El Parque Nacional Kinabalu, o Taman Negara Gunung Kinabalu, es Patrimonio de la Humanidad, y es el hogar del monte Kinabalu, que con sus 4.095 metros de altura, es la cumbre del archipiélago malayo. Se encuentra a noventa kilómetros de distancia de Kota Kinabalu.
Alrededor de las 3:30 de la mañana, me despertaron para bajarme del autobús procedente de Semporna en mitad de la nada. Allí no había señal alguna del Parque Nacional Kinabalu ni de la montaña, sólo una fila de humildes casitas a ambos lados de la carretera. Estaba perdido en mitad de la noche, y sin más compañía que la de algunos perros. De repente llegó un coche, y me acerqué rápido para preguntarle al conductor. Me confirmó, como me temía, que aquel no era el pueblo de entrada al parque y, lo peor, que éste estaba lejos. No sé qué entendieron los conductores del autobús cuando les dije que me bajaría en la entrada al monte Kinabalu, pero se habían equivocado, y mucho. O se dieron cuenta de que se habían pasado cuando se acordaron de mí, y me pidieron bajar allí mismo. Mientras terminaba de subir algo a su coche, pensé que quizás me ofrecería llevarme, al menos parte del camino, pero no fue así, ese no era uno de los amables malayos que había encontrado en otros lugares. Y me extrañó, porque siendo de noche, y viéndome tan perdido, su solidaridad debería haberse encendido.
Y allí me quedé, de pie, con las mochilas aún en los hombros, con la mente en blanco sin saber lo que hacer, y mirando al lado de qué caseta podría sentarme a esperar al alba. Pero a los dos minutos vi aparecer un camión, al que empecé a hacer señas como un loco. Y paró. El conductor era un chaval joven, y le expliqué lo que me había pasado. Le preguntó a otro camionero amigo suyo que estaba también allí (estaba parado, con las luces apagadas y posiblemente durmiendo esperando a que éste otro llegase), quien confirmó que el Parque Nacional Kinabalu estaba a unos veinte o treinta kilómetros carretera arriba. Y, por fin, un rayo de sol en aquella oscuridad: el chaval me dijo que subiera que me llevaba hasta allí, pues él iba a Ranau, la ciudad más cercana, y en la misma dirección. Incluso llegué a pensar en ir hasta allí con él, pues sería más fácil encontrar alojamiento allí en mitad de la noche. El chaval entendía el inglés, pero no lo hablaba muy bien. Al poco rato de arrancar, ambos vehículos pararon a llenar los depósitos de agua, y dejando el importe en el lugar apropiado a pesar de no haber nadie pendiente. Alrededor de las 4:40 de la madrugada me dejó en la entrada del parque, la correcta. Subiendo el puerto el camión fue muy muy lento, no tenía gran motor, por eso tardamos tanto.
Y allí me quedé, de pie, con las mochilas aún en los hombros, con la mente en blanco sin saber lo que hacer, y mirando al lado de qué caseta podría sentarme a esperar al alba. Pero a los dos minutos vi aparecer un camión, al que empecé a hacer señas como un loco. Y paró. El conductor era un chaval joven, y le expliqué lo que me había pasado. Le preguntó a otro camionero amigo suyo que estaba también allí (estaba parado, con las luces apagadas y posiblemente durmiendo esperando a que éste otro llegase), quien confirmó que el Parque Nacional Kinabalu estaba a unos veinte o treinta kilómetros carretera arriba. Y, por fin, un rayo de sol en aquella oscuridad: el chaval me dijo que subiera que me llevaba hasta allí, pues él iba a Ranau, la ciudad más cercana, y en la misma dirección. Incluso llegué a pensar en ir hasta allí con él, pues sería más fácil encontrar alojamiento allí en mitad de la noche. El chaval entendía el inglés, pero no lo hablaba muy bien. Al poco rato de arrancar, ambos vehículos pararon a llenar los depósitos de agua, y dejando el importe en el lugar apropiado a pesar de no haber nadie pendiente. Alrededor de las 4:40 de la madrugada me dejó en la entrada del parque, la correcta. Subiendo el puerto el camión fue muy muy lento, no tenía gran motor, por eso tardamos tanto.
