Vang Vieng, sus cuevas y el turismo del tubing

Vang Vieng se encuentra situada a medio camino entre las dos principales ciudades de Laos, Luang Prabang y Vientiane. Gracias a la actuación del gobierno, dejó de ser hace tres años el centro de las borracheras y fiestas irrespetuosas del turismo adolescente, para reconvertirse, afortunadamente para la población local, en punto de encuentro de los que quieren, por ejemplo, adentrarse en sus espectaculares cuevas o realizar escalada.

    
El autobús desde Luang Prabang hasta Vang Vieng no resultó tan cómodo como parecía, porque nuevamente, al echar el de delante el respaldo hacia atrás, me quedé sin sitio para mis piernas. Por otro lado, en una carretera de montaña con infinidad y de curvas y constantes subidas y bajadas, un vehículo de dos plantas no tiene la suficiente estabilidad como para ir desahogado, así que fuimos todo el camino a pedales. Comprendí el porqué de las dos horas de diferencia respecto a la minivan. La comida estaba incluida en el precio, pero no fue hasta una hora antes de llegar al destino cuando paramos para ello. Pensándolo bien, fue mejor así, porque realizar ese trayecto con el estómago lleno, hubiera provocado más de un vómito. Por otro lado, no puedo más que destacar los paisajes por lo que transcurre la carretera, montañas y más montañas, valles y bosques. Eso sí, quizás sea necesario más de un túnel en esta zona para mejorar el transporte en un futuro.

Al llegar, los chicos buscamos alojamiento mientras Terhi esperaba en un restaurante con las mochilas grandes. Tras ver varios, cogimos una guest house con habitaciones pequeñas pero con balcón, por 60.000 K cada una. Parecía hacer mucho calor, y pensamos que se debía a la orientación al oeste de las habitaciones, a las que el sol atizaba en ese momento, pero nos equivocamos. Tuvimos que pagar un extra de 10.000 K por habitación para utilizar el aire acondicionado, pero el de mi habitación, que compartía con Tomer, no funcionaba, aunque nos costó convencerles de ello. Al final nos cambiaron de habitación. La wifi tampoco funcionaba. Las televisiones tenían una cuarta de polvo en las pantallas. En definitiva, el típico sitio donde ponen el cazo pero no utilizan parte de las ganancias para el mantenimiento de las instalaciones; ni siquiera para limpiar en condiciones las habitaciones. El nombre del hostal es Khamthavee Guest House, para que no vayáis si algún día os veis por allí. 

Para cenar devoramos unas hamburguesas muy recomendadas por allí, también más caras que la comida local obviamente. Para terminar la faena, un helado magnum. Antes de esto último, Tomer ya se había ido al hostal porque no se encontraba muy bien del estómago. El resto estuvimos paseando un rato por la ciudad. Quedamos en levantarnos pronto la mañana siguiente para cambiarnos de hostal y alquilar unas bicicletas para realizar la ruta marcada por la zona, con diferentes cuevas en el itinerario. Esa noche se desató una fuerte tormenta eléctrica, cayendo incluso granizo, y que llegó a despertarme a pesar de tener puestos los tapones para los oídos. También desperté dos veces más durante la noche para apagar, en la primera, el ventidor y, en la segunda, el aire acondicionado. Sigo sin entender a las personas que prefieren dormir así y aparecen arropados hasta con la colcha por la mañana por el frío, porque no es nada saludable. Y Tomer es una de ellas.  

A la mañana siguiente, pasamos más de una hora viendo otra vez varios alojamientos, y optamos por uno más caro pero mucho mejor en todos los sentidos, el Mountain Riverview, muy recomendable. El precio de la habitación doble fue de 80.000 K. Luego fuimos a alquilar las bicicletas de montaña por 20.000 K cada una, aunque las conseguimos por algo menos. Tomer seguía sin encontrarse muy bien, pero decidió venir, al menos hasta la laguna azul, al lado de una de las cuevas que queríamos ver, Poukham, a siete kilómetros de distancia del pueblo. Por el camino hay varias cuevas más, pero parece ser que las primeras son pequeñas, y como tampoco queríamos agotar a Tomer, fuimos directamente a la grande. 

