Surakarta, popularmente conocida como Solo, fue una antigua colonia holandesa, y es la otra ciudad junto con Yogyakarta que conserva el estatus de sultanato. Fue mi
campamento base para subir al volcán Merapi, "la montaña de fuego". Se encuentra a unos 50 kilómetros de Yogyakarta.
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Vistas del monte Merbabu desde el monte Merapi. Surakarta. Febrero 2016. |
Cuando llegué a la
terminal de autobuses Tintorino de Surakarta por la tarde, tras un interminable viaje desde la meseta de
Dieng Plateau, parecía que la pesadilla no había terminado aún. No había conexión wifi gratuita en la terminal, por lo que no podía comunicarme con el que sería mi anfitrión en la ciudad. Ari, que así se llamaba, era un muchacho de mi edad que había aceptado mi solicitud a través de couchsurfing. Por la mañana, antes de salir del hostal de Dieng, le confirmé que comenzaba el viaje, pero sin saber a qué hora llegaría, y con la total seguridad de que no podría actualizarle mi posición durante el trayecto. Entonces le pedí a un muchacho que trabajaba en una de las tiendas de la terminal que lo llamase, tras un rato intentando explicarle que mi teléfono allí no funcionaba, más rápido y sencillo que decirle que la llamada me costaría una millonada. No consiguió contactar con él. Estaba hambriento, pues no había podido comer durante el largo trayecto, así que dejé que la situación se calmase por sí sola mientras comía otro delicioso soto. Tuve suerte, porque la encargada del restaurante hablaba algo más de inglés, y tras contarle la situación, también probó a llamar a Ari, aunque con igual resultado, inactivo. Y cuando terminé de comer, fue el mismo Ari quién llamó a mi teléfono, que le pasé a la mujer del restaurante para que le dijese dónde estaba. Luego me comentó que ya se encontraba en la estación porque imaginó más o menos la hora a la que llegaría.
Cogimos un taxi hacia su casa-negocio, pues era un café-chat, con una cocina pequeña, un baño, y una amplia habitación al final. Después de la experiencia en la "casa" de Stephen en
Yogyakarta, aquello me pareció un palacio. El inglés de Ari era excelente, y era amable, educado, inteligente y un gran anfitrión. Nada más llegar, insistió en que durmiese en la cama grande, que ya había preparado previamente. Me presentó a tres amigos suyos que estaban allí, y uno de ellos, Indra, el más jovencito, nos acompañó al centro, donde comenzaba la celebración del nuevo año chino. Nos desplazamos allí en sus motocicletas, al igual que cientos de personas, por lo que el tráfico era algo caótico, y el aparcamiento de motos estaba totalmente saturado.
Fuimos caminando hacia la villa de uno de los sultanes, aunque como era tarde, se encontraba cerrada. Me invitaron a tomar un
té "wedang ronde" con jengibre caliente realmente delicioso, sentados sobre una alfombra en plena acera. Los tres repetimos, mientras hablábamos sobre nosotros para conocernos mejor. Luego cenamos en un sitio local también en la calle. Me llevaron a ver un teatro tradicional javanés, pero también estaba cerrado aquella noche. Por último, antes de acostarnos, Ari desplegó una pequeña alfombra, se cubrió las rodillas y comenzó a orar. Lo observé sin decir nada hasta que terminó, que fue cuando le confesé que era la primera vez que veía a un musulmán rezar frente a mí, y le pregunté algunas dudas. Me comentó que incluso les sirve para estirar algunos músculos.
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Tomando wedang ronde con Ari e Indra. Surakarta. Febrero 2016. |
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Restaurante local en la calle. Surakarta. Febrero 2016. |
Antes de llegar a
Surakarta ya había acordado con Ari subir al
volcán Merapi al día siguiente, por lo que fuimos a comprar suficiente bebida y comida para el trayecto. También para Indra, que se unió al plan. Ellos no lo habían escalado antes, así que sería un reto nuevo para todos.
El monte (Gunung) Merapi es el volcán más activo de Indonesia, mide casi 3.000 metros de altura, y su nombre significa "montaña de fuego". La entrada al mismo se encuentra más cerca de
Surakarta que de Yogyakarta, aunque desde ésta segunda se pueden encontrar más agencias que promocionan el tour. De hecho, en el hostal donde me alojé la primera noche lo hacían.
