana siguiente el sol se alzaba ya temprano de un naranja fuerte, también casi rojo, y se puso con el mismo color. ¿Qué magia envuelve a este lugar?.

Pero volviendo a esa primera noche, empezaba a hacer mucho frío, lo que me parecía raro teniendo en cuenta que habíamos alcanzado los 38 grados Celsius durante la tarde. No había sábanas en la cama, sólo una colcha. Así que, por ambos motivos, saqué mi sábana-saco, y al sobre. Desperté sobre las 5:30 de la mañana tieso de frío. Salí al baño, había niebla, y exhalaba el típico vapor de las frías noches de invierno. Encendí el móvil sólo para saber qué temperatura hacía, y la sorpresa fue comprobar que había descendido más de 20 grados desde la tarde. A la cama otra vez, qué mejor sitio donde estar en esas circunstancias. Bueno, vale, se me ocurren unos cuantos, pero me refiero allí, en ese momento.

El problema que tengo es que cuando despierto ya no puedo volver a dormir. Así que me quité los tapones de los oídos y, con los ojos cerrados, me quedé quieto escuchando los sonidos del amanecer de Pai y su naturaleza, que alguna motocicleta rompía de vez en cuando.

Volví a quedar con las chicas para subir a un templo aprovechando que aún teníamos las motos. Me dijeron que también viajarían por Laos, Camboya y Vietnam, y que su presupuesto era de 10 dólares al día, algo bastante factible en Tailandia. Se iban a Chiang Rai esa misma tarde, haciendo autostop.

Todo en Pai estaba muy seco. Me dejó un poco plof, porque tenía mayores expectativas con esta zona del norte. Hablando con una tailandesa amiga de las niñas, me dijo que en Mae Hong So, que iba a ser mi próxima parada, la cosa estaba igual o peor, y que no me recomendaba ir. Después encontré a Augusto, y me contó que le habían dicho lo mismo por otro lado, y que no entendían lo que pasaba ese año, porque en anteriores sí había más agua.

Me habó de la quema de rastrojos. Parece ser que con la ceniza generada, cuando empiezan las lluvias, crecen unos hongos muy preciados por aquí. Y además luego la aprovechan para la cosecha, matando dos pájaros de un tiro. A mí, la humareda y polvo del ambiente me destrozaba la garganta.

Así que, dado que ya no iría a Mae Hong So, me quedé pensando en la opción de quedarme un tercer día en Pai, alquilar una moto, e ir a ver los alrededores.

Por la tarde salí a tomar algo y dar un paseo. Estaba un poco de bajón, primero por estar solo por primera vez en el viaje, y segundo porque había pillado un resfriado aquella noche. Entré a una cafetería y comí una tartaza de manzana, porque yo lo valgo. Y me levanté rápido para evitar los pensamientos negativos. Sé que habrá momentos duros durante el viaje, pero no voy a permitir que me paren. Como dijo mi amigo Rubén en el primer viaje que hice al extranjero durante el ya muy lejano verano del 2006... "Hacia atrás, ni para tomar impulso". Allí comenzó todo esto, en la costa este de Estados Unidos y Canadá, después de un año duro para mí a nivel personal. Juan, Toni, Rubén y yo. Cuántos recuerdos, cuántas cosas han pasado desde entonces.

Paseé durante un rato, y logré encontrar un mercado local, algo alejado del centro, agradeciendo poder abstraerme un momento de la invasión de turistas que llena el pueblo. Había anochecido, y no tenía ganas de volver a casa. Decidí tomar una cerveza en un local que me recomendaron las niñas, el Spirit, a juego con el ambiente hippie del lugar. Había música en directo, un tipo que versionaba canciones famosas con muy buena voz para ello. Me senté entre la gente, y estuve disfrutando de ello un rato.

Me fui contento a la cama, con otro ánimo. Allí seguía oyéndose la música alta de la fiesta que había cada noche en otro de los hostales. La verdad, no entiendo mucho la gente que viaja a otro país sólo para estar de fiesta cada noche sin ver nada más. ¿Para qué viajar fuera entonces?. Al final, cada persona es un mundo.

Según desperté a la mañana siguiente, la sensación que tenía era la de no querer quedarme por más tiempo allí, así que empaqueté mi mochila, desayuné, y marché hacia la parada de autobuses. Intenté conectarme antes a internet para reservar al menos la primera noche en Chiang Rai, mi siguiente destino. Pero no pude, no funcionaba bien.

Eran las 9:00 de la mañana cuando llegué a la estación de Pai, y el siguiente bus local hacia Chiang Mai, conexión inevitable hacia Chiang Rai, no partía hasta las 11:00. Podía esperar, pero no me apetecía, por lo que terminé pagando el doble por salir a las 10:00 en una minivan que además tardaba una hora menos en hacer el recorrido. Lo malo, menos espacio entre asientos, más calor, y tomar las innumerables curvas más rápido, una combinación perfecta para llegar algo mareado a la parada intermedia, nada grave. Vale, la culpa fue mía, por haber tomado un segundo desayuno prácticamente antes de salir.

Me sigue sorprendiendo cuánta gente se conoce viajando de esta manera. Mientras esperaba en la estación, a otra española y su amigo irlandés. Y en la minivan, una polaca y un portugués, ambos viajando también solos. Las conversaciones surgen casi sin buscarlas, y en ellas se recogen muchos consejos y recomendaciones para las siguientes paradas. Y la mejor sensación, es que al despedirme del portugués, me pegó un abrazo cuando yo le ofrecí la mano, con sólo unas horas hablando. De verdad, qué gente más maja te cruzas por el mundo. Gente abierta, humilde, transparente. Buena gente.

El resumen de Pai es que, hasta el momento, es la gran decepción de Tailandia. No sólo porque esperaba más de esta zona, sino porque no vine a la otra parte del mundo para estar en un pueblo donde el 90%, si no más, de las personas que te cruzas son turistas.


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