No había nada abierto, llamé a la puerta de un hostal que ponía abierto, pero ni lo estaba, ni había nadie en la recepción. De otra caseta salió un hombre, y le pregunté si podía entrar sólo para sentarme dentro hasta que abriese el parque, y me dijo que no, que el dueño llegaría a las seis de la mañana. Pero a esa hora, fue él mismo quien abrió la puerta. Me acerqué al parque, pero también estaba todo cerrado. Era lo lógico, y comprendí que fue un error coger el bus nocturno y bajarme allí en mitad de la noche sin al menos una reservar y haber avisado de la hora de llegada. Me cambié de ropa en el porche del hostal, pues hacía frío. Y hasta que amaneció, sentado en un banco, escribí las notas de ese día para el blog.
Había tres perros, una familia supuse, y estuve jugando con el pequeñín un rato. A las siete de la mañana abrió el restaurante contiguo al hostal, y aproveché para desayunar, aunque fue más una comida. Ese café caliente me sentó de maravilla. También había un cachorro de gato que se vino conmigo, y cada vez que dejaba de acariciarle para seguir comiendo, maullaba para que lo volviese a hacer.
El Parque Nacional del monte Kinabalu
Subí la pequeña cuesta hacia la entrada del Parque Nacional Kinabalu, y fui directamente a la oficina de atención al turista para que me explicaran la ruta y precios para subir a la montaña. Me confirmaron que seguía sin poderse subir hasta arriba, porque un terremoto que tuvo lugar en Junio de este mismo año destruyó parte del camino existente. A posteriori supe que murieron 39 personas allí por la caída de rocas durante el mismo, la mayoría estudiantes de Singapur. Así que sólo se podía llegar hasta la estación de Laban Rata, a unos 3.200 metros de altitud, y esperaban abrir el resto en unos meses. Eso me hizo dudar, pues fui allí para subir a la cumbre, no para quedarme a unos 500 metros por debajo de la altura del monte Fuji, por ejemplo.
Pero fue el negocio montado alrededor del mismo, y los abusivos precios los que me hicieron descartarlo finalmente. El hombre me explicó que el permiso para realizar la subida a la montaña costaba 100 ringgits (en el pasado era gratis), el seguro obligatorio otros 7, el guía de montaña obligatorio otros 150 ringgits (en el pasado tampoco existía esta obligatoriedad) y la tasa del gobierno, curiosamente no incluida en lo anterior, otros 6. A esto había que añadirle el transporte hasta el comienzo del trekking, aconsejable, especialmente si pretendes subir y bajar en el mismo día, pues eran cinco kilómetros hasta allí, y otros tantos de vuelta. Eso suponía otros 34 ringgits adicionales. Es decir, un total de 297 ringgits. Y eso sin contar el precio de una cama en un dormitorio compartido en uno de los albergues en mitad del camino, y que posiblemente necesites utilizar si comienzas la ascensión a media mañana.
Pero fue el negocio montado alrededor del mismo, y los abusivos precios los que me hicieron descartarlo finalmente. El hombre me explicó que el permiso para realizar la subida a la montaña costaba 100 ringgits (en el pasado era gratis), el seguro obligatorio otros 7, el guía de montaña obligatorio otros 150 ringgits (en el pasado tampoco existía esta obligatoriedad) y la tasa del gobierno, curiosamente no incluida en lo anterior, otros 6. A esto había que añadirle el transporte hasta el comienzo del trekking, aconsejable, especialmente si pretendes subir y bajar en el mismo día, pues eran cinco kilómetros hasta allí, y otros tantos de vuelta. Eso suponía otros 34 ringgits adicionales. Es decir, un total de 297 ringgits. Y eso sin contar el precio de una cama en un dormitorio compartido en uno de los albergues en mitad del camino, y que posiblemente necesites utilizar si comienzas la ascensión a media mañana.
La mala sensación fue cuando el hombre me dijo que mi seguro de viaje no era válido, que tenía que comprar el del parque sí o sí, sin saber explicarme muy bien la razón, y a pesar de insistirle que mi seguro cubría actividades de ese tipo y que podía demostrárselo. Tampoco supo explicarme porqué debía ir con un guía obligatorio. Es más, cuando le pregunté si podría unirme a algún grupo para abaratar ese coste, me dijo que no era posible, pues si el otro grupo quería volver antes, yo tendría que volver también. Y viceversa. Esa parte tenía más sentido, pero igual era desproporcionado. Me dijo varias veces que no sabía explicarme la razón, y en la última le contesté que era simple, querer sacar al turista todo el dinero posible.
