Dumaguete y la isla Apo

La isla de Negros es la segunda más grande de las Bisayas, y Dumaguete es la capital y principal puerto. También es una ciudad eminentemente universitaria. Es fácil y rápido llegar hasta ella desde Cebú. Y desde allí parten barcos hacia las islas Siquijor y Apo, por lo que es un buen campamento base si sólo se quieren visitar en una excursión de ida y vuelta.

Apo es una pequeña isla volcánica, y una reserva marina protegida, por lo que es considerada como uno de los mejores lugares de buceo y snorkel de Filipinas, lo que atrae cada vez a más turistas a sus aguas.

Vistas del santuario marino desde el punto sur. Isla Apo. Noviembre 2015


El barco procedente de la isla Siquijor no resultó nada estable, y avanzaba mientras se balanceaba a un lado y otro. Al llegar a Dumaguete, acompañé a la chica inglesa junto a la que me senté en el mismo hasta el hostal económico que conocía, Harold's Mansion. El precio de la cama en un dormitorio de ocho, con baño dentro y desayuno incluido, fue de 250 pesos. Aunque el baño no olía nada bien, la estructura de la cama era fuerte y la limpiaron al llegar, así que me quedé. Lo mejor es la azotea que tienen, donde sirven el desayuno y se puede estar tranquilo. También disponían de servicio de traslado a la isla Apo por 250 pesos. Ese era el precio si te quedabas pernoctando allí, es decir, el viaje sólo de ida. Si querías unirte a la excursión de ida y vuelta para hacer snorkel, con el equipo y la comida incluida, el precio era de 1.000 pesos. No recuerdo el precio si en lugar de snorkel hacía varias inmersiones de buceo.

Incluso me recomendaron una homestay en la isla Apo, y me dejaron el teléfono para preguntar disponibilidad. Como me dijeron que tenían camas libres para la siguiente noche, confirmé la reserva, y con el personal del hostal, el viaje del día siguiente, con salida a las siete de la mañana. De hecho, a posteriori, busqué en internet sobre la homestay, y tenían un apartado sobre cómo llegar hasta allí, que era la opción de coger un autobús local desde Dumaguete hasta Zamboanguita, y desde allí una barca hasta la isla. También tenían escrito los precios de ambos trayectos, resultando incluso más caro que ir directamente desde Dumaguete con el viaje que contraté, así que todo parecía estar saliendo bien.

Aproveché para dar una vuelta por la ciudad, que gira en torno a una calle central muy larga, la avenida Hibbard. No había mucho interesante que ver, simplemente los locales, la gente, el ambiente. Como en otras partes de Filipinas, la Navidad ya había hecho acto de presencia en cuanto a adornos en las calles y ofertas en los comercios. Incluso en los establecimientos sonaban multitud de canciones navideñas.

Volví al hostal después de cenar en un McDonald's, pues no me apeteció cenar comida local esa noche, y encontré un "concierto" en directo en el tejado. Había un hombre cantando y tocando la guitarra, con voz bonita, profunda y tranquila, pues así eran sus melodías. Y la luna llena se levantaba a su espalda, iluminando para él las caras de los que le escuchábamos. Un buen momento.

Concierto en el ático del hostal. Dumaguete. Noviembre 2015

Encontré cinco españoles más en ese hostal, y estuve charlando un rato con ellos. De hecho, al contarles lo que había conseguido para la isla Apo al día siguiente, bajaron a llamar a la misma homestay para ver si tenían más camas libres, pero ya estaba completo. Dos eran catalanes, amigos que iban a viajar por dos meses. Los otros dos, una pareja vasca, que habían dejado sus respectivos trabajos para viajar. Es increíble el número de personas que me sigo encontrando que han hecho lo mismo que yo.

Me acosté temprano, como los últimos días, pues estaba cansando. De todas formas, no conseguí dormir muy bien por la congestión nasal que tenía, y desperté varias veces durante la noche. Aprovechaba para apagar el aire acondicionado cada una de ellas. 