Justo al dejar la ciudad, que resultó ser más grande de lo que pensábamos, había que cruzar el río Song por un puente de madera, y tuvimos que abonar 6.000 K cada uno... no voy a hacer más comentarios sobre esta estafa turística. El camino no era muy bueno, con piedras, bacheado y, tras la tormenta de la noche anterior, barro. Yo iba el primero, y en un momento dado fui a pisar lo que creía una cuerda verde en mitad del camino, pero justo antes de pasar por ella se levantó, y vi perfectamente la cabeza de la serpiente. Era larga y delgada, y se escondió entre los arbustos a una velocidad sorprendente. Grité snake! a los demás para que estuviesen atentos.  

Vang Vieng. Marzo 2015.

Iniciando al ruta en bicicleta. Vang Vieng. Marzo 2015.

Al llegar a la laguna azul y cueva Poukham, nos cobraron otros 10.000 K por persona para pasar. Nuevamente era algo tarde, y aquello estaba atestado de turistas, especialmente coreanos, haciéndose fotos saltando desde la rama de un gran árbol a la laguna. No conozco la razón, pero la ciudad parece haberse convertido en un punto turístico especial para coreanos, y cuenta con varios restaurante exclusivamente de comida coreana. Si eso era lo especial de la laguna, aparte de un color más azulado, poco interés tenía para mí. Paramos a tomar algo y descansar, y Tomer, que llegaba justo de fuerzas, no subió a la cueva. Sabia decisión, por otro lado, porque la subida a la entrada de la misma nos terminó de agotar al resto. Había una indicación que advertía de la profundidad y oscuridad de la misma, y de la recomendación de llevar una buena linterna y baterías adicionales. Yo iba bien preparado en este sentido, y también me llevé una cuerda de cuatro metros, por si acaso. 

La cueva en sí era increíble, espectacular, gigantesca... me quedo sin palabras para describirla. Lo primero que te encuentras cuando empiezas a recorrerla es un pequeño altar con un Buda reclinado en el mismo, y otros más pequeños detrás. Luego sigues bajando y adentrándote en la cueva, cada vez más oscura. De vez en cuando había una flecha roja pintada en la roca para indicar el camino. Otras, miles de manos marrones plasmadas en la misma. En un momento dado, pedí a Tomi y Terhi que apagásemos todas nuestras luces... oscuridad total, una sensación mágica. Por entonces no había absolutamente nadie dentro aparte de nosotros. Llegamos a un punto en que había que seguir por recovecos más pequeños, con agujeros en el suelo en los que se veía una caída considerable, y el suelo estaba escurridizo. Media vuelta desde allí, la precaución ante todo. Al volver, por un pequeño instante no encontrábamos el paso por el que habíamos llegado, pero suficiente para comprobar la segunda advertencia de las señales, que no era otra que la facilidad para desorientarse dentro de la cueva.

Cueva Poukham. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Cueva Poukham. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Cueva Poukham. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Cueva Poukham. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Al salir, llenos de sudor pero con una sonrisa de oreja a oreja, nos dimos un merecido chapuzón en la laguna. Tomer nos esperaba comiendo algo. Como se nos hacía tarde, decidimos seguir hacia adelante un poco más, hasta una aldea cercana, y después volver para subir al mirador, antes de comer nosotros. Tomer inició el viaje de vuelta solo, no había pérdida alguna y ya se encontraba mejor como para tener la seguridad de que llegaría bien. La aldea no resultó ser tan auténtica como pensábamos, de hecho, nada. Y volvimos rápido hacia el mirador de la montaña Nguer, en la misma dirección de vuelta a la ciudad, dado que no teníamos más tiempo para completar la ruta.  

Por supuesto, el precio por poder subir a la montaña fueron otros 10.000 K. En esta ocasión bien los merecieron, porque sin las escaleras y cuerdas preparadas durante la subida, ésta habría sido casi imposible, pues el recorrido era muy duro, más teniendo en cuenta las escasas fuerzas que nos quedaban. Luchábamos a la vez contra el agotamiento extremo y el tiempo, pues teníamos que devolver las bicicletas a las seis de la tarde e íbamos más que justos. Parábamos constantemente para respirar y beber agua. Finalmente llegamos a la cima, y el espectáculo divisado desde la misma era, nuevamente, de una belleza incalculable. Qué pena tener el tiempo en nuestra contra, porque era el mejor sitio posible para contemplar el atardecer. Estuvimos allí más tiempo del que podíamos, no sólo disfrutando de las vistas y haciendo fotos, sino también descansando y devorando las últimas galletas que nos quedaban. La bajada la hicimos bastante rápida, y el ritmo de vuelta también fue bueno, por lo que llegamos justo a tiempo para entregar las bicicletas. Varios globos aerostáticos sobrevolaban la ciudad a esas horas.