El volcán Merapi
Nos levantamos temprano, desayunamos y fui en taxi hasta la terminal de autobuses, donde tomamos uno hacia Boyolali, la ciudad más cercana, por 15.000 rupias. Allí esperamos un buen rato hasta que pasó el siguiente autobús local hacia Cepogo, por 5.000 rupias. El último autobús local debíamos tomarlo hacia
Selo, la aldea donde se encuentra la entrada al monte, por otras 5.000 rupias. Sin embargo, tuvimos que esperar otra media hora más hasta su salida, por lo que Indra y yo aprovechamos para visitar el mercado local y comprar plátanos, que luego nos vinieron genial. La predicción meteorológica decía que comenzaría a llover por la tarde, por lo que comenzaba a desesperarme.
Al llegar, teníamos dos opciones, subir andando los 3 kilómetros que nos separaban del comienzo, New Selo, o hacerlo en taxi, opción que preferían ellos dos. Fue entonces cuando me di cuenta de que llevaban chanchas... chanclas para subir a una montaña, a un volcán. La pendiente era pronunciada, así que cogimos el taxi por 50.000 rupias. Y resultó ser una muy buena opción, porque a los 2 kilómetros se encuentra la caseta donde se paga
la entrada, 15.000 rupias para los locales y 150.000 para los extranjeros (la regla del diez). El conductor sugirió que me cubriese un poco, mientras Indra bajó a pagar tres entradas de locales. También debían dejar un carnet de identidad como garantía, que recogería a la vuelta, para asegurarse de que no nos habíamos perdido o nos había sucedido algo.
Seguimos un kilómetro más con el taxi, y luego comenzamos la ascensión por un estrecho camino de asfalto con una endiablada pendiente que debía rondar el 25%, y donde mis dos amigos empezaron a mostrar una falta de forma de física alarmante.
El camino no zigzagueaba, subía directamente en una cuesta infinita, aunque eso hacía que las vistas hacia el valle y la montaña que había en frente, el monte Merbabu, pronto fueran mejores.
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Vistas desde el monte Merapi. Con las nubes de lluvia ya encima. Surakarta. Febrero 2016. |
Poco después, pasamos a un sendero de tierra arcillosa, blanda y muy resbaladiza debido a la lluvia del día anterior. La inclinación, sin embargo, no daba tregua, y empezamos a utilizar las manos para seguir subiendo. Ellos incluso se quitaron las chanclas porque subían mejor sin ellas. La situación no me gustaba nada, empezaba a ser peligrosa, porque el camino era muy estrecho, y justo al lado, la caída. Sabía que como comenzase a llover y tuviésemos que bajar por aquel terreno, estaríamos metidos en un gran lío. Y ellos, inocentes, y quizás inconscientes, parecían no darse cuenta, sólo reían y seguían haciendo bromas, lo que incluso empezaba a molestarme. Incluso estaba enfadado conmigo mismo por no haber comprado ya unas nuevas zapatillas de trekking. Aquellas, ya no agarraban nada, hacía tiempo que la suela estaba plana, y era casi lo mismo que llevar las chanclas que llevaban ellos.
Así pues, al llegar a la base 1, decidí que no podríamos seguir subiendo, más con previsión de lluvia y unas nubes sobre nosotros que me decían que se adelantaría. Ellos estuvieron de acuerdo. Y no me equivoqué, bajando resbalamos varias veces, y fue llegar a la aldea Selo y comenzar a llover, y no de manera ligera precisamente. Me dio rabia, por supuesto, quería subir, pero a veces no puedes hacer todo lo que te gustaría, y no tiene porqué ser malo. Como siempre digo, todo pasa por algo. Antes, durante el descenso, pasé corriendo frente a la caseta donde se compraban las entradas, y donde Indra recogió su carnet. Y me sorprendió ver cómo mujeres ya mayores subían andando aquella cuesta cargando gran peso sobre sus hombros y espaldas.