El desayuno del día siguiente fue del tipo filipino, pero correcto. Nos llevaron en jeepney hasta un lugar frente a la isla Apo, y desde allí, en barco, aunque tuvimos que esperar un buen rato a que llegara la tercera de las furgonetas. Tenía la idea errónea de que saldríamos directamente desde el puerto de Dumaguete. En el barco nos habían mezclado a todos, los que iban a bucear, a los que dejaron primero, los que iban a hacer snorkel, y los que nos quedábamos una noche a dormir en la isla. Nosotros fuimos los últimos en abandonarlo. Nos trasladaron a la playa de a dos en una pequeña embarcación que se movía muchísimo con el oleaje de aquel día. Yo iba solo con las mochilas grandes de los vascos, que estaban buceando, pero que también se quedaban a pernoctar en la isla. Los catalanes, que venían detrás de mí, se las iban a llevar al mismo hostal donde se hospedarían los cuatro.


La isla Apo


Antes de pasar al pueblo desde la playa, nos hicieron pagar los 100 pesos de la tasa de acceso al santuario, que no es más que una pequeña zona acotada para conservación del ecosistema marino, y donde se ven tortugas a menudo. Mi hostal se llamaba Mario's Scuba Diving and Homestay, y pagué 250 pesos por una cama en un dormitorio compartido de ocho, con dos baños dentro. El personal, una familia, fue encantador desde el primer momento. Me invitaron a un café mientras terminaban de limpiar la cama, que llevaba incorporada la mosquitera. Muy recomendable.

Dejé la mochila y me fui a alquilar la máscara y el tubo para hacer snorkel, que costaban 100 pesos hasta las cinco de la tarde. Me recomendaron comenzar por la playa situada en el lado opuesto al santuario, y luego ir nadando hacia allí, para evitar pagar el guía que, de otra manera, sería obligatorio. Toda esa zona es conocida como Chapel. Y eso hice. La isla es famosa precisamente por lo bonito del buceo y del snorkel, y no decepcionó. Desde el principio pude ver coral mejor conservado y cuidado que en el resto de las islas que había visitado anteriormente en el país. Y peces, muchos. Grandes estrellas de mar sorprendentemente azules. Y erizos de mar enormes, negros, con púas largas y amenazadoras, que acechaban escondidos entre las grietas de las rocas. También como una especie de babosas negras de las que dudaba si estarían vivas o no, porque no sabía lo que era, pero esa misma tarde vi moverse a alguna.

Ya en el santuario, sin adentrarme mucho por si me llamaban la atención al verme solo, no pude ver tortugas, y la profundidad disminuyó considerablemente. Como no quería tocar los corales, regresé nadando hasta la playa por donde entré. Tanto a la ida como a la vuelta, tuve que ir esquivando las cuerdas de las anclas de todas las embarcaciones que estaban paradas en aquella zona.

Subí a comer al hostal, donde había atún del día, así que aproveché, porque no solía comer pescado en los países asiáticos por falta de confianza. No quería volver a entrar al agua justo después de hacerlo, así que recorrí antes la eco ruta Amihan por toda la isla Apo, aunque no pensé que sería tan agotador. Comencé yendo al punto sur de la isla, donde hay una caseta que hace de observatorio, y al que se llega desviándose después de pasar la escuela elemental. Por el camino encontré a una pareja de filipinos jóvenes, que andaba algo perdida, y que se disponían a regresar porque estaban incluso asustados, según me comentaron posteriormente. Iban con chanclas, y el terreno no era muy propicio para ellas, así que supuse que esa era su falta de confianza.

Vistas desde el punto sur. Isla Apo. Noviembre 2015

Con la joven pareja filipina en el punto sur. Isla Apo. Noviembre 2015

Después de bajar de la colina, vi a varios niños jugando con una especie de bazucas, a las que le echaban un líquido, las agitaban y disparaban, aunque sólo era aire y ruido lo que salía de ellas. Era como una batalla con los que estaban al otro lado del lago. En el estrecho terreno que separaba el lago del mar encontré a seis cachorros, sin su madre, a los que estuve acariciando un buen rato. Eran súper tiernos. Desde allí fui a Sitio Cogon, la aldea que está justo en el lado opuesto de la isla a Chapel. El camino estaba asfaltado, pues eran peldaños de subida y bajada. La villa era muy pequeña, y aislada del turismo que había en la otra zona. 