Entonces le pregunté si podría hacer algún trekking en el parque sin tener que pagar todo aquello. Me dijo que sí, y me mostró un mapa con varias rutas. Me dijo que la entrada para ellas sólo era de 50 ringgits. Le pregunté cuánto suponían las dos más largas, y me contestó que algo más de diez kilómetros, así que le confirmé que haría aquello, y me dijo que lo hiciera al revés de como le estaba comentando, por ser más fácil el final de esa manera. Algo volvió a decirme sobre que no sabía explicarme porqué ahora se cobraban los 100 ringgits de entrada y el guía obligatorio, y le contesté nuevamente que para sacarle al turista cuando más dinero mejor. Cuando le dije que en mi país no cobraban absolutamente nada por subir a la montaña, se le borró la sonrisa, se cayó y se sentó.
Dejé la mochila grande en consigna por 12 ringgits, y empecé la ruta llamada Liwagu Trail, de 5.620 metros de longitud y un tiempo estimado de hasta tres horas para completarla. Yo lo hice en menos de dos. No encontré una entrada como tal, así que no pagué esos 50 ringgits que me comentó el hombre de la oficina, si es que era cierto, porque tuve mis dudas. Era bosque tropical, no selva, muy frondoso, pero bosque. La diferencia era apreciable. El camino, afortunadamente un trekking de verdad, no tablones de madera, discurría paralelo al río. No había mucho más que hacer salvo caminar, y disfrutar de la tranquilidad y el silencio del momento. Y pensar, demasiado a veces, y eso no es bueno. Es uno de mis grandes defectos. Cerca del final me crucé con la única persona que vi en casi dos horas.
Ruta Liwagu. Taman Negara Kinabalu. Octubre 2015 |
Ruta Liwagu. Taman Negara Kinabalu. Octubre 2015 |
Así llegué hasta la puerta Timpohon, donde, junto con el guía que te acompaña, se debe enseñar el permiso comprado. Tanto me habían cabreado las tasas y precios que pensé hasta en saltar la valla y colarme, pero no vi la opción posible. Me senté a descansar, comer y beber algo, pues la ruta había sido dura, y resignándome a no poder superar los restos de haber escalado al pico Fansipan en Vietnam, y al Monte Fuji en Japón. Subí al mirador situado arriba de la puerta, pero no se veía nada de la montaña porque había una espesa niebla. Y hacia abajo, sólo vi que el camino eran escalones asfaltados. Todo aquello fue como confirmarme que había tomado la decisión correcta sobre no escalar la montaña aquel día. Allí había muchas ardillitas que se paseaban por la barandilla esperando que les dieses comida. Cuando llegaron otros turistas con bolsas de gusanitos para ellas, fue muy gracioso verlas ir y venir cogiendo la comida.
Ardillas. Taman Negara Kinabalu. Octubre 2015 |
Desde allí, la idea era volver tomando primero la ruta Bukit Ular Trail, y luego la Kiau View, pero la primera estaba cortada por mantenimiento, algo de lo que no me informó el hombre de la oficina, supongo que por desconocimiento. Así que bajé por la carretera hasta enlazar con la segunda de las rutas, de 2.544 metros de longitud y un tiempo estimado de hora y media. Era más o menos similar a la primera, sólo que con más tramos de descensos. En uno de los primeros me paré a beber agua, y dos pequeñas sanguijuelas se colaron por mi calcetín. Afortunadamente las sentí y pude quitarlas a tiempo. Salí de aquella zona rápido.
Después del desvío hacia otro camino más corto y directo hacia la entrada del parque y que no tomé, seguí adelante por la misma ruta, pero se bifurcó en dos, un camino claramente mejor, y otro con mayor pendiente pero con árboles a ambos lados con pinturas del mismo color que la ruta, roja. Empecé por el bueno, pero después de varios metros me di cuenta que no se unían, como pasó otras veces durante la primera ruta. Así que volví y tomé la del color rojo. La pendiente cada vez era mayor, y el suelo muy escurridizo, mojado, con barro, sin piedras donde hacer tope. Iba de árbol en árbol, pero era realmente difícil tenerse en pie. Empecé a sentir el peligro, más en los últimos tramos, donde todo aquello empeoró aún más. Los árboles en mitad del camino se deshacían al pisarlos, así que tampoco me ayudaron a fijar mis pasos. Veía la carretera al fondo, abajo, y pensé que realmente tenía que llegar hasta el final. A veces iba casi sentado por la pendiente y el barro mezclado con hojas, y porque ya había resbalado una vez. Entré en pánico cuando llegué al final y no encontré nada más que un último pivote pintado de color rojo. No había más camino, estaba a unos ochenta o cien metros de altura sobre la carretera, que podía ver, pero sin acceso hacia ella. Empecé a deshacer el camino, pero enseguida comprendí que sería imposible volver hacia atrás, por la pendiente y el barro que no me permitía tener agarre en las pisadas, ni árboles fuertes sobre los que sostenerme e impulsarme. Sólo me quedaba una opción, tirar montaña abajo, sin camino, e intentar llegar hasta la carretera.