Mirador de la montaña Nguer. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Mirador de la montaña Nguer. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Mirador de la montaña Nguer. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Mirador de la montaña Nguer. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Lo primero que hicimos después fue beber varias botellas de bebida isotónica y picar algo, afortunadamente, porque fuimos a cenar a un sitio que nos habían recomendado y que tardó más de una hora en servirnos la cena. Y claro, en el mientras tanto, como compartimos un par de botellas grandes de cervezas, pues ya tenías al tate otra vez con el puntillo. Allí me preguntó Tomi qué era lo que opinaba después del primer mes de viaje. Que no tenía estrés ni problemas, le respondí; que hacía lo que quería, cuando quería; que me sentía libre, le dije, casi sin darme cuenta de esa palabra que acababa de pronunciar. No había sido tan consciente de eso hasta aquel instante. ¡Soy libre!.
  
Al día siguiente, sólo Tomi y yo quisimos ir a las otras dos cuevas más alejadas, especialmente la cueva Hoi (Tham Hoi). Tomamos un sandwich como desayuno, compramos bebidas y volvimos a alquilar las mismas bicicletas del día anterior. Por la distancia, la motocicleta parecía más apropiada para esta ruta, en la que los primeros once o doce kilómetros serían en carretera. El problema serían los otros dos o tres posteriores, un camino en mal estado. Y si a eso le sumamos la dificultad de ir en una motocicleta dos tíos grandes, volvimos a optar por las bicicletas. Salimos pasadas las ocho de la mañana, y la temperatura de la mañana era buena, pero enseguida notamos el cansancio del día anterior, y supimos que sería duro. Paramos de vez en cuando para confirmar la ruta, porque no había indicación alguna, sólo justo al tener que tomar el desvío. Luego vinieron esos dos kilómetros de camino aterrador. Al final, lo que pensamos que serían entre 45 ó 50 minutos, se convirtió en hora y cuarto, aproximadamente. Al cruzar un puente de madera sobre el río Song, nos volvieron a pedir otros 10.000 K. No estaría mal que el gobierno español publicase una ley que estableciese cobrar a las personas de Laos que viajasen a España un canon sólo por respirar, otro por utilizar las buenas instalaciones sanitarias que tenemos allí, y otro por utilizar nuestras magníficas redes de transporte... Sí, estoy hasta las narices de pagarles por todo, hasta por lo más ridículo. 

Allí dejamos la bicicletas, y nos acompañó un chaval local hasta la entrada de la cueva, comentándonos que también pasaría con nosotros por ser muy larga y contar con diferentes caminos, por lo que es fácil perderse. Ya habíamos leído sobre esto, y Sergiy, uno de los ucranianos que conocí en Chiang Mai, también me lo había recomendado. El problema, que le preguntamos varias veces sobre el precio y no nos respondió. Al llegar a la entrada, pagamos los pertinentes 10.000 K, y allí negociamos con él el precio. Aunque se podía llegar desde allí a las dos cuevas, Tham Hoi y Tham Loup, le dijimos que sólo queríamos ir a la primera de ellas porque no disponíamos de más tiempo. Al final, 20.000 K cada uno, con linterna frontal incluida, aunque las cambiamos por las nuestras a los pocos minutos porque no eran muy buenas. 

Un gran Buda flanqueaba la entrada a la cueva, y poco después llegamos a lo que ellos llaman el elefante, y que no son más que las rocas de la cueva que con la erosión del agua de lluvia se han moldeado en una figura que puede asemejarse a la forma de un paquidermo. Luego cruzamos un pequeño puente de madera para acceder propiamente a la cueva Hoi. Sus techos no son altos, al contrario que los de la cueva del día anterior. De hecho, en algunas zonas debíamos reptar como miserables serpientes, tanto que el guía, Deem (o algo similar), mucho más bajito que yo, se ofreció a llevar mi mochila. Lo sorprende era verle caminar rápido a pesar de llevar sandalias y de lo resbaladizo de algunas zonas. 

Cueva Hoi. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Cueva Hoi. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

La cueva era inmensamente larga. En la guía hablan de unos tres kilómetros conocidos. Yo no sé si recorrimos tanta distancia, pero pasamos hora y media allí dentro entre la ida y la vuelta, andando relativamente deprisa. Incluso les paré un par de veces para intentar tomar alguna fotografía. Y también les pedí volver a apagar todas las luces, como en el día anterior. No puedo describir con palabras la magia que te envuelve allí dentro. Otra cosa sería si te pasa eso y no tienes más luces o estás solo.  