Aldea. Isla Apo. Noviembre 2015

Jugando con los cachorros. Isla Apo. Noviembre 2015

Ya viene la tormenta. Playa de Sitio Cogon. Isla Apo. Noviembre 2015

Pregunté como ir al faro, y un local le dijo a un niño que me mostrara dónde estaba el camino. Comprobando el mapa a posteriori, supuse que no se trataba de la ruta oficial, quizás también asfaltada, porque no tuvimos que volver hacia atrás parte del mismo. Me dejó justo donde se comenzaba a subir la montaña por un terrero con mucha pendiente y resbaladizo. Nuevamente me di cuenta de la necesidad de comprar unas nuevas zapatillas de trekking, porque la suela de las mías estaba totalmente desgastada. Desde arriba ya pude notar la fuerza del viento debido al temporal que ya habían avisado que llegaba. En la zona del faro había en realidad dos, uno antiguo y otro más nuevo. Las vistas no eran muy buenas debido a la vegetación.

Faro. Isla Apo. Noviembre 2015

El camino de vuelta a Chapel fue siempre cuesta abajo y por unas escaleras de hormigón, por lo que tardé menos de cinco minutos en llegar. Dejé la mochila en la habitación y fui a hacer otro poco de snorkel antes de devolver el equipo. En realidad el paisaje fue el mismo que el de la mañana, con la excepción de los erizos de mar, que había salido de las grietas, y se veían espectaculares. Mejor desde lejos.

Playa de Chapel y aldea. Isla Apo. Noviembre 2015


Árbol (posiblemente para la Navidad) hecho de cocos. Isla Apo. Noviembre 2015

Cuando encontré al hombre que me había alquilado la máscara y el tubo y le comenté que no había logrado ver tortugas, me animó para volver a entrar al lado del santuario. Acepté la invitación porque parecía muy seguro de que estaban allí. Sin embargo, la entrada a esa parte no es playa, sino rocas, y había algo de oleaje que me hacía perder el equilibrio constantemente. Caminaba con las chanclas puestas, por las rocas y por si había un erizo de mar por allí, que pensaba quitarme y utilizar como palas una vez que el agua tuviese algo de profundidad. Pero me fue imposible, y después de intentarlo una segunda vez, caerme varias veces y perder la pieza que acoplaba el tubo a la máscara, decidí dejarlo.

Por la tarde me crucé con el vasco y uno de los catalanes, que estaban comprando algo de picar para los otros. Sentí que no había buen feeling con ellos, y en ningún momento me dijeron de unirme a ellos, así que yo tampoco hice ningún esfuerzo por acercarme. Por la noche, estuve charlando con un hombre de Israel que había en mi dormitorio. No entendía cómo les dijeron al resto de españoles que estaban completos, porque sólo dormimos los dos en una habitación para ocho. Debieron tener algunas cancelaciones. Comí y cené en el mismo hostal, aunque resultaba algo caro. También porque no tenía billetes más pequeños de 1000 pesos, y en la isla nadie tenía cambio para ello. Así que cuidado con eso. En mi caso, me dijeron que pagara todo lo consumido al final, lo que les resultaría más sencillo para devolverme el resto.

A la mañana siguiente, pedí al personal del hostal que llamase a Harold's Mansion, el hostal de Dumaguete, para saber si habían tenido viaje de buceo a la isla ese día o no. Me confirmaron que sí, y que me recogerían a la una de la tarde frente a la oficina donde se paga la tasa al llegar.

Con los deberes hecho, fui a ver nuevamente a los cachorros que encontré la tarde anterior, y pasé con ellos otro rato, aunque faltaban dos. Y después a Boluarte, una pequeña playa al lado de la de Chapel que aún no había visto. Mi intención era nadar, pero el agua estaba fría, y seguía acatarrado, por lo que no me pareció buena idea. Volví a la habitación, en la que estuve solo el resto de la mañana, descansando y escribiendo notas.