Tenía miedo, estaba solo, y la situación era tremendamente peligrosa y difícil, porque la pendiente era básicamente una caída. De hecho, aún yendo sentado, volví a resbalar varias veces. Intentaba agarrar alguna raíz, porque caía rápido. Conseguí atravesar la parte de vegetación y entrar en una zona de rocas, con agua en la superficie y entre ellas, así que seguía siendo peligroso, porque seguía sin agarre en mis pasos, pero ya estaba más cerca. Quería gritar para pedir ayuda, pero sabía que sería inútil, porque allí no había nadie, y nadie podría oírme en los alrededores. Volví a caer, pero ya veía el final, y por eso la ansiedad era también mayor. La parte final estaba llena de una maraña de ramas finas, de las que se enganchan, y que no podía apartar con la mano porque eran muchas y me cortarían. Debajo de ellas había un agujero, el que servía de desagüe para evitar que el agua llegara al asfalto. Sabía que caería, pero no había otra forma, así que alcé una pierna todo lo que pude y pisé las ramas, cayendo con ellas. Quedé atrapado entre ellas, y allí, a tan solo dos metros de la libertad, intenté calmarme y respirar, estaba agobiado. Esperé un instante, el suficiente para cargarme de fuerza. Me levanté sobre una pierna, y con la otra volví a pisar el resto de la telaraña de ramas que quedaba delante de mí dando otro paso. Quedaron sólo tres interponiéndose en mi camino, que aparté con la mano, antes de saltar sobre la carretera.
Tenía miedo, estaba solo, y la situación era tremendamente peligrosa y difícil, porque la pendiente era básicamente una caída. De hecho, aún yendo sentado, volví a resbalar varias veces. Intentaba agarrar alguna raíz, porque caía rápido. Conseguí atravesar la parte de vegetación y entrar en una zona de rocas, con agua en la superficie y entre ellas, así que seguía siendo peligroso, porque seguía sin agarre en mis pasos, pero ya estaba más cerca. Quería gritar para pedir ayuda, pero sabía que sería inútil, porque allí no había nadie, y nadie podría oírme en los alrededores. Volví a caer, pero ya veía el final, y por eso la ansiedad era también mayor. La parte final estaba llena de una maraña de ramas finas, de las que se enganchan, y que no podía apartar con la mano porque eran muchas y me cortarían. Debajo de ellas había un agujero, el que servía de desagüe para evitar que el agua llegara al asfalto. Sabía que caería, pero no había otra forma, así que alcé una pierna todo lo que pude y pisé las ramas, cayendo con ellas. Quedé atrapado entre ellas, y allí, a tan solo dos metros de la libertad, intenté calmarme y respirar, estaba agobiado. Esperé un instante, el suficiente para cargarme de fuerza. Me levanté sobre una pierna, y con la otra volví a pisar el resto de la telaraña de ramas que quedaba delante de mí dando otro paso. Quedaron sólo tres interponiéndose en mi camino, que aparté con la mano, antes de saltar sobre la carretera.
Tenía sentimientos encontrados. Me sentí feliz y libre por un lado, y enfadado por otro, con ganas de gritar. Lleno de barro, posiblemente con la ropa rasgada y rota, pero no lo comprobé. Y tenía unas ganas enormes de tener al hombre de la oficina en frente de mí para decirle que su desconocimiento sobre las rutas (el mal estado de aquella en concreto y que carecía de salida alguna) y su mala recomendación habían estado a punto de costarme algo serio. Escribiendo esto varias semanas después, creo que mi vida no corrió peligro en ningún momento, pero sí hubiera podido acabar con un esguince o alguna pierna rota. Aunque me pregunto qué hubiera pasado si la persona en esa situación hubiera tenido peor forma física o menos experiencia en la montaña, aunque tampoco sé si la mía me valió de algo de aquel momento.