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Base 1 de la ascensión al monte Merapi. Surakarta. Febrero 2016. |
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Mujer subido al monte Merapi. Surakarta. Febrero 2016. |
El taxista nos había dado su teléfono por si queríamos que nos llevase hasta Cepogo y su mercado local por 150.000 rupias, lo cual era del todo desorbitado, pero nos dijo que no había autobuses locales. Sin embargo, al llegar a la aldea, nos comentaron que el autobús escolar estaba por llegar, y que podríamos bajar en él. Comimos y esperamos hasta que finalmente, y debido a la lluvia, nos dijeron que el autobús ya no vendría, pero que el dueño de una furgoneta nos bajaría a nosotros y a otras dos mujeres. Así que nos subimos todos detrás en un divertido viaje cuesta abajo. Por suerte, la lluvia paró durante ese rato.
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Con Ari e Indra en la parte trasera de una furgoneta. Surakarta. Febrero 2016. |
Volvimos a
Surakarta de la misma forma, aunque paramos cerca del centro de la ciudad con la intención de visitar algo de la misma, pues era temprano. Pero la lluvia hizo acto de presencia nuevamente, y tras esperar una hora resguardados bajo el techo de un local, decimos volver a casa en taxi. Había viajado a Indonesia cuando teóricamente la temporada de lluvia había acabado, pero aún daba sus últimos coletazos.
Pasé la tarde buscando opciones en internet para visitar los volcanes Bromo y, posteriormente, Ijen. Pero el primero seguía cerrado al turismo por estar activo en aquella época. Una verdadera pena, porque las fotos que había visto del mismo, y lo que había leído sobre otros viajeros, lo habían convertido en una de mis prioridades en Java. Así que ya estaba decidido, mi próximo destino sería
Banyuwangi y el volcán Ijen, hacia donde iría en autobús.
Después de cenar, Ari me llevó a la
ópera tradicional javanesa (Sugeng Rawuh) que intentamos ver la primera noche. Parecía divertido, a pesar de no entender nada, pero el resto del público se reía. En realidad era más teatro que ópera, y la música de ambiente sonaba demasiado alta. Después de más de dos horas, y de dar alguna cabezada, regresamos a casa.
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Ópera tradicional javanesa. Surakarta. Febrero 2016. |
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Ópera tradicional javanesa. Surakarta. Febrero 2016. |
A la mañana siguiente, fuimos a la terminal Tintorino en su motocicleta, y con las mochilas, por si acaso. Nos dijeron que el autobús partía a las nueve de la noche, y el billete se compraba directamente dentro. Así que volvimos, dejamos las mochilas, y fuimos paseando hacia el
palacio Mangkunegaran, cuya entrada me costó 20.000 rupias, y donde sigue viviendo el Sultán. Ari se quedó esperándome fuera. Después fuimos a la mezquita, y a la otra villa, cuyas estrechas callejuelas con antiguos negocios de arte tradicional me parecieron lo mejor de la ciudad.
Comenzamos a hablar sobre el estado islámico, IS, y me comentó que tanto a él como a otros amigos los habían intentado convencer para unirse a su causa cuando vivía en Yakarta. No olvidemos que Indonesia es el país del mundo donde viven un mayor números de musulmanes. Ari respondió diciendo que su Dios, Alá, no quería que matase a nadie. Excelente contestación de un hombre inteligente.
Comimos en un sitio local cuando comenzó a llover, y ya no cesó en toda la tarde, que resultó algo aburrida por ello. Por la noche, Ari e Indra me acompañaron a la terminal en taxi, y esperaron conmigo hasta que el autobús salió con 20 minutos de retraso. Me esperaban doce horas de viaje, aunque al menos tuve tres asientos para mí en la última fila del mismo, me puse los tapones para los oídos, y pude dar alguna cabezada, hasta que comenzaron dos de los días más extraños que he tenido durante mi aventura. El nombre de la compañía era Mira, y el billete me costó 90.000 rupias, si no recuerdo mal, con una botellita de agua incluida.
En resumen,
Surakarta, o Solo, a menos de 50 kilómetros de distancia de Yogyakarta, suele pasar desapercibida para los turistas, que van mayoritariamente a ésta segunda, especialmente si disponen de pocos días. El acceso al
volcán Merapi es mejor desde allí, pero igualmente, las agencias y hoteles organizan los viajes desde Yogyakarta. Posiblemente una parada prescindible en un viaje por Indonesia.
Maravilloso viaje y espectaculares fotos. Felicidades!
ResponderEliminarMuchas gracias "Baile del Norte", espero seguir viéndote por aquí, aún me queda mucho por contar. Un abrazo
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