Después de comer, hice el check-out y bajé a la playa a esperar a la pequeña barca que debía recogerme para llevarme hasta el barco de Harold's Mansion. Pero no llegaba, y el barco estaba frente a la playa, por lo que temí que se hubieran olvidado de mí. Pedí a la mujer que estaba en la oficina que llamase para confirmar, y cuando me pasó el teléfono, parecían no saber nada. Igualmente me dijeron que se pondrían en contacto con el capitán. Y diez minutos después, vi como salía del mismo la pequeña embarcación que me llevó el día anterior hasta la playa. Supuse que efectivamente se habían olvidado de mí.

Había oleaje, y la vi casi volcar desde donde me encontraba. Fue porque iba rápido y con el viento en contra. Guardé todo lo que llevaba en los bolsillos del pantalón dentro la mochila, que llevaba cubierta con la funda impermeable. Conmigo ya dentro, volvió muy lento, y no tuvimos problemas, hasta que llegó el momento de subir desde ella a las escaleras del barco, pues las olas hacían imposible fijarse de manera estable. El chaval cogió mi mochila y se la lazó a otro de la tripulación. Y yo, con las zapatillas en la mano, y levantado, justo cuando ya se las iba a dar al capitán, que me esperaba en las escaleras, una ola nos echó hacia atrás, nos separó, y me hizo perder el equilibrio. El resultado fue que acabé en el agua, y las zapatillas conmigo, aún en mi mano, y totalmente empapadas. Desde el agua se las dí al capitán, y luego subí por las escaleras, también totalmente empapado. Éste las lavó con agua dulce y las puso al sol. Y yo entré al bañó para escurrir toda mi ropa. No me cambié, simplemente también me quedé bajo el sol, y con el viento que corría, fue suficiente para secarme durante la más de una hora que aún estuvimos anclados frente a la isla esperando a los buceadores. Mientras tanto, me ofrecieron un café caliente.

El coste del viaje fue el mismo que a la ida, 250 pesos. Hay barcas locales que te llevan a tierra firme por 300 pesos a distintas horas del día, y desde allí, se debe tomar el autobús hasta la ciudad. Al llegar al hostal de Dumaguete, aún les quedaban camas libres en el mismo dormitorio común donde dormí dos noches antes. Por la mañana, tenía que ir a la terminal de Sibulan para coger el ferry hacia la isla de Cebú, concretamente Liloan. Elegí un triciclo, por la comodidad, aunque me pedían entre 100 y 120 pesos, que no estaba dispuesto a pagar. Cuando comencé a caminar hacia la avenida principal para tomar un jeepney, otro conductor de triciclo se acercó y aceptó llevarme por los 54 pesos que tenía sueltos. Aún un alto precio comparado con el jeepney, pero fui solo en el vehículo, y el lugar estaba alejado varios kilómetros, quizás más de cinco, por el tiempo que tardamos.

Había dos opciones para el ferry, el lento, por 45 pesos, y el rápido, por 62. Elegí el primero porque en un trayecto tan corto, de unos veinte minutos, la diferencia era mínima. Al llegar, caminé hasta la carretera principal, también un trayecto corto en el que no se necesita ir en triciclo. Los autobuses locales hacia Cebú City son frecuentes, y esperé unos cinco minutos hasta que me subí a uno de ellos, por 162 pesos. Tardó alrededor de las tres horas y media en realizar el trayecto, con incontables paradas, y mucho calor durante el último tramo.

Ferry hacia Liloan. Dumaguete. Noviembre 2015

En resumen, Dumaguete es otra de las ciudades de Filipinas que no ofrece mucho atractivo al turista, aunque al menos, se puede pasear tranquilamente por su avenida principal. Sirve de trampolín hacia las islas Siquijor y Apo, por lo que es un buen campamento base. La isla Apo es, sin duda, una parada obligatoria, más para los amantes del buceo, con corales mejor conservados y una amplia vida marina.


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