Era cierto que había diferentes caminos por donde ir, pero el principal era inconfundible, al menos hasta llegar a una señal donde decía no seguir. Supongo que eso lo ponen para cuando te adentras solo, pero Deem nos preguntó si queríamos seguir... ¡qué pregunta!. ¡Pues claro!. Allí fue donde tuvimos que reptar, y donde me empezó a llevar la mochila. Había formaciones y colores de las rocas sorprendentes, todas por la acción del agua. Y llegamos a la zona con agua, y nosotros, otra vez, le pedimos seguir, aunque antes tuvimos que quitarnos las zapatillas y dejarlas allí mismo. Más tarde llegamos a una zona donde, para seguir, debíamos nada. ¡Joder, había olvidado el bañador!. Daba igual, volví a meterme en calzoncillos, como en Muang Ngoi. Tuve que dejar la mochila, incluyendo la cámara, en otro recoveco. Tomi sí podía llevar la suya, impermeable, pero aún así entraba algo de agua. El guía me dijo que pusiera el dinero en la mochila de Tomi, porque si llegaban otras personas, quizás podrían robármelo. La verdad es que el chaval era majete, y se curró la ruta. Yo hacía pie difícilmente, el agua estaba considerablemente fría, más conforme más profundidad había, y nos planteamos si seguir o no. El guía nos dijo que, a pesar de que allí delante lo que veríamos sería más bonito, no era mucho más diferente de donde estábamos en ese momento. Así que, entre la temperatura del agua, la mochila en un sitio y las zapatillas en otro, decidimos que era hora de volver. Claro que nos quedamos con ganas de seguir (quizás si hubiera venido otra persona de confianza que hubiera cuidado de las cosas), pero aún así, esa experiencia ya no nos la quita nadie.  

Cueva Hoi. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Cueva Hoi. Alrededores de Vang Vieng. Marzo 2015

Lo más duro llegaba después, la vuelta en bicicleta, con un sol abrasador y el cansancio acumulado. Terhi había confirmado a Tomi por mensaje que ya había comprado los billetes de minivan hacia Vientiane, con salida a las 13:30, y eran las 11:30 cuando empezamos a pedalear de nuevo. Las prisas, el calor, el cansancio... lo dimos todo y llegamos fundidos, al mínimo, resoplando con cada una de las últimas pedaladas. Devolvímos las bicicletas, y bebimos algo por el camino al hotel, donde nos encontramos a Tomer comiendo algo en el mismo restaurante de la noche anterior. Pedimos y pagamos unos bocadillos que él nos llevó después al hotel, que nos había dejado el baño de una de las habitaciones para poder ducharnos. Estaba tocado, sin muchas fuerzas, pero me recuperé al comer algo y seguir bebiendo, porque habíamos perdido mucho líquido durante la vuelta. 

El precio de la minivan eran 50.000 K por persona, 10.000 más que en la estación de autobuses, aunque nos recogían en el hotel y nos ahorrábamos el trayecto en tuk-tuk a la estación, y el regateo pertinente. La minivan era cómoda, pero lo que parecía uno de los mejores sitios, el de copilo, resultó un infierno, pues tenía bastante dolor en la rodilla izquierda y no podía estirar la pierda. Afortunadamente paramos a las dos horas, y pude cambiarme a uno de esos asientos abatibles en mitad del pasillo, sin respaldo, pero sin nadie delante para estirar las piernas. ¡Menudo alivio!.

En resumen, Vang Vieng, como pueblo, y desde mi punto de vista, no tiene mucho interés. Quizás algo más para jóvenes que quieran hacer el tubing y busquen fiesta. Pero sin duda alguna, la belleza de esta ciudad se encuentra en la naturaleza de sus alrededores. Algunas de sus cuevas son espectaculares, y puedes pasar varios días pedaleando tranquilamente por la zona.


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2 comentarios :

  1. Juan Garcia de la Infanta5 de abril de 2015, 18:03

    Q tal Johnny? Qué gran viaje q estas haciendo. Me gusta leer tus sensaciones tras un mes de viaje! Un abrazo tío!

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    1. Muchas gracias Juan, espero que tú me puedas contar algún día las tuyas con la Titan con una cerveza de por medio. Siento mucho haber tardado tanto en contestarte, pero no me he dado cuenta hasta ahora que había inhabilitado esta opción por error. Un abrazo.

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