Me dirigí con rabia hacia la oficina, y al entrar, encontré a tres o cuatro mujeres, a las que les pregunté dónde estaba aquel hombre. Se había ido a comer, me contestaron. Les expliqué todo a ellas, quizás con voz alta, no estoy seguro. Pero lógicamente estaba enfadado, y con el susto aún en el cuerpo. Les pedí una hoja de reclamaciones y describí todo lo ocurrido. Una de ellas me dijo que la entrada, el final para mí, de esa ruta estaba justo en frente, y supuse que se llegaba por el otro camino del que decidí regresar para tomar la ruta de los árboles rojos. Pero le pregunté entonces porqué los árboles a ambos lados del camino tenían pintura del mismo color que la ruta, y no supo responderme. Llamó a alguien y me comentó que irían a comprobar esa ruta. No podían hacer nada más. La que parecía la jefa se disculpó, aunque en ese momento, aquello no fue ningún consuelo, aunque le di las gracias y me fui.
Me dirigí con rabia hacia la oficina, y al entrar, encontré a tres o cuatro mujeres, a las que les pregunté dónde estaba aquel hombre. Se había ido a comer, me contestaron. Les expliqué todo a ellas, quizás con voz alta, no estoy seguro. Pero lógicamente estaba enfadado, y con el susto aún en el cuerpo. Les pedí una hoja de reclamaciones y describí todo lo ocurrido. Una de ellas me dijo que la entrada, el final para mí, de esa ruta estaba justo en frente, y supuse que se llegaba por el otro camino del que decidí regresar para tomar la ruta de los árboles rojos. Pero le pregunté entonces porqué los árboles a ambos lados del camino tenían pintura del mismo color que la ruta, y no supo responderme. Llamó a alguien y me comentó que irían a comprobar esa ruta. No podían hacer nada más. La que parecía la jefa se disculpó, aunque en ese momento, aquello no fue ningún consuelo, aunque le di las gracias y me fui.
Recogí la mochila y me fui a comer algo al mismo restaurante donde había desayunado por la mañana. Antes pregunté por el horario del autobús hacia Kota Kinabalu, pero me dijeron que no era fijo. Era el que llegaba desde Sandakan, y quizás no tuviese ni plaza libre, y que lo mejor era tomar un taxi, cuyo precio eran 150 ringgits si iba solo, así que descarté esa opción. De camino al restaurante, un hombre me ofreció el taxi-mini van, diciéndome que ya esperaba a cinco clientes, y que al ser yo el sexto, serían solo 25 ringgits. Acepté, pero le dije que antes quería comer. Allí, el gatillo me reconoció y enseguida se vino conmigo. No comí mucho, sólo una tortilla y algo de fruta, aún tenía el estómago cerrado. El taxista entró cuando terminé para decirme que serían 60 ringgits si me iba ya, y le dije que no, que entonces esperaría al autobús. Regateamos una vez fuera, y al final se quedaron en 20 ringgits, aunque el taxi era un coche viejo, y el conductor, un amigo suyo también muy mayor. El hombre debía tener los setenta y pico años. Pero me llevó bien, di incluso varias cabezadas. La tensión y el no dormir la noche anterior me habían noqueado.
En resumen, la experiencia de subir al monte Kinabalu debe ser espectacular, supongo, aunque tremendamente caro, especialmente si vas solo y decides descansar una noche en uno de los albergues situados en la ruta. El resto del Parque Nacional Kinabalu te brinda diferentes rutas que recorrer, y de las que hay que informarse bien previamente. No obstante, si lo que buscas es selva y tienes pensado visitar otros puntos de Sabah, quizás no sea el mejor destino para ti, siempre que no quieras subir a la montaña, claro.
En resumen, la experiencia de subir al monte Kinabalu debe ser espectacular, supongo, aunque tremendamente caro, especialmente si vas solo y decides descansar una noche en uno de los albergues situados en la ruta. El resto del Parque Nacional Kinabalu te brinda diferentes rutas que recorrer, y de las que hay que informarse bien previamente. No obstante, si lo que buscas es selva y tienes pensado visitar otros puntos de Sabah, quizás no sea el mejor destino para ti, siempre que no quieras subir a la montaña, claro.
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